We get sick together -Mina-

Desde que habló la última vez con Marcellus Lovecraft, habían pasado ya varios días. Durante ese lapso de tiempo, el animago sintió que lo seguían. No había lugar en donde no sintiera que había ojos que lo vigilaban. Al principio, creyó que eran miembros de la secta, que de alguna manera se habían dado cuenta que él sabía demasiado sobre ellos. Esa tarde, había sentido exactamente la misma sensación; tener la mirada de alguien clavada intensamente en la nuca. Salió de clases bastante agitado, sudaba en frío y volteaba a todos lados, tratando de ubicar a quién lo estaba siguiendo. En algún momento siguió los pasos del entramiento para cuando eras perseguido, sin embargo, esto iba mucho más allá de cualquier cosa. 

Su ritmo cardiaco aumentó de un momento a otro al pensar en Mina, esa mujer era partícipe activa de la secta y le había mentido tan descaradamente la primera vez que lo confrontó que, no dudaba que tuviera que ver con esa sensación incesante de persecución. Corrió con toda la fuerza que le dieron las piernas, apretando la varita con una mano y con la otra sosteniendo el par de libros que llevó a clases. Cada vez lucía más agitado y perdido, volteaba hacia atrás constantemente para asegurarse de que no lo estuvieran siguiendo. Tropezó varias veces con diversos alumnos y siguió su camino. 

Siguió corriendo, abriéndose paso a la fraternidad Epsilon Alpha Chi. Lucía pálido y con el gesto de preocupación que no se le borraba con nada. De entre las chicas de la fraternidad, logró ver a Mina, a quién jaló del brazo toscamente y se llevó casi a rastras hasta su habitación, subiendo las escaleras y ubicando con precisión su cuarto. Al encontrarlo, abrió la puerta, metió a la chica a la fuerza y la cerró de golpe, echando el pestillo al finalizar para luego abalanzarse encima de Mina, cubriéndole la boca con la mano izquierda y  poniendo su varita sobre sus labios, en señal de silencio.

-¡Shhhhh! No se te ocurra abrir la boca para gritar...¿Cómo pudiste....? ¡Mierda! Tienes que ayudarme...necesito que me enseñes oclumancia...¡rápido!-

Como siempre, trataba de llevar una vida normal. Aún seguía resolviendo demasiadas cosas en su cabeza, pero ya había aprendido a manejar su vida de la forma más sana posible, si esa palabra acaso existía en el vocabulario de su día a día. Precisamente aquella noche tenía que acudir a ese sótano, como muchas tantas, pero no se imaginaba que la sensación posiblemente sería distinta.
 
Estaba con algunas chicas de su fraternidad cuando de pronto sintió que alguien la jaloneaba. Primero, como era obvio, se asustó mucho, pero al ver que se trataba de Lucian incluso aflojó el cuerpo y les hizo señas a sus compañeras de que no se preocuparan, que era un loco, pero lo cierto era que estaba contrariada por su actitud.
 
-¿Qué te sucede? ¿Qué diablos te pasa?
 
Le preguntó apretando los dientes. Para cuando la metió en su cuarto, ya estaba fúrica y lo miraba con una expresión iracunda. Iba a abrir la boca justo en el momento en que él se lanzó contra ella para tapársela. Frunció el ceño y luego forcejeó para que la soltara. ¿Que le enseñara oclumancia ella? No se sentía capaz de una cosa así y además no podía. Con Marcellus había aprendido que a veces la mente dejaba ver al otro cosas que uno no quería, que podía haber choques accidentales.
 
-¿De qué estás hablando? ¿Oclumancia yo? No soy lo suficientemente buena. ¿Cómo pude qué? Tranquilízate y deja de apuntarme con tu puta varita.

Manoteó para separar la punta de la misma lejos de ella, de su cara y de su boca. De verdad, inocentemente, no entendía un carajo.

Estaba sumamente nervioso, excitado, con el corazón palpitándole casi al punto del paro cardíaco. No iba a permitir que jugaran con su mente, era ahí en donde se vería el temple, la voluntad de Lucian de no caer sin haber luchado. Aunque le partiera el alma pensarlo, él no iba a terminar como Laise. Sería mucho más precavido, más inteligente en su actuar, o al menos eso quería creer. Mina se soltó de su agarre y con la reacción típica de quién no entiende una mierda, comenzó a cuestionarlo. 

- ¡Me importa un carajo si no eres buena! Necesito que me enseñes...¡ya! Necesito proteger mi cabeza. Nadie puede saberlo...¡Nadie! - 

No dejó de apuntarle con la varita en ningún momento. Le asqueaba verla, sentía que estaba traicionándose a él mismo por acudir a ella. Pero era su única esperanza, no podía ir con Marcellus porque sería levantar sospechas entre aquellos que pensaba que lo seguían. Se limpió el sudor con la camisa, intentando vanamente recuperar el aire y tranquilizarse. 

-Todo es tu maldita culpa. No puedo creer que todo este tiempo me hayas visto la cara. Lo hiciste dos veces Wilhelmina...espero que tengas una buena excusa para haberlo hecho...pero ya habrá tiempo de ajustar cuentas. ¡Enséñame oclumancia de una puta vez!-

Le apuntó con la varita, girándola hacia abajo y conjurando como un loco de remate varios cave inimicum, specialis revelio, protego, muffliato, entre otros. Pateó los libros que él había llevado y que previamente tiró al suelo, moviéndolos hacia un lado. No dejó de ver a Mina ni un solo segundo, sentía que cualquier instante en el que dejara de hacerlo, ella lo atacaría o lo dejaría desarmado. Las gotas de sudor caían de su frente alrededor de sus ojos, impidiendo que tuviera una vista clara de la habitación. 

-Deja los juegos, Schweinsteiger...¡Por todos los dioses! toma tu varita lentamente y ayúdame con esto. Si intentas otra cosa...Por favor, no me obligues a hacerte daño-

Entre más tiempo pasaba –aunque en teoría las cosas estuvieran yendo demasiado rápido- más se exasperaba por esa situación de la que no entendía un carajo. Lo vio conjurar un montón de hechizos de protección y ella, como acto reflejo, apretó fuertemente su varita también. Nunca se sentía insegura cuando al menos tenía su varita a la mano.
 
No entendía de qué carajos le hablaba cuando le decía que le había visto la cara porque como siempre, era la última en saber cuando alguien contaba sus secretos y demás. Así que en verdad, estaba en blanco en esa situación. Ella, hasta donde sabía, no le había mentido, no al menos con lo que estaba en sus manos poder decir.
 
-En primer lugar no me amenaces, no podrías hacerme daño aunque lo intentaras.
 
No hablaba de cuestiones románticas sino porque de verdad se sentía demasiado segura de si misma mientras tuviera su varita a la mano. Esas eran la clase de situaciones en las que se alegraba de ser buena bruja y, como no, tener buenos contactos que le enseñaran a serlo aún más.

-Y ya te dije que no puedo, no soy lo suficientemente buena, no sé legeremancia y necesitas saber ambos para poder hacer algo con la mente de alguien más. Así que por qué no te calmas de una vez por todas y me dices de qué se trata toda esta locura. No juegues con mi paciencia, Lucian. Y si no te vas a calmar, lárgate mejor.

