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Sombras Hambrientas

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Mensaje por Julius A. White III Miér 21 Ago - 15:58

Bajó al sótano de la fraternidad y comprobó en silencio que no había nadie oculto. Musitó un hechizo y en su mano apareció una fina máscara negra de ópera, de un material similar a la piel pero inquietantemente familiar. Julius pudo sentir como la máscara vibraba suavemente en su palma, como si ronronease. Inspiró profundamente y se la llevó a las sienes, haciendo caso omiso al dolor y la voracidad con la que los zarcillos del interior de la máscara se prendieron a su piel.


En ese instante un humo negro y viscoso envolvió su figura por completo hasta cuajarse en una sencilla túnica negra que parecía no absorber la luz sino reflejarla, tal como lo haría una mancha de petróleo. En cierta forma, en su oscura sobriedad el tejido se veía, se sentía vivo por sí mismo. Finalmente la máscara se extendió por su rostro cubriéndolo de sombras hasta unirse con la túnica y formar una capucha que ocultaba su rostro en la oscuridad.
Julius Augustus White III había dejado de existir para ser algo más, o tal vez algo menos. Ahora sólo un Venerable.
El Venerable empuño su varita y apoyó el extremo en punto del muro de piedra más alejado a la puerta. Musitó una maldición similar al crucio y la pared al recibir el flujo de dolor mágico de la maldición se replegó dejándole pasar. Entró al auténtico sótano de la Fraternidad.


Ya estaban esperándole los tres sectarios que esta noche se enfrentarían a lo más parecido que había en la hermandad a un examen. De salir bien parados se les permitiría profundizar en el conocimiento de los misterios que aquí se ejecutaban. También se encontraba con ellos otro Venerable que les había instruido y supervisado esta noche. El que fue Julius dedicó un mudo asentimiento con la cabeza al otro enmascarado, posiblemente el viejo Morgan o incluso el propio Auberon.


Era el primer rito del curso y aunque algunos opinaban que aún era pronto, él había impuesto su autoridad. Era mejor ser precavidos y disponer una buena bienvenida a los alumnos este año. Lo sucedido en la fiesta organizada por los Wardwell demostraba que tal y cómo sentía en sus viejos huesos, los jóvenes llegaban cada año más díscolos e irreverentes.


Él no iba a consentir más desmanes de ese tipo, y mucho menos en su universidad.
Cada uno de los tres sectarios tenía a su cargo uno de los aspectos del ritual. Empezó a examinar sus trabajos, ya que aunque suponía que el Venerable presente habría dedicado su tiempo a corregir errores, él no pensaba ni loco iniciar el rito sin haberlo comprobado por su cuenta.


Empezó con los pictogramas de contención dibujados en las cuatro paredes del sótano. Estas marcas eran importantes, ya que de estar mal hechas inundarían de horrores no solo la fraternidad si no tal vez todo el campus. Tomó el cuenco de arcilla del suelo, pellizcó la masa y acercó los dedos a las sombras de la capucha: Olor y textura eran inconfundibles: Tiza negra molida con cenizas humanas robadas de un columbario profanado. Mezcladas con grasa de sacrificio para dar consistencia y adherirse bien a las superficies. Todo bien hasta aquí. Revisó despacio los pictogramas, pintados con los dedos y sellados cada uno con una gota de sangre del sectario. Todo correcto. Un tanto toscos, la verdad, pero para ser los primeros no estaban nada mal.


Pasó entonces a examinar el círculo dibujado en centro del sótano, más grande de lo normal para albergar el altar de piedra oscura y a los participantes de la ceremonia. Este círculo era bastante complejo, ya que los símbolos y runas estaban invertidos: No pretendían encerrar algo  su interior, sino todo lo contrario, mantener ese algo fuera del círculo. Revisó despacio cada línea, cada símbolo del pentáculo, cada signo atroz y execrable que les protegería a los participantes de las fuerzas oscuras que pensaban invocar esa noche. Sinceramente, no le importaba reconocer que si uno de los dos acólitos tenía que fallar, prefería mil veces inundar de muerte el campus entero a que un solo símbolo del círculo estuviese imperfectamente trazado.


