Corazoncitos de Ternura

Siguió con el dedo la linea de ecuaciones aritmánticas que recorrían la pizarra fila tras fila, repasando los cálculos. El desarrollo de los términos y operaciones parecía estar bien, salvo el espacio en blanco del centro de la pizarra. Suspiró. Era un poco un caos, la verdad. Se frotó los párpados y decidió darse un descanso. Al fin y al cabo las clases empezarían mañana, así que no debía agotarse. 

Se sentó en la silla del profesor y se giró un poco para cruzar los pies apoyando los talones en el escritorio, poniéndose cómodo. El problema real es que estaba siendo meticuloso una vez más. Dados los valores iniciales, así de cabeza y sin pizarra sabía que el resultado sólo podía ser ese y ningún otro más que ese, pero desde aquel accidente se obligaba a ser precavido y demostrarlo primero sobre el papel.

Tomó su taza de café y bebió un sorbo. Había utilizado el método de siempre, coger los conjuntos iniciales de datos y desarrollarlos hasta atrancarse. Luego coger el resultado, que en su cabeza sabía que estaba bien, y desandar el camino. En algún momento ambos extremos se tocarían y ya tendría completa la ecuación. 

Salvo que no era este caso, porque en medio había un espacio en blanco que no sabía por donde atacar aritmánticamente. Y todo por el maldito conjunto Riemann-Leibniz, que no le permitía dar valores no vectoriales a los pronominales complejos...

Bebió de nuevo. Tenía que haber otra forma, si no podía resolver el R-L tendría que encontrar la forma de sortearlo, o sustituirlo por algo más manejable, aunque fuese una solución menos elegante. 

Se sacó el anillo de oro y lo dejó sobre la mesa, jugueteando con él. Lo hizo girar haciendo así que resplandeciese más y más hasta que con un flashazo levitó en el aire y proyectó una imagen tridimensional mágica en mitad del aula. Era el sistema solar con los planetas y satélites orbitando en torno al sol y toda clase de símbolos arcanos relacionados con la astrología envolviéndolos y trazando rutas. Este objeto mágico, el Anillo Solar, estaría a la venta en navidades y aunque muy espectacular era en realidad una calculadora astromántica. 

Ahora mismo lo usaba de juguete. Varita en mano fue haciendo girar los planetas de lado a lado de la imagen moviendo el calendario astral milenios arriba y abajo. Maldito conjunto Riemann-Leibniz, ¡no encontraba solución!

ropa de Eliza
ropa de los elfillos

Era muy fácil saber cuándo Elizabeth se acercaba por un pasillo no solamente por el sonido de sus zapatos de tacón sobre el suelo, sino también por ese aroma a vainilla demasiado dulzón como para pasar desapercibido. Estaba vestida con un pomposo vestido rosa de puntitos blancos, siempre se preocupaba demasiado por verse lo mejor posible, le había agregado al conjunto un bolso de color blanco, guantes de encaje y para rematar, un collar de perlas que colgaba sobre su cuello como la cereza de un hermoso y empalagoso pastel.

Caminaba por los pasillos del edificio que según ella era el de humanidades, la verdad es que no había prestado atención al primer recorrido que le dieron por el campus por estar re leyendo un artículo de la nueva temporada de otoño invierno que venía para las túnicas de alta costura. Mientras caminaba era seguida con por lo menos cinco elfos domésticos vestidos con ridículos atuendos victorianos, las pobres criaturas incluso iban vestidas con pelucas a la luis XV y luchaban por que, en su andar, no se cayeran de sus calvas cabezas mientras trataban de seguirle el paso a la apresurada Elizabeth. Dos de ellos tenían entre sus pequeñas manitas nerviosas carpetas llenas de encajes y decoraciones mientras que otros dos venían cargando a la par un gran rollo de papel tapiz rosa con pequeños conejitos blancos como decoración.