Entonces fue ella quien lo apuntó con la varita, aunque en realidad le costaba mucho trabajo el gesto y se notaba que la apretaba con demasiada fuerza en la forma en que los nudillos se le ponían más blanquecinos que de costumbre ante el agarre.

Levantó la cara para ver al techo, en un reflejo de ansiedad. Le estaba costando muchísimo respirar y calmarse. ¿Qué le había hecho pensar que Mina cooperaría así de sencillo? Negó con la cabeza mientras seguía escurriendo sudor de la frente. Poco a poco le caía en los ojos, evitando que pudiera ver correctamente. Seguió apuntándole con la varita, apretando cada vez más fuerte. 

-¿Quieres apostar?-

Sus sentimientos hacia ella decrecieron ni un solo miligramo en todo ese tiempo, no pasaría ahora, sin embargo estaba en una crisis mental que le impedía razonar con propiedad. Le dijo a Marcellus que no le diría nada sobre la secta y lo iba a cumplir pero necesitaba que toda esa información que tenía en la cabeza estuviera sellada. No quería olvidarla, solo debía protegerla a como diera lugar. 

-¡Maldita sea! necesito sellar esto, guardarlo, que nadie lo encuentre en mi cabeza. Me están cazando, Mina...ellos lo están haciendo.

No iba a revelar su nombre nuevamente. Marcellus había dicho que el nombre generaba poder, Lucian creía que si se debía temer, era al hombre no a la palabra, estaba comenzando a pensar que estaba muy equivocado. 

-Eres la única opción que tengo ahora, si no eres tú no, no es nadie. Si no lo haces por las buenas, lo haràs por las malas...-

El único cambio en su expresión fue arquear una ceja cuando le preguntaba si quería apostar. En verdad jamás lo había visto así y en su mente se habían empezado a forjar miles de teorías y de cosas respecto a su estado mental. Sin embargo, cuando le dijo que lo estaban cazando, su expresión cambió radicalmente. Abrió mucho los ojos y por inercia apretó más fuerte la varita.
 
-¿Quiénes te están cazando? ¿De quién hablas?
 
Se le ocurrió todo, cualquier cosa, y eso la hizo sentir mucho miedo. Pero decidió tranquilizarse y no sacar conclusiones apresuradas. Lucian no sabía nada de la secta así que no podían ser ellos, quizá los aurores, aunque su madre fuera la jefa del departamento. No entendía nada y sentía que de pronto su desesperación por no entenderlo comenzaba a escalar a niveles peligrosos.
 
¿Y si alguien sabía sobre ella? Entonces el rumor se extendería y llegaría a los Venerables más rápido que tarde, y todo se iría paulatinamente al carajo, incluyendo su vida. Sintió que la cabeza le iba a estallar por una migraña inminente.
 
   
-¡Ya te dije que no puedo enseñarte! ¿Qué es tan difícil de explicar? ¡No soy una puta legeremaga, no puedo ayudarte! Lucian, ¿quién te está cazando? ¿quién te está siguiendo? ¿le hablaste a alguien de mi?

Era increíble que se hiciera la tonta, fingir demencia no le serviría esta vez. Lucian estaba cansado de que el mundo entero le mintiera y le ocultara asuntos de gravedad. Ya no iba a permitir que lo siguieran haciendo. Levantó más la varita, apuntando a la cabeza. Sentía que la ira lo comenzaba a consumir desde adentro. Tenía que ponerle un puto alto, a ella y esos malnacidos de la secta. 

Se le fue encima, tomando con suma fuerza sus muñecas y azotándola contra la pared más cercana. Se acercó a ella observando si en sus ojos existía alguna pizca de sentido común y bondad. No podía ser que la mujer que más amaba en la tierra fuera parte de un grupo de asesinos. Quería ver el miedo en su rostro, que lo sintiera desde la cabeza hasta la punta de los pies, que temblara al saberse arruinada, porque ya sabía toda la verdad. 

-¡No le hablé a nadie de ti! No eres el puto centro del universo Wilhelmina, no lo eres. Solo tú puede hacer esto...a menos que me vendas con ellos...-

La azotó de nuevo contra la pared, esta vez con menos fuerza. El rostro del animago se enrojecía del coraje cada vez más, sentía que iba a vomitar de las náuseas que le daba estar frente a ella, lidiando con algo que claramente no podían manejar, ni ella ni él. 

-¡¿Por qué, eh?! ¿creíste que nunca me iba a enterar de lo que hacen? Pensaste que podrías mantenerme alejado para siempre ¿no? ¡Contéstame! No te hagas la idiota conmigo, sabes bien a qué me refiero. Si no lo digo es por que no quiero que te maten, aunque yo mismo quisiera hacerlo en este momento-

Si no era eso entonces no entendía un carajo. Estaba siendo lo más paciente posible porque se trataba de Lucian pero le estaba haciendo las cosas difíciles como nunca y Mina no sabía cómo manejarlo ya. Seguramente cuando la miró a los ojos, el Alpha únicamente pudo notar una mezcla de temor y de ira, una pésima combinación para alguien que buscaba sentido común –algo de lo que siempre había carecido- y bondad.
 
Apretó los dientes y forcejeó al sentir que su cuerpo golpeaba contra la pared. Se removió bajo su agarre apretando los labios y por un momento dejó de escucharlo hasta que su cabeza hizo las conexiones precisas. Lucian sabía, lo sabía todo. Sabía quién era ella, lo que hacía, con quién lo hacía. Pero al parecer estaba mal informado de cualquier forma. ¿Y quién coño se lo había dicho? ¿Cómo se había enterado? En ese momento de completo pánico ni siquiera pensó en Marcellus pero era lo lógico ¿Cómo si no tenía esa información sin estar ya muerto?
 
-No tienes ni puta idea de lo que estás hablando. No la tienes, te lo juro.
 
Desvió la mirada, que tenía acuosa por la sola idea de imaginar que estaba demasiado cerca de ser descubierta por quienes menos debían. Por pensar que realmente Lucian había cometido una locura y ahora todo estaba en peligro. Apretó los labios y echó el cuerpo hacia delante en un intento por deshacerse de su agarre. Luego volvió a pegarse contra la pared, con una mejor idea en mente. Lo miró a los ojos y le dibujó una media sonrisa antes de negar con la cabeza.
 
-Porque si lo supieras, no estarías aquí jodiéndome. Estarías perfectamente consciente de lo que puedo hacer contigo, así que suéltame de una vez.
 
Claro que estaba aterrada. Tan solo pensar en lo que McJicahm podría hacer, en las formas terribles en las que Auberon podría vengarse, en la forma en la que Werther la miraría. Pero no iba a dejarse amedrentar, no iba a entrar en pánico. ¿Por qué le reprochaba haberle mentido en eso? ¿Qué coño esperaba? ¿qué le dijera todo poniendo en peligro su propia vida? Podía adorarlo, pero eso no la convertía en una idiota.
 

No lo pensó mucho y, llevada por la Wilhelmina que había intentado dejar atrás en Salem, y todo lo que había aprendido de Jesse en su adolescencia, le dio un cabezazo firme en el puente de la nariz para, por lo menos, hacer que la soltara de una buena vez.

