I'm back

Las lagunas legales con las que se habían topado los que me querían en el fondo de una celda (en el más humanitario de los casos) me permitieron volver una vez más a la Universidad Mágica de Bassett Knapp, aquel magno recinto que en su momento me había otorgado la real ilusión de terminar una carrera y así mostrarle al cadáver de mi padre que su hijo no era tan inútil como él siempre había pensado. Desde luego, aquel viejo sueño de desarrollo personal había sido suprimido y sustituido por algo que consideraba mucho más grande. El Jesse Crawford con título en Historia de la Magia ya no existiría nunca más, pero era posible que en su lugar, encontrara algo mucho más valioso.

Ese día era más que especial, porque significaba muchas cosas para mí. Significaba que los del otro lado no podían hacer absolutamente todo lo que se les diera la gana, significaba que había formas de obtener victorias, que si seguíamos trabajando de la misma forma, tarde o temprano todo ese jodido sistema se les iba a desmoronar en las manos por sí solo; o al menos así era como me gustaba pensar si me ponía a magnificar todo y creer que cada pequeña puta cosa tenía algo de sentido.  Mi llegada a la Universidad fue bastante discreta, incluso más de lo que mi ego podía aceptar tan de buenas, pero todos mis sentidos me indicaban que era mucho mejor de ese modo.

Llegué con mis cosas y me dirigí directamente a la casa verde, un lugar que había cambiado radicalmente desde que todo había comenzado. La casa ahora parecía ser algo más grande por fuera, y ciertamente, mucho más espaciosa por dentro. Había nuevos espacios, nuevos muebles, una decoración mucho más dedicada, e incluso una vitrina en donde relucía bastante bien los premios colectivos de la fraternidad. Al ser inicio de curso, aun había poca gente en todo el campus en general, cosa que aproveché para permanecer encerrado en el Salón de Convivencia, trabajando con algunos pergaminos y revisando la última información que había sido enviada por compañeros del movimiento en otros puntos que ahora mismo tenían mucha relevancia para los planes en general.

 
Pasaron varias horas y la luz del atardecer apenas si se filtraba por las ventanas frontales. encendí las luces para continuar ahora con la preparación de mis estudios, más por la fachada de mi compromiso con la Universidad que por verdaderas ganas de pasarme más tiempo todavía leyendo pergaminos y libros. Con un poco de suerte, algún delta se aparecía y entonces intercambiábamos información, o chistes, o lo que fuera.

Outfit

Tras haberse echado el último capítulo de un  mamotreto que se llamaba Dragonology: The Complete Book of Dragons de Ernest Drake, se decidió por echarse una siesta. Tenía la cabeza llena con estudios de zoología en cuanto a la crianza de ciertas especies delicadas de dragones que estaban por extinguirse que le servirían para seguir escribiendo el cuerpo de la introducción de su tesis. Pero tenía ya tan secas las neuronas de tanto leer, que era más que necesario un descanso. Dado que ninguno de sus amigos planeaba invitarla a salir, podía dormir a pierna suelta sin interrupciones. Ya que se levantara quizá se escabullía hasta la cocina para tomarse un vaso de agua y, ahora sí, ponerse a escribir. Medio babeó la almohada y cuando despertó, a eso de las 6 de la tarde, notó la enorme mancha que había dejado. Se levantó con parsimonia, totalmente modorra, con el cabello hecho un nido de aves y el maquillaje de ojos todo corrido. Cuando se miró al espejo, su aspecto le provocó la risa. Se limpió lo mejor que pudo y se pellizcó las mejillas para dar la apariencia de estar más despierta. Era una costumbre bastante más medieval pero que funcionaba para casos como ese que no tenía ganas de sacar su estuche de maquillaje. Se ató el cabello en una trenza bastante desordenada, tomó su cuaderno de notas, unos cuantos pergaminos, pluma, tintero y se dirigió al Salón de Convivencia donde había dejado los libros que utilizaría para empezar su boceto de ensayo.

Antes de entrar al salón, se pasó por la cocina para hacerse un té. Mientras esperaba que el agua se calentara para podérsela servir en una taza, agarró el periódico de hacía unos días. Hojeó la parte de cultura  sin darse cuenta que en la primera página había una noticia mucho más importante que cualquier evento de teatro. Fue hasta que cerró el periódico que vio la cara de Jesse en primera plana. Leyó rápidamente mientras la tetera silbaba como loca. Cuando terminó, se sintió la mujer más alejada de todo. Tenía semanas sin agarrar un periódico y ahora que le daba el impulso, se enteraba que el presidente de su fraternidad había sido liberado por falta de pruebas. Agarró el ejemplar impreso y se lo cargó con todo y su material de estudio. Ya con la taza de té Earl Grey preparada y su cara se shock, se dirigió a la sala de convivencia. Cuando entró, se quedó de piedra en el umbral de la puerta. Ahí estaba Jesse, campante, sentado mientras revisaba quién sabe qué en libros y pergaminos. Cuando pudo reaccionar, miró a su espalda y cerró la puerta. Se fue como autómata a dejar la taza de té y su material en la misma mesa donde Jesse y se sentó frente a él.

— Me enteré hace dos segundos que ya estabas fuera — dijo sin más — Soy medio tonta, ¿sabes? Todo se me pasa — trató de justificarse riéndose de sí misma, luego se puso seria, bueno, más bien, puso la cara que pondría una niña cuando ve algo por primera vez — ¿Cómo estás? — preguntó y, a punto de darle un sorbo al té, dio un respingo y se lo ofreció, como si sintiera que necesitara tomarse algo, como si estuviese enfermo — Ay, perdón ¿quieres? — lo dejó ahí en medio de los dos mientras esperaba a que él dijera algo.