MAURO!!!... – Se detuvo de golpe y se quito el par de gafas oscuras que tenía en el rostro, vio el numero del salón y luego chasqueo los dedos llamando al quinto elfo domestico, quién en sus manos tenía un mapa de lo que parecían ser las instalaciones de la universidad. ¿Es este el salón? Ay dime que no tendremos que volver a comenzar desde la planta baja por favor! … - Pero el elfo habia asentido temeroso, de igual manera él no parecía ser más inteligente que la misma Elizabeth, ¿por qué le pedia su opinión?.

Josephine, Roshel, Constance, Carherine ... comiencen a decorar, las paredes van con el rosa pardo, vayan vayan vayan… – Y así, sin importarle que hubiera otra persona en el salón, entro invadiendo los terrenos del profesor. Tras unos pequeños aplausos, los elfos también entraron en caballería, algo dudativos pero sin atreverse a llevarle la contraria. Cuando Elizabeth vio el holograma en el salón, se sorprendió, vaya que lo hizo y se llevo ambas manos a las mejillas.

¿Es para mí? Es el mejor recibimiento que jamás en mi vida me hanhecho! tan Fetch!... y luego, con toda la seguridad del mundo, se acerco al hombre y con una gran sonrisa, le extendió la mano enguantada para saludarlo con muchos ánimos. Al fondo del salón solo se podía ver a los elfos trabajando en las decoraciones, ya tenían la mitad de la pared con el papel tapiz, eran rápidos. Elizabeth Julz Tugwood, es usted encantador…

Se acariciaba la sien pensativo... "¿Qué haría Gauss en mi lugar?" se preguntó como siempre que se encontraba atorado en una demostración matemática. Tal vez si dividía el problema en dos premisas contextua...

La puerta se abrió de golpe y entró una mujer deslumbrante vestida con un toque años cincuenta y seguida por elfos de unos doscientos años antes. La primera reacción fue mirarla detenidamente, parpadear dos veces y asegurarse de que lo de la taza era café. Si, lo era. Y todos parecían bien reales.

Se acercó al grupito, viendo fascinado cómo los ¿criados? empezaban a empapelar la pared este con un tono que no sabía reconocer. Era bonito, eso sí. Fue a decirles que a ser posible él preferiría un tono verde pistacho cuando la hermosa mujer le interceptó con un halago.

-Si, es cierto, lo soy. Y usted es bellísima- dijo cautivado estrechando la mano. Miró al objeto mágico, aún girando en el aire. Miró de nuevo a la mujer. ¿Quien sería capaz de negarle algo a esa sonrisa? Él no, desde luego. Extendió el brazo, atrapó el anillo de oro en el aire y se lo ofreció en un gesto galán -Y espero que le agrade, lo llamo el Anillo Solar- Siendo el prototipo le estaba regalando un mes de investigaciones, pero bueno... Una vez hecho el primero replicarlo le llevaría una semana. Y por todos los cometas del sistema, esa sonrisa valía un mundo.

-Ezequiel Da Quirm, soy profesor de Manufactura de Objetos Mágicos, ¿Me buscaba para algo? ¿Viene a redecorar mi aula? Porque tengo algunas ideas, su color me gusta, pero podríamos combinar el papel de las otras dos paredes con un tono verde para que haga contraste?

Mientras lo observaba algo se escucho que se rompía al fondo, al parecer los elfos habían tenido que subirse a un estante para continuar con el empapelado de las paredes, les era algo difícil hacerlo de manera manual mientras también trataban de que las pelucas no cayeran de su cabeza, porque si, había sido una orden directa de Elizabeth el que se vistieran así, como entre elegantes y ridículos, porque así era ella. Mientras tanto, la susodicha, seguía frente al profesor de manufactura mágica, se había abanicado con la mano enguantada al momento en que él le decía que era hermosa, una de las reglas principales de toda mujer era, cuando alguien te diga lo hermosa que eres, da las gracias simplemente.

