Night Stalker || Flashback || Connie

La vi. Esa noche lucía muy cansada, tenía ojeras debajo de los ojos y bostezaba cada cinco segundos. La observé durante todo el tiempo que había pasado en la biblioteca, estudiando y haciendo apuntes, seguramente para alguna tarea. Me ofrecí a ayudarle con lo que sea que ella estuviera haciendo y muy amablemente me mandó a la mierda. Decepcionado, me senté en la tercera hilera de sillas, detrás de ella. No dejaba de observarla, era como muy extraño todo. Desarrollé una especia de cariño por alguien a quién no tenía ni puta idea de quién era, solo con recordar su nombre y lo que llevaba detrás de el. 

Quería decirle que éramos familia, que podía contar conmigo, por que pues, soy su hermano y quiero lo mejor para ella. Andrea no tenía idea de nada, como siempre, prefería hacer oídos sordos a lo que descubría de mi padre. Maricón de mierda. Mi objetivo era ser amigo de Connie, mostrarme amable y cool con ella para luego decirle todo. Pero, si era sincero, no estaba haciendo el mejor trabajo. Connie apenas había cruzado un par de palabras conmigo y de ahí no pasaba, así que tomé una decisión: Cuando fuera a dormir, me metería a su habitación y le diría todo. Así, tal cual, directo y sin escalas. No me venían bien los protocolos y las reglas sociales.

Terminó de estudiar y recogió sus cosas, me levanté antes de que terminara para ocultarme tras una pila de libros y ella emprendió el camino hacia su dormitorio. Esperé a que saliera de la biblioteca para poder seguirla. Cruzó la puerta y mediante pasos largos y rápidos, la seguí.

No era ninguna niñita recién graduada del colegio descubriendo a las malas que, si acaso creía que preparar pergaminos para sus materias de séptimo curso era trabajo duro, estaba por darse encontronazos duros con la realidad. Era su segunda carrera y si había que ser honestos, la clase de presiones que llevaba encima en el hoy y el ahora no eran nada con lo que había tenido que aguantar hacía cosa apenas de un par de años. Todo eso daba igual, porque había días en los que sencillamente tenía ganas de tirar todo a la ventana y dejarse caer en su cama a hibernar. Temprano. Como las abuelitas. Aunque se rieran de ella. A ver quién se atrevía a negarse a la delicia de quedarse haraganeando en la cama por unas 10 horas y/o más. 

Que llegando al punto de reconocer que tanto bostezo y cabeceo no la iban a llevar a ningún otro lado con su reporte más que a pegar la cabeza contra la almohada, recogió todo dentro de su bolso sin prestar mucha atención ni cuidado y emprendió el camino de vuelta a los dormitorios. Sin socializar. Sin saludar. Lo que quería hacer era dormirse y ya. 

Estando ya frente a la puerta más demoró en lanzar el bolso a la esquina que le correspondía en la habitación que en sacar un cambio de ropa para darse una ducha rápida. 10 minutos después ya estaba tendida sobre las sábanas, con el cabello húmedo esparcido sobre la almohada y los ojos fijos en la de la pantalla de su celular mientras le decía a Niels por wassap que, no, ni ganas de salir a un bar esa noche ni nada...

... y no supo ni en qué momento se quedó dormida. Así, con una mano en la almohada y la otra sujetando su teléfono, con las luces sin apagar. Había días en que eso de la sacarse la carrera universitaria con esfuerzo y dedicación era un reverendo asco, y este había resultado ser uno de ellos.

Afortunadamente, durante todo el transcurso, ella no logró verme. Quizá por que mis habilidades en el sigilo nocturno eran buenas o por que estaba tan exhausta que no puso atención y ni cuenta se dio. Me oculté perfectamente entre unos arbustos grandes en lo que ella subía a su habitación. Algunos minutos pasaron y cuando lo creí pertinente, me trepé a uno de los árboles que colindaban con las ventanas de la parte izquierda del edificio de dormitorios comunales. Me sostuve son ambos brazos de una rama gruesa y la vi ir de un lado a otro, parecía buscar una muda de ropa. Eso me daba a entender que se pondría la pijama o estaba por ducharse. 

Aprovecharía el tiempo en el que ella estuviera en el baño, para meterme y estar preparado para cuando saliera. Ella hizo lo propio y se metió al tocador. Justo en ese momento, quedé colgado de la rama y me impulsé hasta brincar a la orilla de esta y con ayuda de mi navaja, le quité el seguro y levanté el cristal. Había un escritorio que logré verm así que con mucho cuidado pise la superficie, cerré la ventana y toqué el suelo. Sin ahcer el menor ruido. 

Escuché ruido en el tocador, supuse que efectivamente estaba duchándose. Mientras tanto, observaba su habitación con detenimiento, parecía ser una de esas chicas de la nueva era. De las que se pueden valer por si mismas; independiente y autosuficiente. Cerró la regadera y yo seguía en medio de la habitación, claramente encantado por lo que vi. 