Cuerpo del mensaje...-¿No? ¿No lo sé? Y qué esperas para explicarme eh? No puedes verdad? Eres la clase de arpía que le vendió su alma a un bastardo solo para hacerse camino en el mundo. ¿En qué clase de perra te has convertido, Wilhelmina?-[/b]

Nuevamente se soltó de su agarre y el animago apretó la mandíbula, hirviendo de furia. Ya no quería seguir escuchándola pero aun dentro de la rabia contenida y de su nublado juicio tenia la esperanza que la Mina de la que se enamoró, la qu era su mejor amiga, permaneciera dentro de ella.

Poco a poco estaba siendo llevado a la locura, al ansia de acallarla, de ya no tener que escuchar sus estupideces. Le punzaba la cabeza de forma gradual, cada vez era mucho más intenso el dolor. Y solo se acrecentó con el golpe que me propinó en la cara, rompiéndole el tabique. La sangre goteó de su nariz y se tambaleó sin llegar a caer, se llevó una mano a dicha parte de su rostro instintivamente. Al ver el líquido carmesí brotar, la conciencia del animago quedó brutalmente reducida.

- En tu puta vida me vuelvas a tocar, Perra malnacida!-

Gritó hecho una furia. Se acercó amenazante y le dio una bofetada con el dorso de la mano y tomándola del cuello con fuerza, apretando para evitar que tomara aire en sus pulmones. Temblaba de la rabia mientras asfixiaba a Mina.

- Te lo dije. Te dije que no me provocaras y que es lo primero que haces...hacerme encabronar. Te gusta esto no? Que te traten como una cualquiera. Debi imaginarlo...-

No había querido llegar a eso pero no le había dejado otra alternativa. Puso su varita justamente en su vientre, quería reventarle las entrañas, dejar que se desangrara hasta que pidiera misericordia y perdón. Pero por mucho odio que sintiese en ese momento, no podía matarla. Pese a todo, seguía amándola como un completo estúpido.

¿Qué en qué clase de perra se había convertido? En la que, de una forma u otra, Jesse la había orillado a ser, o eso le gustaba pensar, para poder echarle las culpas a alguien, aunque en el fondo quizá siempre había sido esa que solamente hasta verse orillada a sufrir había decidido salir al exterior. Como fuera no iba a decir nada, ni la más mínima cosa, que la pusiera en peligro. Jamás. Iba a aguantar ahí hasta que supiera que aquella revolución tenía posibilidades reales, hasta que supiera que iban a ganar, entonces no importaría nada.
 
Pero a pesar de estar consciente de su propio tiempo en el mundo y de saber que había altas posibilidades de que fuera poco, no planeaba que las cosas se dieran de ese modo, ni morir a manos de Lucian ni de nadie, no así. Así que por más que el asunto pintara muy mal, Mina no iba a dar el brazo a torcer. Mientras se recuperaba aprovechó para aplicarse el puño de hierro en el brazo izquierdo, un hechizo familiar que se tenía tan aprendido que no le costaba ya nada de trabajo.
 
No le importaron las cosas que le dijo, le habían hablado así antes y le daba lo mismo. Si acaso, sentía que algo le dolía porque era él quien se las decía. Ladeó el rostro al sentir el golpe y de inmediato la zona comenzó a punzarle con fuerza, pero eso solamente sirvió para enojarla más, para hacerla sentir que perdía la vulnerabilidad y el dolor de saber que había perdido a Lucian a cambio de una ira incontenible.
 
Porque no le sorprendía, porque siempre terminaba todo en tragedia. Lo advertía, que no era fácil lidiar con ella, que les jodería la vida. Ahí estaba el resultado. Su mirada parecía contestarle siempre lo mismo, un constante “no tienes idea”.  Sintió que el aire le faltaba y hubiera querido tener voz para maldecirlo, para desollarlo, para hacerle ver que sí, que en efecto había cosas con las que no se jugaba. Aferró la varita pero la falta de aire le impidió conjurar, así que lo único que pudo hacer fue volverlo a golpear, un golpe de lado con el puño de hierro, para que volviera a soltarla, y un segundo golpe por si el primero no había sido suficiente, mientras con la otra mano manoteaba la varita con la que la apuntaba en el vientre, acto que la hizo sentir demasiado desesperada de pronto, para luego arañarle la cara, peleando como una demente solamente para volver a sentir que el aire llegaba bien a sus pulmones.
 
Y por su mente pasaban demasiadas cosas. Que en efecto, todo se había descubierto y que Lucian estaba actuando bajo la maldición imperius por órdenes de Wardwell, que simplemente alguien le había contado las cosas mal y a medias al animago y pensaba cosas que no eran, que todo se había ido irremediablemente al carajo.

Lucian se encontraba en esa fase de la decepción en la que ya nada de lo que pudiera hacer o decir, tenía compostura. Todo estaba jodido, hasta la raíz, sin ninguna posibilidad de salvación. Estaban destinados a siempre tener que ir hasta los extremos por todo. De nada había servido la charla de Diamond Park, donde creyeron que su relación había superado las inclemencias del destino y de su propio actuar, pero no fue así. Ellos también estaban sumamente dañados. Lucian también se había dado cuenta, amargamente de que iba a amar a una mujer que rayaba en lo soez y que no había nada que hacer al respecto, por más que lo intentara. Verla a los ojos mientras se le escapaba el aire, lo estaba llenando de una infinita tristeza, nunca se imaginó que las cosas llegaran a ese punto. Recibió el primer golpe con típico puño de hierro y le abrió una ceja, pero no se inmutó, siguió apretando, perdiéndose en la ira, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por el dolor que estaba sintiendo. 

Apretó más la quijada, imponiendo fuerza pero no duró mucho tiempo, el segundo golpe con el puño de hierro lo dobló, dejándola ak fin y soltándo un gruñido de dolor. Le alcanzó a abrir el pómulo y también arañar la cara mientras la retuvo. El ardor y el sangrado de su rostro empezaron a hacerse notar muy rápido. Le movió la varita de lugar y creyó haberla perdido pero afortunadamente la logró atrapar. Se dolía muchísimo, tocándose con la mano libre las zonas que golpeó. Levantó la vista, junto con la varita y conjuró:

-Crucio...-

Ya no estaba pensando. Aquel Lucian tranquilo, amable y siempre sonriente ya no estaba, solo existía en esa habitación un hombre dolido y cegado por la furia que solo quería provocar el más inimaginable dolor, por haberse sentido desplazado, humillado, relegado y olvidado por quién creía era uno de los pilares de su vida. El corazón le latía a mil por hora, impulsándolo a querer verla sufrir como si no hubiera mañana pero no. No podía, era la mujer de su vida, se sentía hecho una mierda por hacerle todo aquello y seguramente jamás se lo perdonaría pero creía -dentro de su absurda conciencia- que solo así podría sacarse la mierda que llevaba en él. 

-Solo así entiendes ¿cierto? a golpes, con dolor, como un asqueroso perro al que se le tiene que enseñar a obedecer. Te metiste en asuntos turbios ¿con qué fin, eh? y lo que es peor, coludida con los asesinos de mi hermana...-

La maldición imperdonable le llegó de golpe, inesperada. Sintió ese terrible dolor que se apodera de cada hueso, cada músculo, que corre por las venas. Pero por suerte no duró demasiado. No sabía si Lucian había lanzado antes o no una maldición imperdonable, o si quizá la estaba lanzando consciente de que cometía una locura, pero pudo recuperarse luego de que tuviera que apretar la boca para no soltar ni un pequeño grito. No le iba a dar ese placer a nadie, en lo absoluto. Había caído con una rodilla en el piso, y al levantar la mirada, ya no era la misma.
 