Ay, gracias, hará que me sonroje… – Pero no era así, estaba muy acostumbrada a los halagos, aun que cada uno hacia que el corazón le diera un brinco. Elzabeth casi dio un saltito de gusto y un par de aplausos cuando Ezequiel le acerco el anillo, como si de algún show se tratara o algo así, luego se apresuro a quitarse uno de los guantes que tenia descubriendo su piel suave y su impecable manicura francesa.

Es hermoso… ¿Lo tiene con incrustaciones de Harry Winston? … Ay ¿para qué son todas estas cositas que tiene aquí? -Le había extendido la mano al profesor para que él le pusiera el anillo, tampoco iba a ser una grosera de primera y arrebatárselo, por supuesto que no. Algo volvía a quebrarse al fondo, Elizabeth se giro hacia los elfos solamente lanzándoles una mirada.

Tengan cuidado, es el ultimo rollo de coral! … ¿Qué me decía? Disculpe es que los elfos están nerviosos, mañana es nuestro primer día y…. ¿Disculpe? – Solamente ladeo la cabeza, como tratando de entender lo que él decía sobre su aula. No jajaja como cree… esta es mi aula – le dio un pequeño empujoncito en el hombro con apenas la punta de sus dedos.

Oh ya entendí, es la novatada para los nuevos profesores ¿Verdad?... no se preocupe, seguiré el juego – le guiño el ojo de manera exagerada, como siguiéndole el juego. La verdad no parecía tener la menor idea de dónde diablos estaba parada.

Tuvo que concentrarse para poder apartar la mirada de ese rostro angelical y no ponerle el anillo a uno de sus propios dedos. Por fin lo consiguió y se lo puso intentando entender qué le estaba preguntando ¿Incrustaciones de Harry quien? ¿eh? ¿era un nuevo inventor del que no había oído hablar? 

Fue a explicarle qué eran las pequeñas marcas mágicas que adornaba en anillo cuando también giró la cabeza a ver qué habían roto ahora los elfos. La verdad, se sentía un poco sobrepasado con esto, ya que la bella mujer parecía tener la capacidad de concentración de un cachorrito recién levantado y el doble de su hiperactividad. Cambiaba de tema incluso más rápido de lo que lo podría hacer él mismo.

-No no, de verdad. Hay un cartel junto a la puerta, Aula 4-1, Manufactura de Objetos Mágicos. Estoy muy seguro de ello-. ¿Lo estaba? Porque con lo distraído que era capaz que se hubiese equivocado él... Pero no no, ahí estaba la quemadura del techo con forma de flor de lis de cuando explotó el prototipo aquel el año pasado, así que sin duda esta era su aula.

-Mire le enseño. Con permiso- Tomó el mapa de manos del agobiado elfo y lo primero que hizo fue girarlo noventa grados para que se viese correctamente. -Usted se encuentra aquí, este es el edificio de la Facultad de Manufactura, ¿dónde es su aula, señorita Tugwood?- Se regaló el placer de mirarla de nuevo. El caso es que su rostro le era conocido, pero no sabía de qué, era de algo familiar, algo que veía con frecuencia o...

Elizabeth se llevo ambas manos a la cintura y se quedo solamente sonriendo cuando él le dijo que había un letrero con su nombre en la entrada, la verdad ella no había visto nada y en su mente aquello seguía siendo una de esas bromas que le hacían a la gente nueva, como a ella cuando recién había entrado en la escuela, cosa que no había sido hace mucho tiempo, bueno si, pero ella decía que no. Se hizo a un lado cuando él fue hacia el elfo, quién lo miro con miedo y luego desapareció en un “puff” solamente dejando la peluca rizada que, segundos después, desapareció también en el aire.

Ella se acerco como si él fuera a darle la más grande revelación del mundo, era lo increíble con Eliza, que incluso las cosas más pequeñas le sorprendían hasta el infinito. Se llevó ambas manos a los labios entre sorprendida y apenada y luego volteo a verlo, abrió y cerró los ojos varias veces abanicando con sus largas pestañas que hacían sus ojos más grandes pero a la vez le daban un aspecto enternecedor a su rostro.