-¡Mierda!-

Mascullé en voz baja y giré mi cabeza para encontrar pronto un lugar en donde esconderme. Vi que el espacio en donde estaba la silla de su escritorio era ampli para que pudiera meterme sin problemas y así lo hice. Me quedé esperando aproxímadamente media hora hasta que ya hubo un sepulcral silencio. 

Arriesgándome a todo, salí de mi escondite y mi vista se dirigió hasta la cama, Connie dormía plácidamente. Ligero como una pluma, caminé hasta la orilla de su cama y me senté. Tenía una expresión tranquila y afable, eso me hizo sonreír sin proponérmelo. Acaricié su mejilla con el dorso de mi mano y me quedé así por unos momentos.

-qué bonita eres...-

Susurré, esperando de una manera inconsiente que me escuchara.

No solía soñar cosas demasiado... coherentes. Aunque, en un panorama más amplio, suponía que nadie lo hacía. Cosas sobre viajes a lugares desconocidos pero que al mismo tiempo le eran familiares. Rostros de personas que alguna vez había conocido pero en algún momento habían salido de su vida. Besos inapropiados con personas que, en teoría, nada tenía que hacer besando y más tiempo desnuda del que debería ser permitido (sobre todo porque no era tiempo desnuda invertido en cosas divertidas sino simplemente bochornosas). A veces se mezclaba alguna película vista recientemente o cualquier tontería tratada en clases si era un día particularmente estresante...

Sus sueños podían ser una serie tras otra de disparates la mayor parte del tiempo, pero algo que no cambiaba a día de hoy desde que era una chiquilla, era lo ligero que este resultaba. Cosa de hábito, en realidad. El tener que estar alerta para regresar a alguien de vuelta a la cama porque de lo contrario podría lastimarse. Y ese hábito había resultado de lo más conveniente al tener que compartir habitación con una decena de niñas más. Porque las había las que eran unas verdaderas arpías, y estaban aquellas que no actuaban con maldad verdadera pero sí con una afición antinatural a las bromas pesadas. 

De ahí que... el sentir el peso extraño que hacía presión en su colchón fuera suficiente para inquietarla, ¿pero el roce extraño en su mejilla? No, eso definitivamente no era parte de ningún sueño loco. 

Sus ojos verdes se abrieron al instante, y al tenerlo frente a ella tan de cerca y tan invasivo, hubo un instante en el que se paralizó. Breve. Fugaz. Apenas un parpadeo. Y en vez de gritar o pedir la ayuda de alguien lo que hizo fue alargar la mano para tomar su varita de la mesita de noche y apuntarle directamente a la cara. Si, su respiración era agitada y tuvo un horrendo, horrendo escalofrío recorriéndole el cuerpo. Estaba asustada, ¡cómo para no estarlo! ¡¡QUE CLASE DE ENFERMO ERA ESTE!!

Pero lo que no iba a hacer era sencillamente... gritar. 

- ¡Depulso! - Así, sin más. Primero sacarse al desviado de encima, luego tratar de armarle sentido al qué hacía ahí.

Por instantes Connie me recordó a Cecilia; mi hermana menor. Tenía la barbilla partida y la tez suave y blanca como la nieve, los ojos expresivos y las pestañas tupidas. Quizá era un rasgo que todos los Pazzoli tenían, por que efectivamente, ella lo era. No hice ningún otro movimiento cuando terminé de admirar lo bonita qué era cuando ella abrió los ojos y me vio. Tragué saliva y me hice para atrás, claramente sorprendido por que me descubrió. Lo primero que ella hizo fue apuntarme con la varita, chica lista. 

-Oye, tranquila...relájate-

Subí las manos a la altura de mi cabeza y me levanté despacio de su cama. Cualquier movimiento en falso y era capaz de lanzarme una maldición. Digo, no la culpaba, en lo absoluto. Yo hubiera actuado de la misma forma, de ver a un idiota sentado en mi cama, en la noche y sin mi permiso. No terminé de dar dos pasos cuando conjuró un depulso que me derrumbó hasta la pared contraria. Me lastimé las costillas con aquello pero enseguida me levanté, de la misma forma, lento y despacio, no iba a tentar a la suerte. 

-Baja eso, tenemos que hablar. Tengo que decirte algo importante.

Esperaba convencerla de escucharme. Admito que meterme a su habitación como un maldito violador nocturno no  había sido precisamente la mejor de mis ideas, pero debía saber que me era extremadamente complicado poderla encarar y decirle de aquel lazo de sangre que nos unía.

Allá iba la lámpara fina de Anne...

Nada que un reparo no fuera a solucionar. Y, por aquello de ser francos, el romper los muebles y las paredes y cualquier otra cosa que se le atravesara le tenía sin el más mínimo de los cuidados. Que lo peor que se podía hacer para tratar de tranquilizar a alguien tan asustado como ella se encontraba ahora mismo era justamente eso, el decirle que se calmara. 