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OFF: Acá estoy tomándome la precaución de no ser demasiado confianzuda. Digo, no se qué tan bien se conozcan estos dos, por lo tanto, estoy haciendo como que Jordan ve a Jesse como su presidente y compañero. Lo tutea porque sería medio duh que le hablara de usted XD pero tú decides, Jesse, qué tan lejanos o cercanos somos ^^

Conforme pasaban los minutos, mi paciencia se fue opacando pedazo a pedazo al intentar descifrar los ilegibles garabatos que se encontraban grabados en uno de los pergaminos. Obtener información de viejos escritos era parte de una carrera como la de historiador, pero no bastó mucho tiempo para que recordara perfectamente cuál era la razón de que nunca hubiera sido tan bueno: joderse los ojos de esta forma era condenadamente desesperante.

Y al fin, alguien a quien pudiera culpar de entretenerme y desconcentrarme de aquel infierno. Su nombre era Jordan Mayer, una chica de no mal ver que cursaba la carrera de dragonolistas un par de semestres por debajo de mi generación. Además de ser compañera de movimiento, ser el objetivo del odio de Bill Snyder era motivo más que suficiente para caerme en gracia. Fingí estar muy concentrado en los pergaminos y no darme cuenta de su presencia hasta que fue ella quien arribó con diario y taza de té entre manos. Al fin la miré y le sonreí, no sin antes notar cierto aire extraño en su mirada, como si le sorprendiera en demasía verme en la fraternidad.

-Yo me enteré hace prácticamente dos días. Oh vaya, siempre me toman en el peor de los perfiles- me estiré para tomar el diario y ver mi fotografía desgarbada en movimiento. Verme en primera plana me hacía sentir como el mayor criminal que hubieran dado los Estados Unidos de Norteamérica (también me hacía sentir asquerosamente viejo). Y sí, era todo un maldito halago.

-Me siento como si acabara de salir de una cueva o algo así, sobre todo por tus ojos de loca, ¿todo bien? Creo que me caería mejor una cerveza- Miré con extrañeza el té, mientras le sonreía. Entendía que la distancia y todo lo que rodeaba nuestra situación podía generar que algunas personas me trataran un poco diferente. Deseché el montón de pergaminos hacia un lado y eché mi cuerpo hacia atrás para subir los pies sobre la pequeña mesa que teníamos entre ambos.

Bueno ya, ¿me vas a contar de todo lo que me perdí durante estos últimos seis meses o me vas a seguir mironeando? Escuché que te vieron con algún Alpha… pecado mortal.

La idea era hacer aquel pequeño encuentro un poco más amigable y más cercano a lo que habían sido los viejos tiempos, dejar a un lado todo aquello del movimiento y de “líder de movimiento” sencillamente porque antes de eso nos habíamos llevado tan bien como cualquier par de compañeros. Desde luego, y aunque quisiera hacerlo a un lado, necesitaba comentarle algo a Jordan que tenía mucho que ver con ciertos planes a corto plazo. Y se lo diría eventualmente.

-Nah, no te creas lo de la cerveza. Osea sí, pero tal vez más tarde, solo hasta después de que me cuentes todo- No es que yo estuviera muy al pendiente de los sucesos que revoloteaban por los rincones de nuestra Universidad, pero resulta que uno nunca sabe qué clase de rumor puede de pronto dar alguna clase de información relevante. Había veces que hasta el más mínimo detalle de la más grande de las tonterías daba pié a un conocimiento de alto kilataje. Le sonreí abiertamente a su coqueteo descarado que siempre era bienvenido.

Bueno, uno a veces no puede elegir con quién hacer amistades. Quién sabe, a veces se sacan cosas de provecho de ello- Le estaba sugiriendo que no era tan mala idea hacerse novia de un Alpha, o amiga de un Nu o algo así. No era secreto para nadie que muchos compañeros de otras fraternidades tenían familiares implicados en cosas turbias, incluso podía hasta deducirse fácilmente que algunos de ellos estaban metidos hasta el cuello directamente. -¿Oh en serio? ¿Y a quién se supone que subastaron? Déjame adivinar… ¿Bill Snyder? ¿Lucian Den Adel? ¿Benedict Groover? Para lo que nos serviría ese dinero…-

Lo siguiente que vino fue lo de los rumores acerca de nuestra fraternidad en general, de los múltiples arrestos que se habían hecho en los últimos meses y de que, literalmente, estábamos siendo perseguidos como unos jodidos perros. Lo sabía bastante bien, y el simple hecho de estar libre en ese instante me provocaba una muy desagradable sensación de culpa. Otros, compañeros del movimiento, habían hecho mucho menos que yo y ahora se encontraban acusados de terrorismo y más. Había muchos otros que ni siquiera habían hecho una mierda y simplemente estaban siendo enjuiciados por nada…

-No tienes qué decirme nada más cariño, has dicho suficiente. Escucha…- Mi tono se volvió un poco más bajo y me incliné hacia adelante para hablar más de cerca, olvidándome por un segundo que estábamos en terreno seguro, dentro de nuestra propia sala de convivencia. La costumbre de hablar tras las puertas y con el peligro de ser escuchado por cualquiera me había dado aquel rasgo paranoico que ahora llevaba allí donde fuera. –Se está llamando a una manifestación masiva para el día del trabajo mágico. Aun no te puedo decir nada, pero la cosa será grande… y es ahí donde aprovecharemos la ocasión para hacer una jugada más grande...