Había querido a Lucian como a ningún otro. Había sido su amigo desde que tenía memoria y si nunca habían tenido nada, había sido porque ambos se habían obligado a verse así y porque sus vidas habían transcurrido sin más. Pero Lucian había sido quien la había enseñado a transformarse, Lucian había sido quien la había visto cambiar, evolucionar, volverse otra. Y ahora, de nuevo, volvía a ser testigo de un cambio más.
 
Mina se había metido en la secta primero por influencia de Miles, de Werther, de Lucienne. Había buscado poder y lo había encontrado, había buscado venganza, pero con el tiempo se dio cuenta de que quería más, que eso no le servía. Y después había empezado la revolución, y el ser poseedora de todos esos secretos le daba a los rebeldes armas como jamás podrían soñarlas, secretos, accesos. Pero había ido con demasiado cuidado en todo ese tiempo, siendo Marcellus su único tropiezo y a la vez, también, su mejor aliado, por la oclumancia, algo que no habría podido controlar de estar sola.
 
Pero había algo más. El poder, la magia. Ser capaz de dar vida, de quitarla, de manipularla. Algo que iba más allá de cualquier cosa. Magia tan poderosa que incluso era capaz de quemarte por dentro. Cuando alzó la vista hacia Lucian ya no era la Mina desinteresada que quería la revolución más que nada y que podría, en cualquier caso, ponerse a razonar con quien estaba enfrente. Era su ser más descarnado, más indolente. Porque nadie le iba a poner un dedo encima así sin más. Ni siquiera le importó que le dijera que eran los asesinos de su hermana, le daba igual, no entendía y no le importaba, en ese momento era ella, su asunto, su demostración. Y nada más.
 
Werther estaría orgulloso. Era una lástima.
 
-¿Asuntos turbios? No sé de qué estás hablando…
 
Dijo una vez más. Claro, no podía decir nada. Pero lo podía mostrar.
 
No iba a poder gritarle “es por esto, por esto y por todo lo demás que podría hacer si acaso vuelves a meterte conmigo” “es por esto, que nunca podrás alcanzar” “es por esto que tú eres el perro y yo, soy todo lo que vas a ver ahora”.
 
Su varita dejó escapar el conjuro de una maldición que había aprendido de ellos, de los Venerables y que, en algún momento, serviría precisamente para destruirlos, siendo ese virus que era desde adentro ya. Pero en ese momento servía para dejarle ver que había cosas con las que no se jugaba, con las que no debías entrometerte o en su defecto, con las que debías ser absolutamente cuidadoso, pensar fríamente. Su habitación se llenó de sombras, una especie de oscuridad densa y tétrica. Era ese poder el que todos los que estaban en esa Secta buscaban, el mismo que ella deseaba disolver, pero que claro, le era tremendamente útil. Si Lucian quería saber las razones, ahí estaban, y si no podía conectar la relación de Mina con ese lugar y la revolución, ese ya no era problema de ella.
 
La llamaban La Maldición del Desollado y la ironía era mucha. La misma que le habían aplicado a Adrien por culpa de Laise, como en una especie de justicia divina, ahora la estaba sintiendo su hermano. La piel de sus manos comenzó a desprenderse lentamente, a separarse de sangre y carne, a doler como nada. Siguió hasta sus brazos, escaló hasta sus hombros.
 
-¿Ya lo entendiste o quieres que siga?

Podía parar, volver todo a la normalidad. Sentía la boca salina, las lágrimas luchando por brotar de sus ojos, pero más que eso, una furia incontenible porque se había atrevido a maldecirla. Se pasó la lengua por los labios al sentir la boca seca. Pero no había marcha atrás, ya no. Esa era, quizá, la mayor muestra que le podía dar a alguien de lo que hacía, por qué, y para qué. Era una lástima que todo fuera tan jodido. Estaba harta de esas mentiras de mierda, de que le dijeran que la amaban para luego apuñalarla por la espalda, estaba harta de tantas palabras vacías y tanta estupidez. Estaba harta de todo.

No entendía lo que había hecho. Si después de aquel momento se pusiera a pensar que le había hecho daño a la mujer que más amaba, simplemente no daría crédito. Lo hecho, hecho estaba. Ahora sería el objetivo del odio de Wilhelmina, no tenía escapatoria y comenzaba a aceptar que así iba ser por el resto de sus días. Nuevamente, negó estar involucrada en aquello de lo que había estado escapando esa tarde, de esas fuerzas oscuras y descomunales que todo lo pudrían, que todo lo corrompían, el claro ejemplo era ella. Lucian la miró, como la última vez que se vieron en Salem, antes de la graduación: con el cabello suelto, desarreglado, una camiseta holgada, pantalones cargo y zapato deportivo. Llena de moretones y raspones y con esa sonrisa limpia, sincera e  íntegra que siempre contagiaba al animago. 

Fue su turno de levantar la varita y lo que vio salir de ella, lo atemorizó. Se hizo para atrás tratando de prevenir por donde venía aquel golpe pero solo vio oscuridad. De pronto, el dormitorio de Mina se tornó frío y y espectral, un escalofrío lo recorrió de los pies a la cabeza, sin embargo debía mantenerse en pie, costara lo que costara. Ella no había querido decirle nada pero lo estaba mostrando, ahora vería, para su desgracia, de lo que en realidad era capaz. La piel comenzó a escocer de una forma brutal, ardiendo lentamente, desprendiéndose con una enajenada lentitud. Lucian lanzó un horroroso grito al sentir aquello, sus manos le temblaban mientras veía como poco a poco, el músculo al rojo vivo se dejaba ver en las puntas de sus dedos para recorrer su mano como si fuesen un millón de hormigas. 

Ya no volvió a gritar, apretó los labios en una firme línea y las lágrimas comenzaron a salir sin poderse detener. Esa era la mujer a la que había amado tantos años, ese era el monstruo en el que se había convertido. Se acercó lentamente, inflando las mejillas con aire para tratar de soportar el dolor. Entrecerraba los ojos entre cada temblor que brotaba se su cuerpo. El sudor pobló su cuerpo otra vez, mojando su frente y los brazos. Daba pasos cortos y con muchísimo esfuerzo, no dejaba de mirarla ya no con odio, sino con resignación. Iba a a morir ahí, a manos de Mina. 

-Pue..des hacer lo que sea...matarme incluso, eso solo me dará la razón de lo que te has convertido...-

Se le dificultaba mucho articular palabras, pero lo logró con un esfuerzo descomunal. La tomó del mentón y le dio un beso corto, en los labios antes de caer de rodillas, vencido por el dolor. Ya no tenía escapatoria, sería última vez que viera la luz del sol. 

-...y sin embargo, estoy dispuesto a pagar el precio para no ponerte en riesgo...mátame Mina-

Sentía que su cuerpo temblaba completamente. No era la primera vez que tomaba una vida, pero sí era la primera vez que dañaba a alguien que quería –no emocionalmente- y que le importaba. No se había imaginado jamás llegar a ese punto. Se sabía un monstruo, una loca jodida que había manipulado, mentido y asesinado con tal de obtener lo que quería, y que no conocía el remordimiento, pero si había podido pasar por todo eso era solamente porque jamás había tenido que hacerlo con nadie que significara algo para ella.
 