¡Porque obviamente no lo iba a hacer! Ni calmarse ni bajar la guardia ni muchísimo menos la varita. Así que mientras su depulso había lanzado al desgraciado al otro lado de la habitación con tremenda fuerza ella se puso en pie. Y el sueño que tenía y lo canzado que se sentía volaban por la ventana, que la adrenalina solía tener ese efecto. 

- ¡Tienes cosa de tres segundos para convencerme de por qué no debo castrarte a Diffindos, enfermo! -

Siseó con voz ronca, pegada al muro contrario y sin apartar los ojos de él. ¿Sonny? No entendía nada. Si hasta el momento había sido un chico agradable y todo. ¿Qué acaso había algo más espeluznante que el que alguien se metiera a tu habitación a verte dormir y te tocara? ¿¿Cuando estás sin consciencia y completamente vulnerable?? ¡Ugh! ¡Tenía unas naúseas horrendas! Y no dudaba que fuera a doblarse en arcadas por la pura tensión en cualquier instante, pero antes, lo capaba.

Me quedé perplejo por un par de segundos antes de lograr reaccionar y agacharme para que la lámpara que me arrojó, no me diera directo a la cara. Por instinto, voltée a ver los restos del objeto y pensé que sí, Connie estaba muy cabreada y no era para menos, pero tenía que entender que no iba a hacerle daño. 

-Cálmate, estás muy alterada. Voy a explicarte pero necesito que bajes la maldita varita-

Dentro del susto que le metí y de cómo reaccionó, me distrajé por un momento, viendo que llevaba el apellido Pazzoli en la sangre, vamos, que me sentí orgulloso pues. No por eso iba a desaprovechar la oportunidad de llegar a ella y decirle: "Connie soy tu hermano, ven a abrazarme", aunque no sería mala idea. 

Nunca fui muy elocuente, era más bien un hombre de hechos. Me faltaban las palabras para poder expresarme como yo quería. Sentía que cualquier cosa que pudiera decirle no comprendería ni el treinta por ciento, así que ¿qué caso tenía? lo mejor era probárselo. Comencé a acercarme lentamente hacia ella, por un impulso ridículo, tenía ganas de abrazarla. 

-Mira, lo lamento ¿sí? No fue mi intención meterte un susto de muerte. Siéntate y hablemos-

¿Alterada? ¿¿Ella??

- ¿¿Tú crees?? - 

Ahí iba de nuevo. Lo peor, lo peor que podía decirle en ese momento era que se calmase, que entre más se lo repetía peor le sentaba. Pffft, ¡cómo si ella fuese la que estuviera fuera de lugar ahí! Lo miró fijamente con una rabia terrible reflejada en sus ojos verdes, atenta hasta el más mínimo de los movimientos del invasor. Las explicaciones las exigía, las quería ya, pero ni que estuviera enferma de la cabeza como para bajar la varita ahora. 

Lo único que consiguió apaciguarla un poco - y énfasis en "un poco" - era que Sonny no mostraba señas de querer atacarla, o peor, de tratar de huir. Que si en realidad lo hubiera sorprendido a punto de hacerle una barbaridad aquellas hubieran sido las reacciones más lógicas. No por eso confiaba. Eso de sentarse en su cama mientras dormía era lo más escalofriante que le había ocurrido y eso que había visto y vivido demasiadas cosas ya. 

Los pazos que se acercaba ella los retrocedía sin bajar la mirada en ningún momento. Que a pesar de ser mucho más menuda de lo que era él no se iba a dejar amedrentar. Apretó los dientes, también el ceño, y lo recorrió de arriba a abajo escudriñándole de manera severa. 

- No, tú te sientas. Y la varita donde la pueda ver... pero va. Te escucho. Sorpréndeme antes que cambie de parecer... - 

Porque no se le ocurría nada, nada, que pudiera ameritar tener que hablar con ella en esas circunstancias.

Bueno, eso realmente no salío como yo hubiera querido. Tenía que darle un punto por la extrema precaución con la que dormía. De todos modos, no iba a arriesgarme a que me lanzara una imperdonable, estaba bien que quisiera explicaciones y todo pero de eso a que siguiera apuntándome como si fuera de lo peor, había mucha diferencia. Así que, lo único que podía hacer en ese momento era seguir sus indicaciones, evitar que se molestará de más, si quería que escuchara todo lo que iba a decirle. Por supuesto no iba a dejar que me quitara la varita, ni que estuviera yo loco. 

-Ok. Me voy a sentar en la silla y aquí está mi varita ¿de acuerdo?...-

Levanté la varita con mi mano derecha, sacándola de la parte de atrás de mi espalda. Se la mostré para que viera que no tenía ninguna intención de hacerle daño. Con la mano libre, atraje la silla al centro de la habitación, despacio y sin quitarle la mirada de encima a Connie. Luego me senté y puse la mano con la varita a la vista. Me puse cómodo y recargué todo el peso de mi cuerpo en las piernas, bajando la vista, tratando de encontrar las palabras correctas para comenzar a hablarle. 

