Se solicita un hombre
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Se solicita un hombre
Se sentía bonito regresar.
Las puertas de la fraternidad se abrieron solas, como debía ser cuando la ex presidenta se acercaba. Tal vez había sido un elfo, pero Kitty, tan distraída como siempre, seguramente imaginaba que aún seguían a su disposición. Intercambió un par de aburridos apretones de mano con algunos abogados mágicos, amigos de sus hermanos y compañeros de carrera con los que llevaba (y llevaba por que hacía más de cuatro meses que ni tocaba un libro de veterinaria) un buen trato solo para que le hicieran las tareas.
Pasó por el mini bar y se hizo del típico Martini con la aceituna en el fondo. Nunca visitaba esa facultad si podía evitarlo, a menos de que se tratara de un asunto de vida o muerte como hacerse una prueba de embarazo o recurrir nuevamente a su primo para otra tontería.
La asquerosidad de mascota que tenían pasó por su lado. De todos los animales era el que menos le gustaba y más desde que se había comido la rata mágica que investigó durante todo el semestre, el proyecto que curiosamente iba a salvarla de no reprobar.
Que sea rosa. –dijo apuntándolo discretamente con la varita y el animalejo se tornó de un chistoso rosa pastel.
Llegó al dormitorio de su primo y, como siempre, entró sin ningún problema. Y es que no importaba que tan difícil resultara el acertijo o que nuevo hechizo tuviera que realizar, Kitty siempre conseguía abrir la puerta. Para ella era igual de sencillo que la puerta de entrada, se abría sola. No era por que fuera igual de inteligente, ni era suerte; simplemente era la versión femenina y tonta de Adrien.
No estaba, así que se quitó los zapatos y se fue directo a la cama. Puso su copa en la mesita junto a la cama y se dejó caer, cerró los ojos un momento y después se levantó. No tenía ganas de dormir. Con un movimiento de varita rellenó su bebida y caminó hacia el vestidor. Comenzó a abrir todos los cajones de uno en uno, solo por curiosidad, encontrándose con una bonita cadenita de oro de elfos. Sonrió, metiéndola en el bolsillo del pantalón. No era robar por que había pertenecido a su abuela, a la de ambos, y a Kitty siempre le había gustado no por el valor monetario sino por lo sentimental. No soportaría vérsela a su nueva novia.
Cerró el cajón y volvió a la cama, después de haber encontrado un anuario del año pasado. Podría hojearlo un rato en lo que llegaba.
Las puertas de la fraternidad se abrieron solas, como debía ser cuando la ex presidenta se acercaba. Tal vez había sido un elfo, pero Kitty, tan distraída como siempre, seguramente imaginaba que aún seguían a su disposición. Intercambió un par de aburridos apretones de mano con algunos abogados mágicos, amigos de sus hermanos y compañeros de carrera con los que llevaba (y llevaba por que hacía más de cuatro meses que ni tocaba un libro de veterinaria) un buen trato solo para que le hicieran las tareas.
Pasó por el mini bar y se hizo del típico Martini con la aceituna en el fondo. Nunca visitaba esa facultad si podía evitarlo, a menos de que se tratara de un asunto de vida o muerte como hacerse una prueba de embarazo o recurrir nuevamente a su primo para otra tontería.
La asquerosidad de mascota que tenían pasó por su lado. De todos los animales era el que menos le gustaba y más desde que se había comido la rata mágica que investigó durante todo el semestre, el proyecto que curiosamente iba a salvarla de no reprobar.
Que sea rosa. –dijo apuntándolo discretamente con la varita y el animalejo se tornó de un chistoso rosa pastel.
Llegó al dormitorio de su primo y, como siempre, entró sin ningún problema. Y es que no importaba que tan difícil resultara el acertijo o que nuevo hechizo tuviera que realizar, Kitty siempre conseguía abrir la puerta. Para ella era igual de sencillo que la puerta de entrada, se abría sola. No era por que fuera igual de inteligente, ni era suerte; simplemente era la versión femenina y tonta de Adrien.
No estaba, así que se quitó los zapatos y se fue directo a la cama. Puso su copa en la mesita junto a la cama y se dejó caer, cerró los ojos un momento y después se levantó. No tenía ganas de dormir. Con un movimiento de varita rellenó su bebida y caminó hacia el vestidor. Comenzó a abrir todos los cajones de uno en uno, solo por curiosidad, encontrándose con una bonita cadenita de oro de elfos. Sonrió, metiéndola en el bolsillo del pantalón. No era robar por que había pertenecido a su abuela, a la de ambos, y a Kitty siempre le había gustado no por el valor monetario sino por lo sentimental. No soportaría vérsela a su nueva novia.
Cerró el cajón y volvió a la cama, después de haber encontrado un anuario del año pasado. Podría hojearlo un rato en lo que llegaba.
- Kitty Likens
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