No era el caso, el trabajo era soberbio. Se notaba la mano experta del otro Venerable aquí y allá, pero el trabajo general era digno del ritual, y eso era mucho decir.


Dedicó una mirada de soslayo a la veintena de elfos domésticos capturados y encadenados fuera del círculo; las víctimas del ritual. Secuestrados, arrancados de los brazos de sus seres queridos y sus hogares, pertenecían la mayoría a esas familias de brujos advenedizos empeñados en “modernizar” la universidad con ese mestizaje que lo único que conseguía era enturbiar la prístina pureza de la raza blanca. Ese era el auténtico problema, y no esa basura de la pureza de sangre mágica… Algunos de los mejores magos que habían salido de la universidad tenían ambos padres muggles. ¿Era eso un problema? ¡Claro que no! Porque eran de la clase de personas correctas, con valores y un cierto nivel económico que demostraba su superioridad inherente. Sin embargo, esas malditas subrazas…
Julius respiró hondo y se centró en revisar a simple vista las ataduras de las víctimas. Los elfos domésticos estaban encadenados por muñecas y tobillos al suelo del sótano y al parecer, por sus miradas aterrorizadas y sus gemidos parecía que su limitado intelecto entendía lo que les iba a suceder.


Ilusos. No tenían ni idea. Para empezar, cadenas y hechizos capaces de impedir que un elfo doméstico desapareciese estaban más allá de la magia “vulgar”. Tal vez fuese esa muestra de poder lo que los atemorizase. Tal vez alguno de ellos reconocía alguno de los símbolos de las paredes.


Su miedo y dolor contrastaba con la estúpida impasibilidad del sacrificio: Un carnero gordo y viejo, colgando encadenado sobre el altar por las patas traseras. El animal estaba demasiado agotado para balar o tratar de escapar, pero de tanto en tanto dejaba escapar un gemido lastimero y una sacudida.
Ese sería el trabajo del tercer acólito: Sacrificar al animal con un tajo en la garganta, dejar que la sangre alimentase las runas del altar. Entonces, cuando aún estuviese vivo, separar la carne y vísceras de la piel y huesos. Prender fuego a estos últimos en el pebetero del altar, purificar la daga ceremonial en el humo del sacrificio y alzar carne y vísceras en el cuenco de la ofrenda durante el resto de la ceremonia.


Era un trabajo horrendo, de una crueldad deliciosa de la que no muchos eran capaces. El sectario terminaría cubierto de sangre de pies a cabeza y con cuajarones hasta los codos. No todo el mundo era capaz de hacerlo y conseguir extraer el máximo sufrimiento de la víctima era clave para el éxito del ritual. Miró fijamente al elegido para la tarea. ¿Sería capaz de ello?


Tomó su lugar tras él e hizo la señal para que diese comienzo. Una vez terminase el sectario él tomaría las energías oscuras convocadas y ejecutaría el hechizo. Sintió por toda su piel el cosquilleo casi sexual de la impaciencia, de la expectación. Los instantes que transcurrieron desde su señal hasta que el acólito empuñó la daga se le hicieron eternos.
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Mensaje por Bill Snyder Jue 22 Ago - 17:11


No sentía que tuviera nada que demostrar. Su nombre había estado en las gacetillas de chimes más de lo que a él mismo le hubiera gustado, tenía que admitirlo, pero al menos había salido bien librado. Había que saber mover influencias y aunque cualquier pudiera tachar su comportamiento como el de un corrupto en miniatura, Bill jamás había creído que hubiera algo de qué avergonzarse. Era un buen elemento académico, era hábil y aunque tuviera que abusar de pociones agudizadoras de ingenio haría honor a su apellido y al puesto casi seguro que le esperaba en First Magic Union. No, de hecho, quitaría ese “casi”, porque no había nada que no fuera una garantía cuando se era un miembro de ese lugar y esa era la razón principal por la que estaba ahí.
 