-No sé por donde empezar, esto es demasiado complicado y confuso...-

Debía hablar ya. Era el momento que había esperado durante ya muchísimo tiempo, no podía desperdiciar la oportunidad que se me estaba brindando en ese momento. Pero...¿Cómo mierdas se le dice a una chica que tiene un hermano del cuál no tenía ni puta idea de su existencia? Lo más lógico era que me tachara de enfermo mental, cosa que no dudaba en lo absoluto, viendo las presentes situaciones. 

-Mira la cosa es...¿Tienes hermanos?-

Eso era mejor que nada. Por algo tenía que iniciar, aunque fuera una total estupidez.

Bien. Vale. De acuerdo. Lo que quería era hablar. Y aunque jamás en su vida iba a bajarlo de la categoría de enfermo de la cabeza, al verlo sentarse y dejar la varita a la vista, justo como lo había exigido, se sintió por lo menos con la confianza mínima como para bajar la propia. No la soltó, tampoco la guardó, pero si dejó de apuntarle de aquella manera tan desafiante. Lo que terminó por hacer fue cruzarse de brazos, tanto por no tener las manos como peso muerto colgando de sus costados, como por cubrirse un poco. Ok, que no dormía desnuda ni mucho menos, pero su presencia le era de lo más invasiva e incómoda. Nadie podía culparla por esperar que su habitación fuera un lugar donde nadie entrara sin su permiso, cierto? Menos mal Anne no se encontraba...

- Jaaaa imagínatelo desde mi perspectiva. - 

Respondión con deliberada ironía en su voz, poniendo los ojos en blanco. Inspiró profundo, buscando recuperar un poco la compostura, porque hasta temblaba del susto y el coraje - y un poco de repulsión también. En verdad, se sentía agraviada en lo que seguramente era el momento más vulnerable en el que podían encontrarla. 

Cuando le preguntó por su familia, más concretamente por hermanos, abandonó cualquier pretención de encontrarle sentido a lo que pasaba. Aun con los brazos cruzados y el ceño fruncido, a pesar de no tener su varita en alto, todo su lenguaje corporal era absoluta y completamente defensivo. 

- No. No tengo. - 

Respondió seca, cortante. ¿De eso iba la cosa? ¿La estaba confundiendo con alguien más o algo? Le hubiera dicho algo como "no todos los pelirrojos estamos emparentados" o algo así, pero eso sería bromear, y ella no estaba para bromas.

- Aun no me convences de que no estás mal de la cabeza. - ¿A que venía su familia (o la carencia de esta) al caso?

Medio sonreí por la forma en la que me hablaba; con sorna, irónica. Era totalmente ridículo que me sintiera orgulloso estando metido en un puto lío con ella, pero así era, ni modo, dicen que la sangre llama. No era un tipo de rodeos, siempre era conciso, directo y al grano. Sin formas adornadas de decirlo. Sin embargo, con ella se me dificultaba mucho, no quería que saliera huyendo de su propia habitación cuando le dijera todo. Cuando vi que se cruzó de brazos, imaginé que era por dos cosas: la primera por que estaba dispuesta a escucharme y la otra por que no llevaba sostén. 

Dijo que no tenía hermanos, entonces tenía que pensar en otra estrategia. Los sentimentalismos que iba a utilizar no servían de mucho, si ella fue criada como hija única. 

-Haber traspado su habitación así fue exagerado, lo admito. Pero era la única forma que encontré para poder estar a solas...-
 
Me levanté de la silla, lentamente sin dejar de mirarla a los ojos ni un solo momento. Iba a darle la oportunidad de que se cambiara de ropa, o por lo menos que se pusiera brassiere, para no se sintiera tan incómoda, aunque ya fuera muy tarde. Esperé de espaldas a ella para que hiciera lo que tuviera que hacer y mientras estaba así, con los brazos arriba, enseñando la varita, las palabras me brotaron. 

-¿Nunca te preguntaste por que era tan servicial contigo? ¿No lo imaginas? ¿Ni un poco? -

Bueno, está bien. Me pasé un poco con eso. Era claro que no sabría ni cómo contestar esas preguntas sin quedarse con la mueca de la duda permanente en el rostro. Pero pues ya había abierto la boca, ni modo. Así eran las cosas.

- No, ¡no! Tu argumento es estúpido. Cuando necesitas hablar con alguien a solas te acercas de manera civilizada y le dices algo com "hey, ¿tienes un minuto?", no entras a su habitación por la noche como si vinieras enviado por el fantasma de Ted Bundy. - 

Que lo había tenido casi encima, tocándole el rostro y diciéndole a saber qué cosas. Estaba a punto de romper en urticaria nerviosa o algo, y eso era mucho decir, porque no era precisamente una persona aprehensiva o que se impresionara facilmente. Armar una bomba se sentía como un hobbie relajante comparado con el estar teniendo esa conversación, en esas circunstancias. 

Se alarmó cuando se puso  de pie, sin entender lo que pretendía. Inmediatamente alzó la varita de nuevo pero dado que se daba la vuelta y... con las manos en alto...