Me volví a recargar en el sillón y saqué del bolsillo de la chaqueta cigarrillo y mechero, ofreciéndole uno de paso. Di la primer calada y la miré directamente a los ojos, sabiendo que Jordan se había comprometido con la causa desde el principio, pero siempre comprobando que no existiera un ápice de duda o miedo en sus ojos.

Y decían que jamás iba a poder hacer algo con su vida…¡la decisión que había tomado era más que importante! Claro que iba a hacer algo con su vida. Se iba a volver idealista y todo. Si sus papás habían peleado una guerra, si sus tíos habían sobrevivido a torturas y desgracias, ahora le tocaba el turno a ella de hacer un bien. No iba hacia Delta como una loca sin conocimiento de causa de las cosas en las que se estaba metiendo, al contrario. Había pasado mucho tiempo informándose, leyendo cada comunicado, cada escrito del tal Altair o como fuera, cada noticia del periódico, para no llegar ahí hecha una completa boba que solo quisiera unirse a Delta por moda, seguramente había muchos en esas épocas.
 
Quizá lo suyo no fueran las pociones, quizá ni siquiera era TAN buena en deportes como Jörg, pero ya estaba harta de su propia actitud conformista. Iba ahí con una decisión. Lo único que no sabía eran dos cosas vitales: que su prima estaba embarrada hasta el cuello y que Werther se convertiría, directamente, en su oposición. Y que seguramente la tía Cordula pegaría un grito en el cielo cuando se diera cuenta de que sus consejos le habían salido al contrario, que Zelda sí se había reformado, pero que no había tomado el camino que su querida tía hubiese querido.
 
Había escrito, en cambio, sendas cartas a su papá y a su tío Gerhard, quien de hecho tenía experiencia en el ámbito de las revueltas universitarias porque era decano de una universidad autónoma en Gran Bretaña. Y esperó, con toda su alma, que al menos ellos dos la entendieran, y la apoyaran, y pensaran que por primera vez en la vida, estaba haciendo algo.
 
Pasó por el umbral de Delta decidida. Siempre había tenido temple de acero y ahora lo demostraba, que aunque estuviera un poco nerviosa porque temía al rechazo, iba ahí con intenciones firmes.
 
-Jesse Crawford, ¿Estás aquí? Demando hablar contigo ahora mismo.
 
Clamó con su voz casi masculina por su acento y su tono. Lo encontró con una chica semiveela, hablando con mucho secreto sobre quién sabía qué. Seguro planes, estrategias, secretos rebeldes. Le cosquilleó el estómago. Saludó a la susodicha con un levantamiento de cejas apenas, antes de pegar con el puño en la mesa y mirar al presidente. No iba a decir una tontería como "¿podemos hablar a solas?" o algo así, porque en realidad pensaba que todos los Delta se tenían confianza entre sí (y si no, menuda estupidez de vida). 
 
 -Sé que quizá debería esperar a la “semana de las fraternidades” o a esas tonterías. Pero no quiero esperar. Quiero ser Delta ya. Ya es ya, ¿entiendes?

Claro, sabía que las cosas no se hacían así como así, pero el punto era que Zelda no necesitaba la camiseta de las fraternidades, necesitaba ser parte de lo que había detrás, ¿se entendía?

Solté un bufido de fastidio al escuchar los nombres de quienes se habían “subastado” en aquella tontería monumental que había movido una absurda cantidad de galeones. Mini había tenido una participación estelar al ser nada más y nada menos que la presentadora de semejante chiste. En principio, sabía que mi chica lo había hecho para seguir aparentando el papel que debía representar dentro de la sociedad universitaria, aunque algo me decía que mucho de ella lo había disfrutado en grande.

-Que me lleve el maldito demonio. Si al menos fueran nuevos talentos y no los mismos retrasados mentales de siempre. Buena idea cariño, pero no juntaríamos ni una décima parte de todo el dinero que se movió con esa puñetera subasta. No es que no haya buenas tetas en nuestra cantera… pero hay que aceptarlo, nuestras fraternidades hermanas aun tienen el jodido monopolio de casi todo-

Sonreí mientras me encogía de hombros cuando Jordan preguntó acerca de la jugada mayor. Me sentía orgulloso porque no era un simple movimiento de presión u oposición a nada, era un paso adelante respecto a lo que habíamos estado haciendo y que definiría por completo la posición de todos los frentes y probablemente el curso de toda la maldita revolución. Con cigarrillo en mano, me incliné hacia adelante para comenzar a darle pistas a Jordan, justo cuando mis ojos se encontraron con la figurilla de Zelda Immëndorff entrando en nuestra sala de convivencia y haciendo alarde de su modo: intimidación, con todo y golpe de puño sobre la mesa.

-Hey, si lo rompes lo pagas- Sonreí, apagué el cigarrillo y le guiñé el ojo a Zelda, a quien invité a sentarse en cualquier lugar de nuestros sillones con un movimiento de mano. Si les soy muy honesto, estaba verdaderamente sorprendido con Zelda, no con su determinación, sino con el simple hecho de querer ser parte de esta fraternidad y todo lo que conllevaba, porque había que admitirlo, medio mundo sabía o sospechaba que era en esta casa en donde había nacido todo.