Frunció los labios y lo miró con irá, casi con desdén. No entendía por qué le había hecho eso, porque la había orillado a tal cosa. No le importaba que le repitiera que se había convertido en alguien irreconocible, eso ya lo sabía, lo había sabido desde que había tomado su primera vida en el sótano, desde que había obligado a Jesse a tomar una vida también, por un capricho. Estaba plenamente consciente de quién era.
 
Ladeó el rostro cuando la besó, como si no quisiera darle eso en lo absoluto. Lo volvió a mirar con dureza y sin querer soltó una risa infame cuando le dijo que estaba dispuesto a pagar el precio para no ponerla en riesgo, cuando le pedía que lo matara.
 
-Te lo dijo Marcellus, ¿cierto?
 
No parecía tanto una pregunta como una afirmación que ella misma se hacía ya que volvía a tener la cabeza fría. Era el único que podía habérselo dicho. ¿Y para qué? ¿para que fuera a intentar torturarla de ese modo?
 
-¿Y de qué hablas? ¿ponerme en riesgo? Acabas de lanzarme una maldición imperdonable, Lucian, por no decir todo lo que me dijiste. ¿Y sabes qué? No voy a dejar que esto fracase solamente porque estás demente.
 
Movió la varita para regresar la piel a su lugar. No había llegado demasiado lejos de cualquier forma. Después volvió a apuntarlo con la varita, plenamente consciente de su decisión.
 
-Tu amor es una mentira, como el de Marcellus también lo fue. No han hecho nada más que lastimarme, de diferentes formas. No lo voy a permitir. Obliviate.
 
 Lo que buscaba era borrar de su mente todos sus recuerdos sobre ella y aquella revolución, sobre la secta, sobre ese mismo momento. Volver todo atrás, hasta antes de que le dijera que la amaba, hasta antes de que supiera que estaba en peligro. Porque no había nada que pudiera hacer por ella, y no había nada que ella pudiera hacer por él. Le dolía, porque había pensado que quizá en él encontraría un compañero de por vida, que la ayudara en todo eso, pero se había equivocado, como siempre.

Creyó que estaba perdido, sinceramente lo creyó. Verse así, acabado frente a Mina fue lo último en sus planes, lo que quería era que lo ayudara a mantener ese secreto suyo oculto de todos. Lamentablemente, Lucian era un hombre explosivo e impulsivo que aún no aprendía las consecuencias de sus acciones. No iba a mentirse ni a mentirle a ella, quería que sufriera, que sintiera lo que él había sentido con cada decisión que tomó para alejarlo, alegando lo que fuera. Aún le temblaban las manos del dolor y la piel seguía desprendiéndose sin detenerse. Cuando escuchó el nombre de Marcellus, la miró fijamente, ya no había rastros de bondad en ella, le daba una inmensa pena que así hubieran ocurrido las cosas. 

-No importa quién me lo haya dicho...-

No lo negó pero tampoco lo confirmó, no iba a arriesgar nuevamente al Lovecraft, aunque Mina ya estaba dando por entendido que había sido él. Además de que seguramente el propio Marcellus sabía que tarde o temprano iba a pagar por su indiscreción. 

-¡Por que no quiero que te maten! ¡Con una puta mierda! Pese a todo quiero que estés viva. Eso fue para que te des una ligera idea del dolor que yo siento...- 

Vio la firme decisión en sus ojos de terminar con su vida pero no fue así, al contrario, poco a poco el dolor menguaba, ella parecía retirar aquella maldición que había puesto sobre el animago. Se levantó del suelo a como pudo cuando vio que sus manos estaban restaurándose. De todo lo que pudo haberle dicho, eso fue lo único que lo hirió profundamente, su amor no era una mentira, era tan real, tan jodidamente real que por eso actuó como un desquiciado, por que se sentía traicionado. 

-¡No! No voy a permitir que me quites esto-

No solo se refería a la información que poseía, sino a su amor que aunque ahora fuera un homúnculo de ira, era lo único real para él. Justo cuando ella apuntó y conjuró aquel hechizo para que olvidara todo, Lucian fue más ágil y movió su mano de un manotazo para que pegara y se deshiciera en la pared. Le hormiguearon las manos del nerviosismo y soltó la varita, dejándola caer sobre el suelo. Estaría completamente a su merced. 

La tomó de la nuca violentamente y la obligó a besarlo. El contacto con sus labios lo tensó, sentía como si una llama ardiente lo quemara por dentro. Con ambas manos la sostuvo mientras la besaba, forzaba la entrada con su lengua que exigía probar el sabor de la boca de Mina. Nunca antes la había deseado así, si lo iba a matar, que lo hiciera pero no se iba a ir de este mundo sin haberla besado por última vez.

Vio con pánico como su hechizo rebotaba en la pared a su lado. Su mirada fue de nuevo hacia Lucian y de nuevo lo apuntó sin poder hacer nada más antes de sentir su beso, violento y ansioso, que la descolocó por completo. No entendía nada, no entendía qué era lo que quería que sintiera, lo que quería que comprendiera. Más bien sentía que él no la entendía a ella, que todos los días ya eran suficiente tortura, que todos los días moría de miedo, de incertidumbre, que no podía con la paranoia y el temor latente a ser descubierta. Y que a la vez simplemente no podía pedir ayuda, ni aceptarla, porque el peso que cargaba sobre sus hombros era demasiado, e incluía un juramento inquebrantable con terribles consecuencias. No sabía por qué Marcellus no se lo había dicho así.
 
Sintió perfectamente la fuerza de sus manos contra su nuca, sus dedos enredándose en su cabello, la presión de su lengua contra la de ella. Sintió que volvía a perder el aliento y estaba realmente confundida, fuera de sí, pero también enojada porque se sentía burlada, completamente herida. Enterró los dedos en el cabello de Lucian y tiró de él ligeramente unos segundos antes de poner todo su esfuerzo en romper el contacto y darle una bofetada, un gesto relativamente inocente en comparación a sus golpes con el puño de hierro, o a las consecuencias de la maldición del desollado.
 
-¡No entiendo qué quieres que de mi!
 
Le dijo casi con desesperación. Por acto reflejo lo empujó hacia atrás con ambas manos como si fuera a iniciar una pelea. De verdad que no entendía. La había maldecido y ahora la besaba como si la vida se le fuera en ello. Lo sentía todavía en los labios.
 
-¡No me toques! Y no entiendo cómo pretendes mantenerme viva si lo primero que haces al venir aquí es acorralarme, herirme. ¡No entiendo qué buscas! ¡No lo entiendo! ¿Y qué me espera, eh? ¿Saber que eres tan volátil que en cualquier momento puedes joder todo lo que he construido? ¿Saber que el coraje que tienes hacia mi por quién sabe qué puta razón en cualquier momento podría arruinarlo todo?
 
Volvió a abofetearlo, presa de una desesperación más infantil que la de hacía un rato. Al menos sentía que había dejado claro su punto: que las cosas no eran tan fáciles y había cosas con las que no se podía.
 
-Tengo que borrarte

De su vida, de ese momento, de todo el panorama que ahora parecía tan frágil ante Lucian.

No había mucho que comprender. No había razón congruente o motivo legítimo para los actos de Lucian. Mina debía saberlo, el animago era tan impredecible que a veces ni él mismo sabía de lo que era capaz de hacer. Aquel beso lo valió todo, las heridas que llevaba en el interior se vieron reducidas con aquel simple contacto. Pero como todo, no duró mucho. Ella se soltó y lo abofeteó. Lucian ladeó la cara, frotándose con la diestra que ya estaba perfectamente bien, ensuciándose de la sangre que aún escurría de su rostro. 