Su mirada recorrió el lugar, en silencio, mientras el Venerable que los instruía le dedicaba instrucciones a sus otros dos compañeros. Mientras Adrien hacía el círculo de protección, mientras Miles dibujaba los pictogramas en las paredes. Su mirada se desvió hacia el carnero, que de vez en cuando provocaba que sus oídos se llenaran de un sonido que le recordaba que a veces, había que pagar precios inesperados, pero tenía el estómago para hacer lo que tenía que hacer y si lo pensaba en frío, ni siquiera era un precio demasiado alto. Lo había mirado directamente a los ojos mientras lo encadenaba y supo en ese mismo instante que no era más que un animal estúpido. Un vehículo más para un fin mucho mayor.
 
Cuando apareció el Venerable que faltaba, Bill esperó en absoluto silencio en su inspección, esperando sus instrucciones con un dejo de impaciencia y nerviosismo. El cosquilleo que corría desde su estómago hasta su garganta se iba haciendo más potente conforme iba llegando su momento. Apretaba los labios pero su expresión, que era una lucha entre el estoicismo y la inquietud, no era tan visible a través de la máscara. Notó esa mirada fija sobre él de parte de White y se irguió todavía más en su posición militar. Pareciera que entendía lo que se estaba preguntando y que tan solo con la pose de su cuerpo le daba a entender que sí, que sería capaz.
 
Al recibir su señal se puso de frente al animal. Con la daga que había mantenido en su mano izquierda, apretándola con firmeza, hizo un tajo fuerte, firme y limpio en la garganta del animal que baló con dolor. Su sangre comenzó un camino siseante, aunque sintió algunas gotas en su propio rostro, que se mezclaban con el sudor que escapaba desde su frente hasta el resto de su rostro.
 
Tomó aire y se apresuró al resto del trabajo porque no podía dejar que al animal muriera sin dar al menos los primeros pasos para separar la carne y las vísceras. Con el mismo cuchillo y redoblando las fuerzas, porque tenía como máximo 20 segundos antes de que se desmayara y poco más antes de que muriera por completo, se dio a la tarea de enterrar la daga y hacer un corte tan grande como pudo, separando la piel y la carne ayudándose de sus propias manos y del impulso de sus brazos. Apretó los dientes mientras jalaba,  mientras seguía cortando. El animal baló más fuerte, tanto que le sorprendía que no lo estuviera escuchando toda la universidad. Trataba de removerse, de patearlo, pero las patas estaban bien aseguradas, mantenía su estúpido instinto de supervivencia incluso en esas circunstancias, pero no servía de nada.
 
Fue el trabajo más cansado que había llevado a cabo en toda su vida. Y no supo en que momento el animal perdió por completo el conocimiento porque su cabeza había bloqueado sus aullidos para hacerse más eficiente. Nunca había puesto una coraza tan grande al sufrimiento ajeno como en ese momento y le sorprendió sentirse más sorpresivamente compasivo ante el sufrimiento de un animal que al de una persona. Pero se mantuvo firme y continuó con la tarea, yendo por partes, sintiendo el sabor a sangre en la boca, que nadaba en un mar de sangre maloliente, tenía la vista cansada por el sudor que corría y que sus pestañas ya no contenían. Pero sus fuerzas físicas en vez de doblegarse parecían multiplicarse conforme pasaba el tiempo.
 