Le miró completamente confundida,Demoró en entender que ocurría, y entonces suspiró, guardando ahora si la varita en el bolsillo de los shorts que usaba para dormir. No iba a atacarla, se dijo. No, porque si esa fuera su intención, ya lo habría hecho. No era peligroso. Era, simple y llanamente, un imbécil. 

Suspiró largamente. Frustrada, resignada. Y ni loca que se iba a cambiar de ropa con él ahí, no importaba que le diera la espalda. Fue hacia el armario y jaló con brusquedad la primera hoodie que se encontró. 

- ¿Qué? ¿Se supone que tenía que pensar algo más que eso? No me da por buscar motivos ocultos cuando alguien se porta como un ser humano decente. Además, me cargaste libros, no es como que me hubieras ofrecido un riñón en transplante sin conocerme de la nada. - 

Nunca se había sentido tan desubicada. Lo odiaba. No creía ser una de esas personas con necesidad patolóica de sentirse en control de las cosas pero en esta ocasión, en el hoy y el ahora encerrada con él, no tener ni un poquito de donde aferrarse le estaba volviendo loca. Por que no había ni pies ni cabeza en eso. Su intromisión, que le preguntara por si tenía familia, que le planteara si acaso nunca había tenido dudas de porqué se portaba así con ella, como si el tener un gesto amable con alguien fuera la cosa más rarísima del mundo (y no una táctica recurrente para tratar de follar, cosa que  ella había creído de eso se trataba el interés que le mostraba, nada más). 

- Mira, Pazolli. - Si, Pazolli, frío y cortante y marcando distancia. Nada de Sonny, ya no. Se pasó ambas manos por el cabello, sintiéndose que estaba a un paso de arrancárselo a jirones por puro desconcierto, y sintiendo que la cabeza le explotaba cerró los ojos, apretándose la sien con los dedos. La fatiga seguia aun en su voz, pero ahora estaba mezclada con un millon de cosas distintas que no hacían más que chocar entre sí. - No me estas diciendo nada. O me explicas que fue lo que te cruzó por la cabeza como para que pensaras que esto iba a acabar bien, o me haces el grandísimo favor de largarte ya. Mi compañera debe estar por llegar. -

Tenía razón. No había ningun argumento válido y creíble que darle. Si ya me pensaba como un demente, con las estupideces que estaba diciendo, no le cabría duda alguna de que me faltaban varios tornillos y una camisa de fuerza. Le di el tiempo suficiente para que pudiera cambiarse o ponerse algo encima, no quería seguir viéndola casi desnuda. Cuando lo creí pertinente, me di la vuelta otra vez para verle a los ojos.

-¿Ted Bundy? Ni que fuera a ultrajarte y asesinarte...¡Espera! ¿eso crees que hago? ¡Mierda Connie! jamás haría algo así...-

¿Ted Bundy? ¿En serio? De todas las posibilidades, esa fue la que se lo ocurrió. No la culpaba pero ¿no estaba extralimitándose un poco? Como fuera debía decirle la verdad de una vez y dejarme de tonterías. Nunca había sido bueno con los rodeos, no tenía por que empezar a serlo ahora. Estaba muy frustrada y fastidiada, lo veía en su cara y en la forma tan despectiva de mirarme, tenía que cambiar eso, de una forma u otra. 

Me llamó por mi apellido y fue donde ya me sentí insultado. Me crucé de brazos, guardando mi varita en el bolsillo delantero de mi pantalón y me quedé parado, estando bastante cerca de ella. Me pasé una mano por el cabello y saqué el único cigarrillo que me quedaba. Lo encendí rápido y dejé que la primera calada hiciera la importante función de aligerarme la tensión. 

-Me importa una mierda si tu compañera viene. Esto es importante pero si no te tranquilizas esto no va a funcionar. Ya te dije, perdóname por invadir así tu privacidad, es la última vez que me disculpo. ¿Sabes quién es tu padre? ¿Si estuvo casado con tu madre o algo así?  -

Hubiera podido seguir y seguir de esa manera, porque nada de lo que le decía tenía ni pies ni cabeza. Eso, en vez de tranquilizarla, le hacía sentir insegura. Y la mejor manera que tenía en esa situación de lidiar con la inseguridad era aquella. Poco le interesaba si lo ofendía, o si lo sacaba de quicio a tal grado que mejor se largara. Es más, pensándolo bien, aquella resultaba la alternativa con la que más cómoda se sentía. Que si era tan importante lo que necesitaba hablar con ella que no podía esperar, una urgencia que ameritaba ir a perturbar su espacio y su paz mental de esa manera, entonces volvería. 

Arrugó la nariz apenas el humo del cigarrillo se hizo notar. Y más irónico de todo era que el tabaco no era algo que le desagradara. Ella también fumaba. Pero le estaba molestando de la peor manera que fuera justo él el que fumase en su habitación. 