O sea que ¿no es aquí Humanidades?... – Su pregunta si había estado mal formulada, lo que realmente quiso decir es que ese no era el edificio de humanidades, apretó los labios como si estuviera al punto del llanto y se llevo una mano al pecho de manera dramática, la otra por supuesto se la había puesto en la frente, como toda damisela a punto de desmayarse.

Necesito agua… y… y… ¿Dónde está Teodoro? … – Termino por dejarse caer en el piso cual bailarina de Ballet, segundos después por la puerta de la entrada cruzo corriendo una cobaya gigante, tenía una pañoleta en el cuello y moños rosados por la espalda. ay por favor, no le diga a la decana que me equivoque! Por favor!...

Lo que era milagroso es que Ezequiel se había olvidado por completo del pizarrón y sus ecuaciones. Frente a sí tenía un magnífico enigma, un hermoso acertijo que lo colmaba de pasmo a cada palabra que decía, a cada gesto de sus manos enguantadas, a cada paso de su elegante figura, como ahora que parecía a punto de desmay...

Reaccionando a tiempo la tomó en sus brazos antes de que la agraciada mujer cayese al suelo. Dulces encantos de Morgana, de cerca era incluso más hermosa. La retuvo entre sus brazos todo el tiempo que permitía la cortesía, embebiéndose de esa dulzura que le deleitaba. Un hombre menor incluso se hubiese empalagado, pero él se recreaba en pequeños detalles, como la delicada simetría de sus pómulos o ese color de ojos, entre aguamarina, verde y azul que quitaba el aliento. 

Una vez la profesora estuvo en pie fue grande su sorpresa cuando vio entrar a su aula una rata sobredimensionada de aspecto adorable, repeinada, empañoletada y con monitos cursis en el pelaje. Ok, esto ya empezaba a empalagarle incluso a él. Y el caso era que cuando Teodore saltó a brazos de Elizabeth por obra de magia pareció absolutamente normal que el capibara fuese así de acicalado. De hecho, qué vergûenza capibaras salvajes, que ni un mugre moñito con hojas de palma os hacéis, qué vergüenza...

-Quédese tranquila, señorita, ¿por qué le contaría yo eso a su decana? Si quiere oír errores catastróficos, una vez hice explotar un taller usando sólo una pelota de ping-pong, un alambre y dos huevos duros. Eso sí que es para suplicar silencio. 


Le dedicó una cortés reverencia y le ofreció el brazo galán.


-¿Quiere que la acompañe a su aula, mademoiselle?

Mientras la capibara ridícula entraba corriendo por el salón, Elizabeth había quedado en los brazos del profesor Ezequiel con los ojos cerrados, como damisela en desgracia solamente para, después de darse cuenta tras unos segundos que su caída había sido detenida.  Abrió entonces los ojos y se llevo nuevamente las manos a las mejillas sonriéndole ampliamente por sus excelentes reflejos.  Tal vez el profesor no se dio cuenta por estar distraído con la cobaya pero, antes de que la pusiera de pie, Eliza iba a darle un beso en agradecimiento, mismo que fue interrumpido por la aparición de dicha mascota chillando alrededor de ellos.

Ay bueno, muchas gracias por la ayuda…. THEODORO COSITA DEL AMOR, VEN AQUÍ… – Y como si nada ella presto su atención única  y exclusivamente a la cosa con pelos, a quién acaricio como si fuera un cachorro o algo, la misma se había sentado sobre sus patas traseras frente a Eliza, parecía realmente estar amaestrada o algo, pues la seguía en todas las órdenes que ella daba. Tenía también una correa alrededor de su cuello, la cual Eliza sujeto para asegurarlo, luego volvió a colocarse sus gafas.