-Zelda, si lo que quieres es estar cerca de mí todo el tiempo ahora que he vuelto, tengo que advertirte que ahora mismo soy un sujeto muy ocupado. No voy a poder atenderte- Zelda y yo teníamos nuestra historia, una bastante breve hace ya bastantes años, pero que me daba material para provocarla un poco. Igual, había que ser bastante cuidadoso con alguien que de buenas a primeras te podía reventar la nariz si se le daba la gana.

-Solo te fastidio un poco. ¿Quieres una cerveza? Vamos a hablarlo. Antes de cualquier otra cosa, y antes de que me digas exactamente por qué quieres entrar en esta fraternidad, te tenemos qué hacer un breve cuestionario. Jordan te hará la primera pregunta-


Zelda no era una desconocida, ni mucho menos. Era prima de Mini, había salido con mi primo Joe durante un tiempo y en general, siempre me había gustado su manera de ser y su forma de hacer las cosas. Pero también tenía que ser muy cuidadoso, porque al final, Zelda seguía siendo una Immëndorff y seguía siendo una de las herederas de aquel oscuro círculo de familias contra las que estábamos a punto de matarnos. Lo estábamos tratando con ligereza, pero definitivamente no era cualquier cosa.

Jordan observó a la recién llegada. Trataba de medirla, no en el sentido literario de la palabra, sino en uno más figurativo. Tenía carácter, de eso no cabía duda, además de temperamento y decisión. Se notaba a leguas que era una fulana de las que uno debía cuidarse y dejarla que se acercara como con los venados, sin hacer ruido, porque de otra forma, podría explotar y arrasar con todo lo que tuviera al alcance. Contaba con ímpetu y eso lo podía notar en la forma arrebatada que había tenido para golpear la mesa con el puño cerrado, acto al cual Jordan respondió sólo contrayendo sus manos, acercándolas hacia su propio pecho para cuidar que la taza no se le cayera y se hiciera pedazos en el suelo. Instintivamente volteó a ver a Jesse, que no mostraba señas de impresionarse con semejante actitud, muy por el contrario, estaba calmado, bastante sereno. De ahí –y obviamente con el trato con demasiada soltura entre ambos– acabó conjeturando que se conocían de otro lado.


Jordan saludó sacudiendo los dedos aún aferrados a la taza de té, cuyo contenido se enfriaba con el paso de los minutos. Al cabo de un rato, esa cosa ya no serviría más que para regar las plantas. De repente todo el asunto de la subasta, el gastadero de galeones a lo idiota y la falta que eso hacía en Delta, pasó inmediatamente a un segundo plano. Ya hablarían de la forma adecuada de conseguir más patrocinios en otra ocasión, por ahora, la atención estaría centrada en la chica recién llegada y su latente interés por entrar a la fraternidad. La anglo-rusa dejó la taza inservible en el hueco de un librero que tenía justo a su izquierda, luego pasó a acomodarse en la silla. El dominio de la situación estuvo a cargo de Jesse, evidentemente, así que Jordan se mantuvo silenciosa, observando a Zelda.


Se quedó esperando esa conversación que sería más como una plática de negocios, como se hacían en las antiguas mafias italianas. Jordan, ajena a la forma en que maquinaba la mente de Jesse, no vio venir la afirmación en cuanto a que ella realizaría la primera pregunta para probar a la aspirante. De repente se encontró en una situación muy incómoda porque, si bien era parte del movimiento y todo eso, jamás había estado inmiscuida en las pláticas de ese tipo más que en la suya y estaba segura que cada conversación era diferente. No era como si tuvieran un libreto de dónde sacar lo que se le preguntaría a los aspirantes. Volteó a ver a su compañero como creyendo que se había equivocado de nombre, pero no. Ahí ella era la única Jordan y se tendría que fletar el interrogatorio.


Se limpió los dientes superiores con la punta de la lengua sin abrir la boca y su cuerpo adquirió una postura más seria, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas en su regazo. Aquello le sirvió para ordenar sus ideas. Una pausa necesaria para saber cuál era una pregunta apta para las circunstancias.


— Debería inquirir si estás completamente segura de unirte a todo esto, pero creo que eso sale sobrando, es inútil, retórico en tu caso — comenzó mentalmente maldiciendo a Jesse — Así que… creo que lo más importante aquí es saber ¿Qué estás dispuesta a arriesgar? Y no me refiero a cosas materiales — miró a Jesse como buscando un poco de apoyo, luego volvió a Zelda — Sino a cosas importantes a nivel personal, sacrificios reales, cosas que sepas a las que necesitarás renunciar en aras de la justicia y la equidad, nuestros… vamos… valores, si lo quieres ver de forma romántica — finalizó dándole una calada al cigarro que poco a poco se consumía por el aire.


No estaba segura si había realizado la pregunta que Jesse necesitaba, pero quizá servía saber si Zelda estaba dispuesta a arriesgar muchas cosas. Como muchos de los que andaban desaparecidos, que ya habían entregado su libertad por estar metidos hasta el fondo en los planes revolucionarios de la fraternidad. Si ella no estaba dispuesta a quedar como buscada número uno en los periódicos de todo el mundo, entonces quizá no podría servir.