Por un instante, uno pequeñito, le cruzo por la cabeza si acaso eso no tendría que ver con Ferdynand y la revolución que estaba gestándose. Jacob esta involucrado en ella, y Pazolli - ya no "Sonny"- era un Delta también, no sería descabellado que también formase parte del movimiento. La idea se desvaneció rápidamente. Eso no tenía que ver con Zieliñski. Si así fuera, todo se habría manejado de manera distinta. A fin de cuentas lo conocía, lo bastante como para guardar los recortes de su fotografía de "se busca"que se publicaban en los diarios (porque en verdad salía horrendo, ni siquiera se parecía. Algún día se reirían de ello).

El problema fue cuando comenzó a preguntarle por su padre, o si acaso su madre había estado casada. Sintió que el estómago le daba mil vueltas causándole un vértigo terrible... que manifestó tan solo con una expresión aun más severa y a la vez menos receptiva, si es que era posible. 

- No. - Respondió fría, con voz ronca... y dolida. No en la superficie, pero si se le prestaba atención en verdad... - Eramos nosotras dos nada más. - 

Bajó los brazos. No le gustaba el rumbo que esto estaba tomando. No era vidente, pero tampoco tonta, y comenzaba a verse invadida por un presentimiento que le forzaba a plantearse si acaso no hubiera sido mejor que en serio hubiera tratado de atacarla, ¿porque eso? Eso si lo podía manejar.  Lo demás...

Por un momento creí que aquello sería sencillo. Pero las preguntas que le hice lejos de guiarla hacia donde yo quería, hicieron mella en ella. El tono de voz que empleó decía que no, que no le importaba en lo absoluto, era tan desinteresado, tan regular como si se tratarse del clima o alguna simpleza parecida. Sin embargo, sus ojos decían otra cosa, la noté triste, decaída aunque se mantuviera con la mirada estoica y en pie como un roble. No era ningún hijo de puta sin corazón y sinceramente me conmovió verla así. 

No conocía cuál era su historia antes de Basset-Knapp y realmente quería hacerlo; conocerla, tratarla, crear ese vínculo entre ambos, además del sanguíneo. Esperaba que ella se prestara para eso, después de aclararle todo. Al ver que bajaba los brazos, me sentí con más confianza y con más seguridad de acercarme un poco, solo lo suficiente para poder verla directo a la cara y que viera que todo lo que iba a decirle, era verdad y no una patraña inventada para joderle la existencia. 

-Nunca te preguntaste...¿quién era? o ¿qué hacía? Mira Connie, sé que estás confundida y enojada, y créeme que te entiendo, lo que hice no estuvo bien...Lo diré así, directo ¿está bien?...me está costando un poco de trabajo, verás...tu padre es el mío-

Y ahí estaba la verdad. Directa, sin adornos y con la creencia de que ella reaccionaría de una buena forma. No era ningún idiota tampoco y pese a que mi esperanza era que abriera los brazos y me aceptara, también pensé en la otra cara de la moneda. Lado en el cuál ella me apuntaba con la varita y me castigaba por mentirle de esa forma, metiéndome con algo tan sagrado como su familia, con ella. Ya tenía mi varita bien agarrada para responder, según sea el caso.

Conforme Sonny iba acercándose hacia ella, en respuesta iba elevando su rostro, cada vez más altiva, quizá un poco arrogante. Como si quisiera crecerse  y dejar en claro que no iba a mirarla hacia abajo, ni aunque fuera por una cuestión de meramente estaturas: como si quisiera marcar sus distancias y mantenerle lejos, aunque no hubiera mucho campo más allá para donde moverse. Las habitaciones no eran precisamente suites residenciales, después de todo. Aun así. La manera que tenía él de desenvolverse le provocaba un terrible vacío que le tenía sintiendo como si el piso a sus pies se tambaleara. No era temor causado por incertidumbre. Era, justamente, todo lo contrario. Como si hasta el último y más pequeño de sus nervios se pusiera en alerta esperando que pasara lo que fuera que viniera en su dirección.

Quiso decirle, cuando comenzaba a cuestionarle sobre las preguntas que obviamente se había hecho alguna vez sobre sus orígenes – y quién se creía que era como para decirle tales cosas – que ya bastaba de rodeos. Que lo que fuera que tuviera por contar y que lo hubiera traído a su habitación en primer lugar tenía que soltarlo ya, sin rodeos y de forma directa, porque no soportaba a la clase de personas que se iban dando largas innecesarias.

Luego resultaba que, como si acaso le hubiera leído los pensamientos, dejaba salir su confesión de aquella misma manera que había estado por pedirle. Certera. Dura. Precisa. Lo encontraba hasta irónico. (O lo encontraría, mejor dicho, una vez su cuerpo y su consciencia se decidieran por el próximo paso a dar. De sobra decir que no se lanzó sobre él a abrazarlo desviviéndose de ilusión y ternura, pero tampoco alzó la varita para maldecirlo. Permaneció, en vez de ello, sencillamente inmóvil, observándole fijamente con su propia y penetrante mirada… hasta que rompió en carcajadas.