¿Me llevas? ¿Enserio?  Ay es que te juro que ya me habían repetido cual era el edificio pero es que todos se ven iguales. . – Claro que como era ella no había notado aun que todos los edificios tenían el nombre de la facultad, ¿quién se molestaba en andar viendo eso? Ella no, por supuesto.  Se adelantó coqueta hacia él y lo sujeto del brazo con la mano que tenia libre, la otra por supuesto seguía sujetando la correa de su peculiar mascota.

Josephine, Roshel, Constance, Carherine, Mauro, nos vamos, recojan todo lo más pronto posible, tenemos que ir a nuestra nueva aula, espero que no se hayan acabado el papel tapiz porque es el ultimo rollo que quedaba… -  Se había dirigido a sus sirvientes, algo que era muy común en Elizabeth era que no levantaba la voz por más emocionada que pudiera estar, siempre mantenía un tono agradable para no incomodar a las personas.  Luego le volvió a sonreír al profesor Ezequiel y ladeo un poco la cabeza.

Bueno te acompaño, llévame por favor.. – Ya no le estaba hablando de “tu” prefería lo más informal, al menos en esos momentos el profesor ya se había convertido en un nuevo amigo para ella.[/b]

Menos mal que Ezequiel nunca sabría de ese beso perdido o lo lamentaría para los restos... Al fin y al cabo, ¿cuántos pueden jactarse de haber besado a alguien tan bella? Estaba realmente fascinado porque apenas hacía unos minutos que la conocía y ya podía notar que era una persona incluso más desconectada de la realidad que él mismo, y eso lo pensaba un hombre que a base de tomar café podía estar cuatro días seguidos operativo hasta desplomarse por no acordarse de dormir.

Y le encantaba, era como ver a una persona tan absorbida en sí misma que había cruzado la egolatría de lado a lado y había salido por el extremo opuesto, llegando a un punto donde veía el mundo a través de un halo rosa de paz mundial, generosidad malentendida y tarta de manzana. Ezequiel estaba seguro de que si sacaba un ramo de rosas enorme de la nada y se lo daba Elizabeth, ésta lo tomaría e inclinaría la cabeza para recibir una corona de Miss como acto reflejo.

Tomó el brazo y escuchó de su problema para orientarse. Mientras la mujer les daba las últimas indicaciones a los elfos -por Merlín, que no rompieran nada más- él había tenido un golpe de inspiración. Ya visualizaba piezas mecánicas de relojería mágica, apenas trazos de un plano, encajando entre ellas rodeadas de diagramas y ecuaciones, entremezclándose entre si, evolucionando, primero una snitch modificada y luego... Si... Tenía la magia, tenía la tecnología, podía hacerlo.

Salió del aula sabiéndose envidiado por cuanto varón se cruzasen.

-Por aqui, acompáñame Elizabeth- dijo él también adoptando ese tono informal que tanto le agradaba -Sabe estaba pensando que si me da unos días, podría regalarle algo. Sería como una especie de Snitch, pero que en vez de volar al azar, huyendo de usted, volaría en torno suyo hasta que le dijese un lugar de la universidad. Entonces... Mmmm...- La miró pensativo. Esta mujer parecía más distraída incluso que él, por decirlo amablemente -una vez dicho el lugar, la bola emitiría un canto, o tal vez un trino... y la guiaría hasta el sitio volando despacio. Si es un trino podría...- Miró al infinito, examinando los planos que ya eran reales en su imaginación. Se sucedieron sutiles cambios de forma en el armazón, un poco de arte aquí y allá... -podría darle forma de un colibrí. Un pequeño colibrí de cobre y coral rosa que estaría posado en su hombro hasta que quisiera un guía para ir a otro sitio. ¿Le gustaría?-.

Durante la exposición ya habían salido del edificio de Manufacturas. Ezequiel la fue guiando por el amplio paseo de la arboleda hacia el bloque de Humanidades. Ya, sin poder resistir la curiosidad por saber de qué la conocía, preguntó:

-Y dime Elizabeth, ¿dónde puedo haberla visto antes?