Había pasado la tarde bastante tranquila. Una vez que las clases terminaron, ella fue directo a la biblioteca, no es que en la carrera de Música se investigara demasiado, solo era practicar y practicar, pero esos casos eran inusuales por lo que conociendo bien a sus profesores, posiblemente tuvieran algo más que enseñar que solo reseñas biográficas. Estaba entretenida, la verdad, prefería enfocarse en ciertas cosas que andar pensando pues en lo que se avecinada, aquello le llenaba de mucha ansiedad cosa que era muy atípica en ella. Por lo general, Sapphire, era una chica tipo tranquila, de esas personas cuasi ficticias que se podrían pasar la tarde entera viendo los artardeceres y disfrutando de como sopla el viento, ese era su sello distintivo, pero desde que había hecho ese juramento se despertaba todas las mañanas intranquila pensando el por qué había hecho eso, le habían dado opciones, pero supuso que el miedo se apoderó de ella al ver a como otros de sus compañeros se le borraron la memoria, quedando como idiotas y traidores, peor aún, sin darse cuenta de que eran tachados por los mismos hermanos de la fraternidad.

Sapphire, nunca se dejaba llevar por las opiniones externas, pero estaba casi segura que  aquellos que se rehusaron a colaborar con la revolución serían utilizados como carne de cañón con seguridad. Fueron cosas bastante serias y ella hizo lo primero por sobrevivir, pero ahora, más le valía estar muerta que vivir lo que posible quedara de sus últimos días con intranquilidad, sin dormir bien y con mucha ansiedad. 

El tiempo que no estaba Jesse en la fraternidad le hicieron respirar un poco, le sirvió para normalizarse un poco y pensar las cosas un poco más de frialdad, como aceptar el destino que estúpidamente escogió puesto que ya no tenía vuelta atrás, ya que si decidía salirse de todo, seguro le borrarían la memoria y hasta posiblemente tuviera secuelas graves como había visto en algunas personas.

 En fin, el asunto de todo esto era que ya había terminado lo suficiente como para dirigirse a la fraternidad. Tenía un par de libros en las manos cuando antes de entrar escuchó unas voces, pero una se le hacía muy familiar por lo que acercó su oreja a la puerta para distinguir bien de quienes eran las voces y ... para su sorpresa una de ellas era la de Jesse, sabía de antemano que ya lo que vendría fuese realmente serio, así que trató de disimular bien todo el terror que vino en oleada por todo su cuerpo y entró con su mejor cara de póquer al recinto. Había una chica que no conocía que si bien escuchó que quería unirse a la fraternidad, llegó justo en el momento en que el ciclo de interrogación de Jordan había comenzado.

- Buenas tardes a todos, espero no estar interrumpiendo algo importante - Dijo simplemente como si nada y dejó los libros en la mesa más cercana, saludó a Jordan de lejos no porque no quisiera abrazarla como siempre lo hacía cada que la veía sino que no quería hacer inconcordia con lo que se estaba realizando - Jesse, que bueno volver a verte, si puedo ayudar en algo aquí estoy - No sabía exactamente por donde comenzar, pero estaba resignada y no habría de otra que ganarse la confianza, pretender que estaba de lleno en esto.

-Diablos, ¿cómo adivinaste mis intenciones tan pronto?

Le contestó a Jesse con una mueca por su broma idiota de querer estar cerca de él todo el tiempo. Habían pasado ya muchos años desde que ella tenía 16 y luego de toda la historia que tenía con su prima, la verdad ya se le hacía sospechoso y raro que alguna vez él hubiera querido algo con ella. Enfermito, eso era.

-No quiero una cerveza…

¿O sí? Luego de negarse tan tajantemente ya no le sonó tan mala idea aunque fuera tan temprano. Su papá solía almorzar con cerveza de todos modos, así que no se le hacía tan raro. Se esperaba que no le dijera que sí de entrada, de hecho. Mina era su prima y por alguna extraña razón andaba todo el tiempo pavoneándose con sus títulos de reina de belleza y haciendo subastas y otros eventitos idiotas, siempre acompañada de su flamante presidenta rubia. Werther era Werther y su tío…bueno, su tío había llegado desde el extranjero a apoderarse de un departamento completo del Ministerio de Magia.

Y luego estaban los Immëndorff, que tenían un historial extraño en el Reino Unido y en Alemania, a veces actuando del lado de los buenos, a veces actuando del lado de los malos. Cada uno de ellos era como una isla, mundos aparte que se manejaban de forma muy independiente los unos de los otros. Para saber de qué pata cojeaba un Immëndorff, había que estudiarlos muy concienzudamente, así que Jesse hacía bien en no confiar a la primera solo porque Joe podría darle buenas referencias.

Así que solamente miró a Jordan, e intentó no dejarse llevar por sus aires de semiveela, poniéndole toda la atención posible. Sonrió ante su pregunta, pero no lo hizo con sorna, ni mucho menos. No era el sarcasmo andando en ese momento. La sonrisa casi fue honesta.

Estaba a punto de responder cuando entró otra chica. Zelda se le quedó mirando y trató de no hacer ninguna broma pesada tipo “muy bonito tu harem, Jesse” por la actitud de la chica sobre “poder ayudar en algo”, porque era obvio en realidad que estaba hablando en serio. Tenía que controlarse y no ser un total fastidio para que sus posibles verdugos no la mandaran al diablo. Volteó a ver a Jordan de nuevo, no le daba pena hablar enfrente de Sapphire tampoco.

-No tengo nada que perder. Y cuando no tienes nada que perder, los sacrificios no te saben a nada. Crecí con gente que tiene fuertes ideales y que los han cargado consigo desde antes de que ustedes nacieran…y tú lo sabes.

Ese “tú lo sabes” iba para Jesse, que era historiador y sabía su materia, asumía. A menos que fuera un tarado, claro.