- No. – ¿Habría anticipado esa respuesta? – No, quiero decir. ¿Por qué creerías tal cosa? – Se rio con sorna, como si acabase de contarle el chiste más gracioso de su vida, sosteniéndose tapándose la boca al mismo tiempo que se sostenía el vientre que comenzaba a dolerle a causa de los espasmos de risa. No, no podía tener un hermano, simple y llano. Y siendo francos, ¿Cuántas eran las posibilidades de que compartieran sangre?

Nunca había querido saber nada de él, su padre. O por lo menos había dejado de necesitar saber de él con el paso de los años. Aquello de que todos requerían respuestas era algo que encontraba sobrevalorado, sobre todo en cuestiones como esa. Estaba bien ahora, estaba…

Poco a poco la carcajada fue ahogándose, y ella cediendo bajo el peso de una carga que ni siquiera era consciente seguía llevando a cuestas. Que la mano con la que se había cubierto los labios terminó pasando por su cuabello rojizo, desordenándolo, hasta el momento en que el aire dejó de bastarle, y por ello se sentó al filo de su cama. “Perdida”era decir poco para describirle. 

– … hablo en serio, ¿por qué estás seguro de eso? – Preguntó en un susurro ronco, uno que dejaba entrever que trataba de contener una decena de sentimientos distintos, cada uno en conflicto con el anterior. De la misma manera en que había intentado crecerse para no ser poca cosa delante de él, en ese instante se sentía completamente diminuta… pero hey… estaba dialogando, eso era algo…

Y ahí estaba, parado como imbécil, observando como era que Connie se rompía en carcajadas. No esperaba bajo ningún concepto que corriera a abrazarme. Sí era sincero, no sabía realmente que esperar. Mentiría si no creyera que eso era bastante ofensivo y me estaba afectando más de lo que yo hubiese querido. Pero debía seguir con esto, no importaba qué.

- No existen muchas Jasmine Hartmann en Londres. -

Como era que sabía el nombre de su madre? Por que lo leí en aquel vociferador en el escritorio de mi padre tiempo atrás. Sin contar con la carta que Norbit, el perro de mi madre casi destruye. La vi sentarse, claramente confundida y no era para menos. Lo que le había dicho no era fácil de digerir, lo menos que podía hacer, era explicarle y lograr que me creyera.

Me di la vuelta para tomar la silla y acercarla solo lo suficiente para sentarme al revés y apoyar mis brazos en el respaldo. Le di una calada al cigarrillo y se lo extendí a Connie.

- Cuando era niño, descubrí a mi padre mandándole un vociferador a tu madre. Preguntándole por ti, sobre cómo estabas y si ibas bien en el colegio. Lo que memoricé fueron sus nombres y no le había tomado importancia hasta que te inscribiste a Basset-Knapp. Puse el cigarrillo de nuevo en mi boca e hice un par de aros con el humo. Negué con la cabeza mientras reía por lo absurdo de la situación.

[color=green]- Se qué es ridículo e improbable, pero es verdad. No tengo porqué mentirte Connie.-[/color

- La cosa es que ya no las hay, ja… – Más Jasmines Hartmanns en Londres. No pelirrojas. No brujas. Que hubo algo en la manera en que se lo dijo, tan casual y convencido, que amenazó con volverla a hacer reír. Así era como descubría que su reflejo nervioso era el de reírse en las situaciones menos apropiadas. Se había alzado contra mortifagos, codeado con terroristas buscados a nivel internacional, y ni un solo ja, nunca. ¿Pero enfrentarse a pistas sobre la identidad de su padre?...

Se pasó las manos por el cabello de nuevo, hasta ocultarse el rostro entre las palmas por un instante mientras inspiraba profundo, lento, hondo. - Murió el año pasado. – Esperaba que con eso entendiera que, a pesar de sus respuestas inadecuadas, el tema no lo encontraba gracioso en lo absoluto. El no necesitaba saber más que eso, ni ella tampoco tenía porque compartir más información. Había sido demasiado personal, demasiado doloroso, y aunque dijera ser su hermano… bueno… ¿y qué? ¿Acaso lo único que tenía era un nombre?

No pudo ni siquiera mirarlo, porque si lo intentaba se veía invadida por naúseas que nunca antes había experimentado. Pero escuchó como arrastraba la silla, y percibió el olor del tabaco. Dudó por un segundo hasta que aceptó la calada del cigarrillo, que si en algún momento de su vida lo había necesitado, era justo ahora.

Su semblante se endureció. Que escucharle hablar sobre vociferadores y aquel hombre preguntando por ella como si fuera cualquier cosa. Pues bien, su madre nunca le había hablado sobre ningún Pazzolli. Y la cabeza le daba vuelta tras vuelta creando mil escenarios distintos que nunca iba a poder responder, ¿Por qué a quién le iba a preguntar ahora sobre porqué nunca había hablado sobre eso? ¿A su madrina? Casi que prefería el chiste pesado que les había escuchado alguna vez sobre ser la hija bastarda de David Finnerty. Porque claro que lo había pensado alguna vez, y le había parecido horrible, pero visto en perspectiva ahora no se escuchaba tan mal.