 Prosiguió con las vísceras, sin dejar que cayeran al piso ni resbalaran. Poco a poco el animal iba tomando la tétrica forma de una sombra apoyada solamente por sus huesos. Un zumbido molesto, como el de una bomba que explota, se había alojado permanentemente en su oído proveniente de su necesidad de bloquear el doliente llanto de su víctima. Estaba lleno de grasa y completamente exhausto mientras quitaba el corazón, el riñón, las tripas, colocándolas en el cuenco previsto para ello para dejar solamente los huesos. No sabía si habían pasado horas desde el momento en que la había empezado a desangrar, pero sintió un alivio tremendo cuando su única tarea enfrente fue juntar los huesos y llevarlos al altar, para después purificar la daga, casi a ciegas y automáticamente porque en ese momento ya no era dueño de él mismo y de sus acciones, todo parecía ser la sucesión planeada de alguien que movía sus hilos siendo él un instrumento también de algún modo truculento, para luego tomar el cuenco resultado de su ardua labor. Si para por fin tener el poder de  mover sus propios hilos tenía que hacer eso miles de veces más, lo haría sin dudarlo.
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Mensaje por Adrien Morgan Jue 22 Ago - 19:28

A veces ser el portador de un apellido como el que Adrien tenía no solamente significaba ganancias materiales, algunas veces significaba también sacrificios. Cierto era que su comportamiento desde siempre había sido prácticamente intachable, pero en los últimos meses parecía estar cometiendo error tras error, que obviamente las personas cercanas a él no estaban dispuestos a tolerar.

Su mirada estaba fija en la tenue iluminación del lugar, podía sentir ese vacío en el estomago y el olor de la mezcla sanguinolienta filtrarse por sus narices; Por supuesto no era la primera vez que participaba con otros Venerables en esa clase de ceremonias, dos años y contando en la fraternidad le habían dejado más que solamente un excelente curriculum. Algo era diferente en esa ocasión y no era precisamente los preparativos que habían tenido los otros ahí presentes, el cambio era más bien en su interior, por primera vez no se había limitado a ser solamente testigo de los actos como en otras ocasiones, esta vez estaba participando activamente y por voluntad propia, tal vez era cierto que estaba buscando cambiar, tal vez era verdad que esta vez estaba esforzándose realmente.

El era quién había reunido cada uno de los ingredientes necesarios dentro del cuenco de arcilla bajo la férrea supervisión de Auberon quién no le permitiría en lo absoluto un solo fallo, ni en la ceremonia ni en su vida. Si algo podía caracterizar a Adrien era su imperturbable tranquilidad al momento de concentrarse en un trabajo, aun con la mirada del Venerable sobre sus hombros la mayor parte del tiempo.

Entonces era momento de empezar su verdadero trabajo, sintió entre sus dedos la textura de aquella masa negrecida por la tiza y como si fuera un autómata resguardado detrás de aquel velo de sombras que cubría su rostro, comenzó a trazar los círculos de contención en el suelo, alrededor de aquel altar de piedra cuidando muy bien de las especificaciones que le daban, sabía que aquello no era algo insignificante, lo sabía por la voz del Venerable corrigiendo cada detalle.

Una vez hubo terminado volvió a su lugar en la habitación, dispuesto a no moverse ni un centímetro a menos que así se lo ordenaran, le había entregado el cuenco al otro secretario para que continuara con lo que él tenía que hacer, así hasta que el momento de iniciar todo llegara.

Cuando el siguiente hombre apareció, Adrien levanto el rostro en un gesto firme y solemne, aun permanecía en una formación militar muy parecida a la que Billy tenia, esperando y solamente observando cómo revisaba el trabajo que ahí había sido realizado.

Entonces fue que los gemidos de dolor y de suplica de los elfos domésticos llegaron hasta sus oídos, se dio cuenta entonces que había heredado más de su padre de lo que él hubiera deseado al sentir su interior hueco, falto de cualquier sentimiento hacia esas criaturas que rogaban por su vida. Entonces sus suplicas se habían desvanecido para convertirse en los gritos de desesperación de Julisa, advirtiéndole de lo que sucedía en el lugar, de las cosas terribles que habían pasado, de él sin piel…

La señal había sido dada y el tercer secretario se había encaminado hacia el cordero, los gritos ahogados del animal lo hicieron estremecer mas sin embargo permanecía firme en su posición, tenía las manos sujetas tras su espalda, de haber sido otra ocasión habría desviado la mirada de aquella muestra grotesca, sin embargo ahora todo parecía tener un nuevo significado para él. Permaneció con la vista fija incluso cuando la sangre comenzó a recorrer el suelo hasta muy cerca de sus pies, vio como la vida de ese animal se desvanecía lentamente y ese brillo en sus ojos desaparecía mientras el secretario removía sus entrañas.