-¡Yo tampoco lo sé! ¡No sé qué es esto que estoy sintiendo! -

Se fue hacia atrás al recibir el empujón y se incorporó nuevamente. Mirándola con desesperación, quería besarla nuevamente, se le revolvía el estómago solo de pensar en esperar un segundo más. La quería ahí, no importaba si la secta lo descubría, lo mataba o le hacía lo innombrable a ella. Eso era caos y descontrol. Había sido muy ingenuo al pensar que se podría controlar estando frente a ella, por enésima vez, estaba totalmente equivocado. 

-¡Es impotencia! ¡Maldita sea! Porque no te sé mía, como lo he ansiado desde la primera puta vez que te vi. Me hierve la sangre de pensar que no puedo ser parte de tu vida como yo quisiera. Estoy aferrado a pertenecer a tu lado cuando es claro que tú no quieres pero no puedo dejarte...eres como una maldita droga para mí.-

El dolor en el rostro se hizo presente de nuevo al sentir otra cachetada, esta vez mucho más ràpida y con más coraje. Volteó su cara nuevamente molesto, esta vez había algo más en sus ojos.Estaba hecho un loco, un demente que solo tenía una misión en ese momento: poseer a Mina, costara lo que costara. 

-No. No lo harás-

La acercó salvajemente a él, pegando su cuerpo contra el suyo y presionó sus labios contra los suyos, eliminando la distancia entre ellos con la palma de su mano. La lengua exigió de nuevo el control, no le bastaba un solo beso, quería más, necesitaba más, demandaba más. Se separó de ella un momento y dejó unida su frente con la de Mina, tratando de jalar aire a sus pulmones. 

-Lo único que sé con certeza...es que me vuelves loco, Wilhelmina.-

Su actitud la hizo temblar ligeramente, porque en verdad jamás lo había visto así. Y parecía que lo que le había hecho hacía un rato solamente le había dado fuerzas renovadas. Y seguía sin entender qué era lo que pasaba, lo único de lo que estaba segura era de que no podía darle lo que quería. En otro contexto, en otro momento, quizá hubiera sido más fácil para ella hacer cualquier cosa, corresponderle aunque fuera solo un momento, desnudarlo, dejar que la hiciera suya. Todo estaba ahí, incluso ese tono demandante y violento que a ella tanto le gustaba, que siempre la hacía más débil.
 
Intentó hacerse para atrás al sentirlo cerca de nuevo, pero su cuerpo pegó de vuelta contra la pared. Sintió ese beso agresivo y salvaje demandar algo que ella no estaba en posición de dar. Al separarse de él también tomó aire y de paso, la camisa de Lucian entre sus puños, arrugándola para acercarlo a ella.
 
-NO, escúchame. NO. No puedo, ya es demasiado tarde.
 
Buscó su mirada, esperando encontrar al menos un poco de cordura, un poco de ese Lucian que ella siempre había querido. Aquél que estaba frente a ella era jodidamente intrigante para sus estándares, pero al mismo tiempo le daba miedo. Lo empujó de nuevo hacia delante, intentaba separarlo de ella, volver a poner la varita de por medio.
 
-Amo a Jesse, escúchame. Lo amo, voy a volver a casarme con él. No se lo merece. No se lo merece y ¿sabes por qué? Porque nunca me ha lanzado una maldición imperdonable, ¿te suena de algo?
 
Se lo decía con saña, casi como si quisiera restregarle en la cara que estaba profundamente enamorada de alguien más, como si eso también formara parte de un castigo que le estaba imponiendo por el daño que le había hecho y que todavía sentía en los huesos, parte de la venganza del momento, más terrible quizá que el haberle lanzado esa maldición que había aprendido en la profundidad de la magia negra más secreta de todas.Entrecerró los ojos y lo miró profundamente, antes de alargar la mano y quitar con el pulgar la sangre en la mejilla de Lucian, en un gesto que parecía casi cariñoso, aunque sus palabras siguieran siendo veneno. 

-Ni siquiera lo sueñes, porque mientras estemos vivos no lo voy a dejar.

Necesitaba con suma urgencia deshacer la maldita distancia que los separaba, la cercanía más absoluta, piel con piel, la única razón del animago para poder tener un momento de paz en su interior. No importaba otra cosa más que poder amarla como siempre se había imaginado en sueños.  Aquel beso terminó y solo sintió como Mina sujetaba el cuello de su camisa, diciéndole que era demasiado tarde. Lucian estaba reacio a escuchar sus palabras, a entender que nada haría cambiar a Mina. Fue estúpido pensar que por ser él habría alguna clase de posibilidad. Eso, en el fondo lo sabía pero su exterior se negaba a todo.  
Encontró la vista asombrosamente brillante de Mina y se quedó perdido por instantes, ella insistía en que nada de lo que Lucian sentía tenía lógica o cordura. Después, gracias a un ligero empujón, pudieron separarse. Lucian se tomó del cabello, jalando con impaciencia e incertidumbre. Ya sabía lo que Mina diría y temía que al escucharlo, se volviera a perder en un remolino de furia.

Cada una de sus palabras se incrustaron en el pecho de Lucian, le dolieron como nunca antes, lo laceraron incluso mucho más que aquel hechizo de magia oscura que conjuró sobre él.  Apretó su puño contra su boca, no quería decir nada de lo que pudiera arrepentirse.  La vista se le acuó de forma rápida, de coraje, de rabia, de impotencia por que sabía que tenía toda la maldita razón.  Se limpió los ojos antes de que las lágrimas cayeran por si solas y la miró con desdén, tratando de no parecer un estúpido payaso, aunque ya haya sido bastaaante tarde.

-¡Y yo te amo a ti, carajo! Tanto que me arrancaría el puto corazón para entregártelo en una bandeja. No soporto verte con otro, el que los prefieras en mi lugar. Te ofendió el  cruciatus? Así me orillaste a actuar…No te vas a casar con Jesse ¿entiendes? NO-LO-HARÁS ¿sabes por qué? Por que no lo amas. Si lo amaras con esta…con esta falsa devoción, no le hubieras pagado con la misma moneda todos sus engaños.


Respiró profundamente, abriendo las fosas nasales para lograr estabilizarse. Jalar todo el aire posible a su sistema respiratorio para que sirviera como ejercicio y no dejarse llevar por la ira otra vez. Ante el tacto de ella en su mejilla, acunó su rostro en su mano y le tomó la mano, suavemente, sin lastimarla ni apretarla. Las palabras que resonaron en su habitación tuvieron más peso de lo que creyó. Si Jesse era el obstáculo a vencer, que así fuera…

-Y yo no voy a dejarte a ti. Te amo Mina, como jamás pensé amar a nadie en mi puta vida, grábatelo en esa cabecita tuya. Tú serás mía, así tenga que eliminar del camino a todos los obstáculos…-

Claro que le dolía verlo así, que hasta cierto punto le era insoportable, pero también estaba aferrada a pensar que eso simplemente no era su culpa, que ella simplemente no podría haber previsto que sucedería, ni siquiera había imaginado jamás que Lucian sentía algo por ella y que era así de fuerte. Por un momento quiso decirle algo que valiera la pena, algo que dejara de lastimarlo, pero cada vez que ella decidía ser tolerante, él hacía algo para despertar los demonios que tenía dentro de sí. Negó repetidamente con la cabeza cuando él le decía que no amaba a Jesse por el asunto de los engaños. No entendía, quería decirle que no entendía, que eso ya no importaba.
 