- …¿y eso es… todo? ¿Un vociferador? – Tragó saliva con dificultad. ¿Entonces había preguntado por ella alguna vez? ¿Habría querido conocerla? ¿Le habría importado? ¿Y por qué no insistir en ella, en conocerla? No, su madre no había sido la mujer más estable y podía hervir un filtro explosivo como nadie jamás había hecho pero…

- Lo sé. – Respondió escueta, demasiado abstraída en sus pensamientos. ¿Que ganaría con mentirle? Los últimos años de su madre habían sido una pesadilla, y si bien no podía decir que lo había hecho sola, el cargar con el peso de su enfermedad había sido un infierno. Y mientras tanto, ¿ella tenía un hermano en el otro lado del mundo? Era… demasiado irreal y…  - …y no sé qué decir. - Se encogió de homros ansiosa, negó con la cabeza, y abrazando sus rodillas apartó el rostro de él. No podía verlo. Conseguir hacerla llorar era una tarea difícil, pero en ese instante se sentía a punto de vencerse.

Realmente me tomó por sorpresa que me dijera que su madre había muerto. Ahora entendía por que prefería burlarse en lugar de tomar la situación con la seriedad que se requería. Lo que me llevaba a preguntar, si no tenía más hermanos significaba que estaba sola, completa y absolutamente sola. 

-Lo lamento. -

Por primera vez en mucho tiempo, no tenía nada inteligente que decir. Me quedé en silencio continuando con mi cigarrillo, mirando el humo salir de mi boca, tratando de encontrarle alguna forma chusca para hacer el ambiente menos tenso. Cuando me preguntó si era todo, solo asentí. Cómo debía saber, los vociferadores se destruyen después de entregar el mensaje, así que pruebas contundentes de lo que yo decía, no había. A menos que...

Estuve a punto de decirle lo que se me había ocurrido cuando la vi achicarse. De pronto aquella fiera que me había enfrentado hace un momento estaba reducida a ser un tímido y confundido gatito. Dudé por un momento en acercarme, pensando que me rechazaría y realmente esperaba que fuera así, aunque mi pensamiento fuera diferente. Me levanté de la silla y me senté en la cama, junto a ella, con la distancia apropiada para que no se sintiera más invadida. 

-No tienes por qué decir nada. Solo quería que supieras la verdad y la razón por la cual te acosaba como un enfermo mental...- Reí desganado para luego fumar de nuevo-Perdóname otra vez por haberme metido así a tu habitación. No supe como manejar esto tampoco, me porté como un demente y te asusté. Merezco una patada en los huevos por idiota -

Había silencios incómodos, y luego había silencios como este que no podía describir con prescisión, pero que a la vez no estaba segura de querer romper. ¿Para qué? Peor aún, ¿cómo? No se le ocurría que decir, ni que preguntar. No estaba ni siquiera convencida de que quisiera hacerlo. Es decir, había una parte de si misma que estaba costándole el mantener apaciguada. El no permitirse a sí misma explotar en preguntas y reclamos que... suponiendo que lo que Pazzolli dijera fuera cierto... él no tenía manera de responder.

Y es que siendo franca, la duda estaba ahí. Probablemente siempre lo estaría hasta no tener pruebas concretas e inequívocas, algo que no podía decirse de un vociferador años atrás. Obtener esa clase de pruebas, sin embargo, implicaría tener que estarse cara a cara frente a aquel hombre y...

No sabía si valía la pena hacerlo.

No sabía si deseaba hacerlo.

... pero... si lo hiciera, si fuera algo que necesitara, ahora mismo lo odiaba incluso más. Y era extraño. Hacía cosa de unos instantes su Padre siempre había sido una figura irreal y borrosa, una fantasía. Ahora había posibilidades de que fuera bien tangible, carne y hueso, con un nombre y un rostro... y lo consideraba un cobarde. Por qué tenía que venir a enterarse de todo esto por boca de su... ¿hermano? Un hermano. ¡Un hermano, joder!

Era demasiado confuso y se encontraba sobrecogida por todas esas nuevas revelaciones. Eso de hablar de sus sentimientos y todas aquellas cosas que odiaba en verdad se le daba mal. Tenía mucho que asimilar y procesar. Detestaba el quedar tan expuesta y vulnerable.

- Creo... - Titubeó. Lo escuchó todo, las disculpas que le pedía, pero aun así no pudo voltear a verle a la cara. Era simplemente demasiado ahora mismo. No estaba enojada ya, estaba... bueno... no lo sabía con exactitud. - Creo que deberías irte. - Quería - no, necesitaba estar sola. - Seguiremos hablando después. - No estaba cerrando la puerta (¿debería hacerlo?), era solo que... necesitaba tiempo y...

No debería ser difícil de comprender, ¿verdad?