-Al contrario, no vengo a sacrificar nada, vengo a ganar cosas. Ya sabes, a hacer algo de provecho por una vez.

No tenía planeados grandes discursos, ni mucho menos. No era una revolucionaria con las palabras medidas, que tuviera poesía en la boca ni mucho menos. Estaba siendo honesta y nada más.

No era mi intención poner en predicamentos a Jordan (o bueno si, un poco), simplemente quería ver qué clase de pregunta se le podía ocurrir así de la nada. La chica no había tenido demasiada participación en nuestros últimos movimientos, pero pretendía hacer que eso cambiara muy pronto. La consideraba un elemento importante, pero necesitaba verla con una mayor iniciativa a partir de ahora, sobre todo considerando lo que se nos venía en puerta.

Sonreí, pero me encogí de hombros cuando la propia Jordan, al formular la primera pregunta, me miraba buscando algo de apoyo. Al final no lo necesitaba, porque como era de esperarse, le preguntó puntualmente a Zelda qué tan dispuesta estaba a arriesgarlo todo. Aquella era una pregunta que en realidad todos y cada uno de los que estaban inmiscuidos en este asunto debíamos hacerse concienzudamente todos los días, el qué tanto estaban dispuestos a dar.

-Claro que no, Sapphire. Ven y siéntate, quiero que escuches esto- A pesar de que Sapphire Blue había sido una de las primeras en aceptar ser parte del movimiento, aun no me quedaba demasiado claro si su timidez en general se trataba a su simple forma de ser, o si había algo más en el fondo de lo que uno se tuviera qué preocupar. Miré fijamente a Zelda mientras respondía a la pregunta de Jordan.

-Claro, tu familia está lleno de fuertes ideales. El problema es que nadie nunca sabe, históricamente hablando, dónde diablos están sus lealtades finales. Cualquiera dirían que van hacia donde esté el hueso más grande-

Meterte con la familia de alguien, con lo que habían dejado a través del tiempo, era algo que podía provocar a cualquiera, y eso era exactamente lo que trataba de hacer con Zelda, no por ganas de insultar la memoria de todos los magos y brujas que habían literalmente hecho nuestra historia mágica en el mundo, sino porque necesitaba ser agresivo con ella en esos momentos. Me puse de pie y caminé hacia ella hasta quedar justo a escasos centímetros de distancia. La miré con el ceño fruncido, observándola de pies a cabeza, como si estuviera juzgándola, midiéndola, expresándole con mis gestos que ella no era suficiente para ser parte de nosotros aunque en mis adentros me muriera por tener a alguien de su fortaleza en nuestras filas– No me malentiendas Zelda, pero no somos un club de niños descontentos. La respuesta es no.


Por supuesto que no era un “no”, o no al menos uno definitivo. Quería ver de qué estaba hecha Zelda Immëndorff, quería verla segura de lo que quería, quería saber si estaba bien consciente de en donde se estaba metiendo y qué tan fuertes estaban sus convicciones. Directamente, no podría servirme alguien que simplemente hiciera puchero y diera la vuelta ante una primer negativa.

Un Immëndorff nunca soportaba que se hablara de otro Immëndorff, aunque se supiera la calaña de la que algunos estaban hechos, así que cuando Jesse dijo eso, Zelda lo miró como si estuviera frente a un insecto de Satanás. ¿En eso se había convertido? Se mantuvo firme de todos modos y esperó, porque tal y como lo había previsto, él mismo se levantó para caminar hasta ella, seguramente con la intención de amedrentarla muy de cerca. No se esperó ni a que le dijera que la respuesta era no. En cuanto lo tuvo lo suficientemente cerca le soltó un puñetazo directamente en la boca.

-Dos cosas. En primera, no hables de mi familia, idiota, porque ya quisieras ser la mitad de lo que han sido muchos Immëndorff, quizá así podrías sacar mejor a flote lo que intentas hacer.

Luego se rió, por aquello del club de los niños descontentos. Negó con la cabeza y se mordió la boca intentando no reírse más.

-¿Si no son un club de niños descontentos, entonces qué son? ¿cómo nacieron si no fue del descontento? ¿qué pasa contigo? ¿crees que ya has hecho suficiente como para darte el lujo de rechazar varitas y que te rueguen? Esos ni si quiera son los preceptos bajo los que se fundó Delta. ¿Ya traicionaste los ideales de su fundador? ¿así de importante te crees?

Puso los ojos en blanco. Jesse conocía perfectamente de qué material estaba hecha. Que no era paciente y que tampoco era un encanto de persona. Y que no le gustaba que jugaran con ella o que se hicieran los interesantes a su costa. Si esos eran los verdaderos métodos de Jesse para aceptar varitas o si solamente estaba alardeando con las niñas Delta que estaban ahí, entonces el asunto no le interesaba.

-Así que, ¿vas a hacerme alguna pregunta inteligente que de verdad te ayude a que te demuestre que quiero ayudarte o vas a seguir fingiendo que no te interesa mientras juegas a quién-sabe-qué? ¿Esta es la clase de líder que intentas ser?

No se estaba yendo, pero tampoco iba a jugar a ser la tonta dejada solo por darle el gusto a alguien, aunque ese alguien fuera Jesse.