Tenía que tomar control de sí misma, no dejarse llevar por nada, no despertar de nuevo esa enferma necesidad de saberse por encima de cualquier cosa, por lastimarlo otra vez. Apretó los puños cuando le repetía que la amaba.
 
-Está bien.
 
Le dijo de pronto y clavó la mirada en él. Se pasó la lengua por los labios y luego terminó por respirar profundo. Había llegado a una decisión, una radical.
 
-Dices amarme pero lo cierto es que no me conoces para nada. O quién sabe, esta noche me estás conociendo más de lo que deberías. Vamos a ver si después de imponer mis condiciones sigues sintiéndote igual…
 
Le sonrió, apenas un poco, antes de poner las manos contra su pecho y llevarlo hasta la orilla de su cama, obligarlo a que se sentara usando toda su fuerza para luego conjurar un incarcero que, extrañamente, se estaba convirtiendo en su nueva especialidad. Se aseguró de que las cuerdas estuvieran bien ajustadas y luego se inclinó para besarlo en la mejilla, con una dulzura que en realidad no poseía. Se consolaba pensando que la gente la obligaba a amar de forma retorcida, que la obligaban a hacer cosas que podrían ahorrarse si no la llevaran hasta los límites de su paciencia.
 
-¿Sabes qué es lo único que me importa? Me tiene sin cuidado la opinión que tengas de lo que siento por Jesse o no. Lo que me interesa es que, dado que es obvio que tienes mucha información, me digas qué vas a hacer con ella. ¿Qué piensas hacer ahora? ¿eh? ¿vas a ayudarme en esta rebelión o vas a hundirme con tal de seguirme torturando? ¿cuál va a ser tu siguiente paso en este torbellino de locura?
 
Lo apuntaba con la varita y de nuevo parecía otra persona, una demasiado segura de sí misma, demasiado consciente de lo que podía hacer, y de nuevo ahí estaba, ese juego de poder que le encantaba manejar. Lo quería, demasiado, pero aquello era una completa locura. Y necesitaba estar bien segura del terreno que estaba pisando. No iba a cometer el mismo error dos veces, en ningún sentido.
 
-Si me das la respuesta correcta puede que tú y yo terminemos esta historia de muy buen modo. Pero ten cuidado, ya viste que no tengo mucha paciencia y que aunque me gusta jugar, a veces los juegos se me van de la mano. Si en lugar de eso me dices algo que no quiero escuchar, me voy a encargar de que te tragues tu supuesto amor. Te lo dije, Lucian, que buscaras a alguien más, que yo lo único que iba a hacer contigo era joderte. Te lo dije.

Ya no tenía miedo. El coraje que lo destrozaba por dentro se lo había tratado de un solo bocado. Lo único que había era la firme convicción de su amor y su orgullo herido. No tenia por que probarle absolutamente nada. Que si la amaba como un loco? Si. Pero no era ningún idiota, Mina tenia la posibilidad de torcer las cosas a su beneficio para salir bien librada o en el peor de los casos como víctima para cuando la enfrentaran hacer sentir enteramente culpable al otro.

Lo guió despacio hasta la cama, empujando su pecho. Por alguna extraña razón, Lucian no encontró sugerente dicho acto, se mostró estoico y firme ante ello hasta que el incarcero lo envolvió. Aquella soga mágica impedía que maniobrara a la defensiva para poder protegerse. Lo que dijo después, solo lo hizo caer más en cuenta de que estaba enamorado de un monstruo sin conciencia.

-Quiero verlos caer...merecen pagar por todo lo que han hecho, incluyendo lo que te han hecho a ti. No hablaré...pero debes saber que también tengo condiciones....-[/color]

El hechizo se apretaba más y más, impidiéndole respirar y articular palabras correctamente. Aquella vez, cuando la confrontó por la revolución y la oclumancia, se lo dijo: Un juramento inquebrantable era lo mejor. Pero no quería estar sujeto al silencio así, tenia que encontrar la brecha apropiada para garantizarle que su boca estaría sellada.

Estaba acorralado. No tenia otra opción más que proponer aquel juramento y pactar que ante cualquier mención de lo hablado en esa habitación, la muerte sería el castigo. Bajó la vista ligeramente y vio que ella mantenía su varita apretada. Para situaciones extremas, medidas extremas.

Concentró toda la fuerza que le quedaba para mover uno de sus brazos, tomar la varita de Mina, de la punta y apuntarse a la cara.

-Diffindo

Abrió la boca, enseñando la lengua para que el hechizo surtiera efecto sobre ella, cortándola para evitar que hablara

Mina no entendía nada. ¿Si quería verlos caer entonces porque la jodía de ese modo? Porque no veía cómo la actitud de Lucian pudiera ayudarla en nada, en lo absoluto. Estaba contrariada y no sabía cómo controlar esa situación. Si hubiera sido cualquier otra persona quizá su paciencia se habría agotado antes, pero con Lucian era más sensible por todo lo que habían vivido juntos, por lo mucho que lo quería y lo que estaba dispuesta a hacer por él, como tenerle ese cúmulo enorme de paciencia.
 
-Lucian, entonces…
 
Parecía que encontraba un resquicio para razonar, pero no. De pronto Lucian hizo algo que le demostró que estaba loco de verdad. No entendía por qué atraía a los locos, en cualquier sentido. No recordaba un momento en el que no hubiera tenido algo que ver con alguien que no estuviera demente de una forma u otra, incluso Darius con su historial familiar era para pensarse. Pero Lucian lo estaba sobrepasando todo, cualquier cosa que hubieran hecho los demás, cualquier locura, parecía corta en comparación con lo que estaba sucediendo en esa habitación en ese momento. Mina lo miró con los ojos muy abiertos.
 
-¡No! ¡Impedimenta!
 
Aquello no podía ser. Si bien podrían regenerársela, no iba a llevarlo con alguien que supiera hacerlo ni dar explicaciones y encima ¿qué pasaría si el hijo de la jefa de aurores, la que cazaba radicales, de pronto aparecía sin lengua por la vida? Tuvo que darle una bofetada de nuevo y en ese momento sí, se derrumbó. Soltó unas cuantas lágrimas un tanto amargas porque estaba desesperada, porque no sabía qué hacer, cómo manejarlo, y porque no podía corresponderle por Jesse, porque había hecho una promesa al presidente Delta y la iba a cumplir, costase lo que costase, le gustara a quien le gustara.
 
-¿Estás loco? ¿Estás loco de remate? ESTO NO ME DEMUESTRA NADA.
 
Se limpió las lágrimas de desesperación que corrían por su cara. ¿La amaba tanto, en verdad? ¿La amaba de una manera tan así que su cabeza no respondía con coherencia? No entendía por qué las cosas tenían que ser tan jodidas, porque parecían llenas de tanta demencia. Lo golpeó de nuevo en la cara, como si esperara que eso le acomodara las ideas.
 
-¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? Ya tuve demasiado. ¿Fue Marcellus, cierto?
 
Repitió y apretó los dientes, odiando a Lovecraft como jamás lo había odiado –y era mucho decir- por ponerla en esa situación. No entendía por qué, no entendía un carajo de nada, por qué la gente se empeñaba en odiarla tanto cuando ella solamente intentaba hacer lo mejor que podía con su vida.
 
-Vamos a hacer un juramento inquebrantable ahora mismo. Es tu única opción o te llevaré con el imbécil de Lovecraft a que él mismo arregle lo que jodió. Lucian, estás mal….estás mal y lamento si fue mi culpa, no quise que pasaran así las cosas, quisiera explicarte pero NO PUEDO, no puedo. Y no necesito que te cortes la lengua por mi, ni por nadie, ni por nada, te necesito a mi lado, entero, te necesito de verdad. Pero si no puedes hacer eso, entonces el mismo Marcellus tendrá que encargarse de ti.
 
   
O lo mataba. Ya estaba completamente cansada de que todo fuera siempre en su contra.

Levantó la vista sumamente extrañado, mirando a Mina con algo parecido a la insensatez. Si, estaba loco, por ella, por desearla como a nadie, por amarla como nadie. Lucian estaba consiente de que ese acto no significaba nada para ella, solo su propia desesperación, su propia impotencia y su inmesurable falta de control sobre el mismo cuando estaba con ella. Tenía tantas ganas de mandarse al infierno para no tener que verla. Un día más en brazos de otro hombre, era el peor suplicio, no quería gritarle, ni reclamarle, eso solo lo humillaría más de lo que ya estaba siendo y no pretendía ser el hazme reír de nadie.
Pero no solo él sufría. El animago se vio en los ojos de la épsilon y decidió dejar todo atrás solo para ir con ella, abrazarla, decirle que no tenía porqué llorar. Odiaba verla así, y se odiaba mucho más por ser él mismo, el causante de aquel llanto. Ella hizo preguntas y Lucian iba a responderlas, si con eso lograba que ella se calmara y dejara de sufrir como claramente lo estaba haciendo.
-Lo obligué, Mina. Puse veritaserum en su whiskey…Pero hay algo más, me están siguiendo, no sé como, no sé por qué, pero por eso decidí venir contigo hoy, ya no pude más con esta paranoia. Puedes hacer lo que te plazca con Marcellus, no me importa. Tiene que pagar todo lo que ha hecho y no seré quién interceda por él. Lo único que me importa es que sepas, que te grabes a sangre y hierro si es preciso que jamás te voy a traicionar. ¿Quieres un inquebrantable? Hagámoslo. Pero quiero que también me escuches a mi, estuviste mucho tiempo alejada de mi, no soporto que lo hagas. Te necesito conmigo así como tú me necesitas, entera, completa, dispuesta a todo. Quiero destruir a esos imbéciles…mi hermana sufrió horrible por ellos, la única forma en la que podía estar en paz era estando a tope de drogas o ebria…-

Recordar aquello lo lleno de una infinita tristeza, así como ella se había derrumbado, él también lo hizo. El incarcero desapareció y se quedó ahí, destrozado, con el llanto brotando de sus ojos sin contenerse. Todo era un desastre y ahora no tenía ni puta idea de como proceder. No se arrepentía de haber descubierto la cara más oscura de Mina, sino de no haberlo hecho a tiempo para protegerla.

Todas las reacciones de Lucian la hacían temblar un poco, como si de pronto tuviera miedo de cada una de sus reacciones. Apretó los puños y cerró los ojos pero no pasó nada extraño, nada fuera de lo normal. Se remojó los labios y se limpió las lágrimas que le quedaban. Claro que escuchó lo del veritaserum, pero eso no había pasado la primera vez que Marcellus le había dicho las cosas a Lucian, así que eso no era excusa.
 
-No me alejé de ti porque quisiera…no me alejé de ti porque no confiara, era que simplemente no podía. Y aún no puedo.
 
No podía hablar de ellos, no podía mencionarlos, o moriría y definitivamente morir no estaba en sus planes inmediatos. Escuchó lo de Laise y lo miró, también con tristeza. Laise había sido su amiga y aunque se habían separado un poco y habían tomado caminos muy diferentes, Mina siempre la había querido mucho, y de hecho hasta había amenazado a Chee con que no la lastimara, ni le arruinara la vida, pero no sabía absolutamente nada de lo que había pasado con Wardwell, porque había sido previo a ella y su hermano nunca se lo había contado.
 
-No lo sabía, lo siento. No lo sabía. Mira, Lucian. Lo que estoy haciendo va más allá de venganzas personales…
 
Ya que el incarcero había desaparecido, se acercó lentamente a él y se acuclilló para buscarle la mirada y tomarle las manos. No sentía que nadie necesitara protegerla, sino al contrario, que ella tenía el deber de siempre procurar a los demás, aunque irónicamente hiciera un pésimo trabajo. Llevó las manos hasta la mejilla de Lucian y empapó sus pulgares de sus lágrimas. No lo juzgaba, pero era difícil todo.
 
-…pero si me ayudas y ves las cosas más grandes de lo que son, entonces podrás vengarte en el proceso. Pero para hacerlo hay que obedecer a un plan más grande. ¿Vas a estar conmigo en esto? Prepara tu varita, vamos a hacer el juramento.
 
Tenía que hablar con mucho cuidado, no mencionarlos, no tropezar diciendo las palabras incorrectas.
 
-Nunca fue mi intención apartarte de mi. Nunca. Y lamento si no puedo corresponderte ahora, lo lamento en verdad. Imagino que quizá habríamos sido felices juntos. Pero tú puedes conseguir a alguien mejor. Ya viste lo que soy, estoy destinada a ser así toda mi vida. Y puede ponerse peor. ¿Estás listo para esto?

Mina tenía razón. Y aunque le costaba verlo en ese momento, entendía la forma en la que ella había llevado a cabo todo. Aun confiaba en que la razón para que se hubiese metido en la mierda, era por un bien mayor. Aunque no hubiera pruebas de ello. Los haría pagar por todo lo que habían hecho, los veria caer uno a uno, destruidos e implorando misericordia. Utilizaría todo cuanto estuviera a su alcance para lograr su cometido. Más allá de la venganza personal, estaba el deber de proteger y salvaguardar tanto a sus seres queridos, como a las personas a su alrededor.

Estaba listo para el juramento. Todo había pasado demasiado rápido y sin embargo, creía que solo asi se debieron haber hecho las cosas. De esperar un poco más, Mina hubiera encontrado la forma de evadirlo y seguir ocultándole la verdad.

-Estoy listo. Pero quiero algo a cambio...quiero que me enseñes la magia que utilizan...necesito protegerme. Un juramento no es suficiente, Mina. La oclumancia también me será muy útil. Vuelvo a repetirlo, me siguen...lo sé, lo presiento en mis entrañas y si me atrapan no quiero que hagas nada. Pero tampoco voy a dejarme morir, entiendes?-[/b]

Se movió de lugar para ir por su varita, que se encontraba tirada en el suelo. Se agachó sin darle la espalda. Lamentablemente, ahora tenía que desconfiar hasta de su propia sombra, debido a lo que acababa de descubrir de su mejor amiga. Caminó hacia ella y le tomó del brazo izquierdo. A que punto de la vida habían llegado, que era estrictamente necesario hacer un inquebrantable.

-Terminemos con esto de una buena vez. -