Mi cabeza se hizo hacia un lado luego de que Zelda me propinara aquel derechazo, que si bien no había sido tan poderoso como uno podría imaginarlo viniendo de una Immëndorff, si había sido lo bastante fuerte como para abrirle el labio y provocar que la sangre se asomara desde la herida. Le sonreí, porque a pesar de que cualquiera saltaba por su familia, cualquiera sabía perfectamente que en ese aspecto no estaba mintiendo. La lealtad de un Immëndorff siempre resultaba un puto misterio, le doliera lo que le doliera.

Luego vino lo de los ideales. En ese punto en concreto, Zelda no podía estar más acertada, porque todos sabían que la fraternidad Delta siempre había tenido las puertas abiertas para todo aquel que quisiera formar parte de ella. Eso era jodidamente cierto, pero el hecho es que no estábamos hablando únicamente del acceso a una fraternidad, y Zelda lo sabía.

-Zelda, tienes razón. Los fundadores de esta fraternidad no querrían que el acceso a este recinto fuera exclusivo para unos cuantos, y ciertamente no lo es. Cualquiera puede ser parte de nuestra fraternidad si así lo desea, y eso te incluye, pero creo que aquí todos sabemos perfectamente de qué no solamente estamos hablando de una fraternidad. Se trata de la participación directa de un movimiento en el que literalmente vas a arriesgar todo lo que tienes, incluso tu propia vida, y al que no cualquiera se le puede dar acceso por pura puta lógica, seas o no parte de Delta. No se trata de ser excluyente, ni de pasar por alto la necesidad de varitas a nuestro favor, se trataba de formar un núcleo lo suficientemente fuerte y seguro como para ser el centro que sostenga todo lo de allá afuera, desde aquí dentro.- Me volví a acercar a ella y dejé de cubrir la herida que me había abierto la chica, dejando que la sangre cayera libremente sobre mi barbilla y mi ropa.  

-Escucha, Zelda, esta revolución está conformada por dos tipos de personas: las que se unen por convicción, desde afuera, aportando su fuerza y su talento en la medida que les sea posible, sin exigirles más allá de lo que estén dispuestos a dar… y por otro lado, estamos nosotros, los Delta. Aquí tenemos qué exigir más de lo que puedes dar, tenemos que hacer valer cada varita por cinco, te vamos a exigir todo el talento y el tiempo que seamos capaces de exprimirte; tenemos que llevarte hasta el límite, prepararte de formas que tal vez ahora mismo no te imaginas, asegurarnos de que estés dispuesta a absolutamente todo, incluso matar si es necesario. Todos somos importantes en esto, pero los que están aquí dentro, cariño, son el epicentro de todo. ¿Quieres ser parte de esto? Pues entonces lo vas a hacer, pero te advierto que no hay marcha atrás.- Estiré la mano derecha hacia ella y desenfundé la varita, listo para hacer lo que tenía que hacerse si a Zelda no se le ocurría darme otro derechazo y tratar de largarse por donde había venido.


-Si quieres ser parte de la revolución, vas a hacer un juramento inquebrantable aquí y ahora. Si solo quieres ser parte de nuestra fraternidad, entonces no tienes qué hacer nada más que traer tus cosas y elegir una de las camas disponibles. Si no te interesa ni una ni otra, pues entonces mucha suerte.

Se hubiera sentido muy decepcionada si después de sus duros cuestionamientos, Jesse hubiera hecho un berrinchito y la hubiera mandado al diablo. Si iba a aceptar a alguien como líder, entonces tenía que ejercer liderazgo de verdad, y no solamente tomar decisiones por sus pantalones. Pero no, no era el caso. Jesse, de hecho, tenía preparado todo un gran discurso sobre por qué las cosas no eran fáciles. Sobre el nivel de exigencia, el nivel de carácter que se necesitaba para ser un Delta en tiempos como esos.

No era en lo absoluto el Jesse que había conocido antes, cuando eran más jóvenes. No era el tipo sin consciencia, con ganas únicamente de llamar la atención. Era diferente y se le notaba. Podía entender que Wilhelmina hubiera visto cosas en él antes, cosas que otros no habían podido ver.

-Bueno, al menos eso me suena jodidamente coherente y no las palabras de alguien que está jugando.

Nunca se andaba con rodeos, era cierto. No había ido ahí con las intenciones de poner a prueba a nadie, solo a ella misma en realidad, pero no iba tampoco a dar su vida por algo que no valiera la pena. Miró el brazo estirado de Jesse y sin pensarlo lo tomó con fuerza con su brazo contrario. Un juramento no era nada cuando se tenía convicción.

Porque sí, las lealtades de los Immëndorff siempre parecían ser un misterio, pero una vez que se proclamaban por algo, que le entregaban el alma a algo, se volvían fieles, luchadores, completamente seguros de lo que hacían. Claro, la mayoría siempre buscaba el hueso más grande, pero jamás cambiaban de bando una vez que elegían uno.

Seguramente que entrara a Delta en esas circunstancias no había sido precisamente la clase de cosa que su tía Cordula esperaba de ella. Y seguramente le reclamaría cosas como “¿Qué voy a decirle ahora a tus padres?” y demás, pero Zelda estaba perfectamente segura de lo que hacía, y además ya era mayor de edad así que, al diablo, así tuviera que vivir para siempre en la fraternidad.

Apretó el brazo de Jesse con fuerza, fijó la mirada primero en el gesto, después en la sangre que corría por su labio por la herida que ella misma le había abierto y después en las otras niñas Delta.

-Y con testigos y todo, qué emoción.

— ¡Woah!

Se puso de pie innecesariamente cuando vio el tremendo madrazo que Zelda le prominaba a Jesse, justo en la boca. A punto de intervenir, vio que Jesse sonreía casi con sorna, lo cual significaba que… hasta cierto punto, él tenía bajo control la situación. Volvió a tomar asiento aunque no le despegó el ojo a Zelda.

En un momento, Jordan supo que entre Jesse y Zelda había roces personales. Seguramente compartían historia que ahora les impedía ver las cosas de forma objetiva y ni ella ni Sapphire estaban en posición de intervenir. Por pura lógica y coherencia, la anglo-rusa dejó que  las circunstancias fluyeran. Y si bien se mantuvo silenciosa, su mente no vagó lejos, muy por el contrario, permaneció en su lugar escuchando la discusión como el árbitro de Quidditch durante un juego. Su té ya se había enfriado, estaba helado y sólo por ocuparse en algo mientras escuchaba, le dio sorbos pequeños al líquido aunque le supiera a meados de borracho. Odiaba el té frío cuando no era así intencionalmente. Tragó dificultosamente. Dentro de su mente trató de hacer una especie de análisis FODA de todo lo que hablaban Jesse y Zelda.

En parte, Zelda tenía razón y en parte, su presidente de fraternidad también. Tanto ella tenía la libertad como para reclamar que no la estuviesen aceptando porque, a todas luces, Delta era una fraternidad que no discriminaba y aceptaba a todo aquél sin importar su procedencia. No obstante, era también cierto que con la situación bélica y social que reinaba en la fraternidad, tampoco podían darse el lujo de cobijar a una Immëndorff con el currículum que se cargaban algunos. Jesse estaba claramente calándola, midiendo de qué agua provenía la muchacha, lo cual, era muy sensato a su parecer. Los discursos continuaron y Jordan no abrió el pico ni una sola vez, ni siquiera para sustentar lo que Jesse decía. No sino hasta que salió lo del juramento a flote. Miró a él y luego a ella, para ver si había un atisbo de duda en su cuerpo. Al parecer, la Immëndorff estaba demasiado segura de sí misma. Sus ojos viraron momentáneamente a Sapphire, luego, resignada, se levantó de su sillón, rodeó la mesa y caminó hacia el par que ya se sujetaba de los antebrazos.

— Sí, sí. Qué bonito. Nada más faltan los arreglos florales y las arras — bromeó mientras se colocaba al lado de ambos — Sólo una cosa, Zelda, no vuelvas a abrirle la boca a Jesse, por favor, suficiente tenemos con los que le quieren volar la cabeza como para que tú también quieras deformarle la cara — dijo sacando la varita — Ya que dejamos de jugar a ver quién tiene la casa más grande… — movió la mano y de la punta de la varita salió un filamento que brillaba tenuemente, blancuzco y ligero que se fue a enredar en las manos entrelazadas de Zelda y Jesse — Zelda, ¿juras ser fiel a las intenciones de esta fraternidad y sus miembros, estando consciente de todo lo que conlleva y jamás revelarás información alguna a absolutamente nadie a menos que Jesse decida lo contrario? Si haces lo opuesto, caerás fulminada en el momento que reveles lo más mínimo — finalizó mirando a ambos por turnos mientras aguardaba la respuesta de la chica o que Jesse agregara algo que ella hubiese pasado por alto.

Ver el rostro de Zelda llevaba a mi mente a otros tiempos, unos que en realidad no eran tan lejanos, pero que parecían haber sucedido hace una eternidad. Era jodidamente curioso pensar en las cosas que en ese entonces parecían tener toda la importancia del mundo y ahora, en perspectiva, no parecían ser más que simples idioteces estudiantiles. Pero a pesar de la lejanía de los pensamientos, tampoco podía decir que el Jesse de aquel entonces hubiera sido radicalmente distinto. Básicamente, seguía siendo el mismo idiota violento con más ímpetu que cerebro, con la diferencia de que ahora me sabía completamente mortal y perecedero.

Y fue ese breve momento en el que Zelda me hizo sonreír fugazmente, olvidándome por un segundo de lo que estábamos haciendo en ese preciso instante. El sabor ferroso de mi propia sangre me tiró de vuelta al presente, y mi gesto se endureció de nuevo al recibir aquel menudo brazo que en cuestión de segundos se nos uniría. Miré por un breve instante a Jordan y Sapphire, para que cualquiera de las dos tomara el papel de ejecutor. Fue Mayer la que se adelantó un paso y desenfundó la varita para emprender aquella tarea. Sin sorpresas…

-Si, Zelda. Acabas de restarle como 400 galeones a la recompensa por mi cabeza.- Terminé la broma de Jordan un instante antes de que de su varita saliera aquel destello rojillo que se envolvería en nuestros brazos, uniéndolos y creando de esa forma un vínculo que no había manera de romper más que con la misma muerte. Como dije, un juramento inquebrantable no era definitivo en forma práctica, pero llevaba consigo un significado incluso más importante que la utilidad en sí misma.

Intensifiqué el agarre mientras Jordan dictaba el juramento, observando nuestros brazos hasta que mis ojos tomaron el obvio camino hasta la propia mirada de Zelda Immëndorff. En pro de la justicia, así como se podía decir cualquier cosa acerca de las inclinaciones variables de un Immëndorff, también había que decir que una vez tenías a uno de ellos de tu lado, ya no había forma ni manera de que sucediera lo contrario, a menos de que fueras lo suficientemente idiota como para alejarlos.


-¿Qué dices, Zelda querida? ¿Cuántos años quieres vivir?