Entonces, como si su cuerpo supiera lo que estaba por suceder una emoción comenzó a llenar su ser, como si fuera lo único que pudiera sentir en esos momentos. La expectativa de lo que acontecía le parecía solemne.
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Mensaje por Miles Selvaggi Vie 23 Ago - 9:22

Les habían dicho muy pocas cosas sobre todo lo que se suponía que iba a suceder ahí, en ese momento. Él, como sectario novato, no se pensaba con derecho de preguntar y mucho menos con autoridad de exigir una respuesta.
Miles se mantenía estoico tras haber realizado su parte del trabajo. Había llegado junto al resto de ellos, a la vez habían ido realizando sus labores. Su parte trataba de crear los sellos y runas necesarios en las paredes para que, fuera lo que fuera que resultara de esa invocación, no saliera de allí. Nadie quería que tanto mal inundara su universidad, era en gran parte su hogar, y en aún mayor medida el sitio donde estaban plantando las raíces de lo que sería su futura vida, una vida que estaría llena de éxito o de miserias según como jugaran sus cartas y algo le decía, muy dentro de él, que con aquella decisión de unirse a la secta, tal y como su padre había hecho tantos años atrás, su vida sería de las primeras. Exitosa, llena de placer y poder. Porque no, iba a aprovechar aquello ya que estaba a su alcance, aquellos elfos que permanecían asustados a un lado no eran nada, al igual que el carnero, un pequeño sacrificio insignificante en medio de todo el gozo que conllevaría un futuro próspero para él y sus compañeros.


Pero dejando de lado aquellos pensamientos que podrían distraerlo esperó notar la aprobación del nuevo veterano que había llegado y que examinaba todo con cuidadosa parsimonia. Él había atendido a lo que le habían dicho, había hecho aquello lo mejor que sus inexpertas manos habían podido y se alegró al ver y notar que realmente no necesitaban correcciones. No se podía fallar frente a aquellos hombres, eran lo más exigente que se podía ser y tenían motivos. En aquel sótano no se movían fuerzas débiles ni hechizos tontos. No, ellos manejaban auténtica magia negra. Magia en la que Miles estaba interesando incluso sin tener en cuenta que podían obtener de ella, era magia prohibida, escondida durante siglos del conocimiento general y pasada generación tras generación en familias elegidas. A él poco le importaba -por el momento- poder pedirle favores importantes a fuertes demonios invencibles, era un universitario más, hasta dentro de unos años no le tocaría destacar, pero... ¿había algo más gratificante que saberte poseedor de un conocimiento oculto e imparable?

Una vez que Billy se movió, Miles se quedó mirando todo el proceso, estaba en sus manos. El proceso previo era tan importante como lo que él estaba haciendo en ese momento, pero aún así no podía evitar una punzada de celos porque él era quien estaba llevando a cabo la parte del ritual con la que iniciaría todo. Parecía un trabajo agotador, los sonidos que el animal dejaba escapar eran molestos pero se sabían necesarios. El proceso no fue corto, al rubio se le hizo eterno, pero no apartó la mirada, no sentía pena ni asco, no quería perderse ni un segundo de aquello, estaba entusiasmado y sus ánimos no iban a decaer por una espera más o menos larga.

Allí él aún no podía hacer más, pero notaba como algo en su interior se contraría, emocionado. Todo iba a comenzar y al fin iba a ser parte de ello, Bill, tras su máscara, ya había terminado con el sacrificio.
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Mensaje por Julius A. White III Mar 27 Ago - 14:16

(El Venerable faltante se incorporará en esta ronda. Sean buenos sectarios y no se lo tengan en cuenta)


Hasta el momento el desempeño de los menores era impecable. Le agradó especialmente la ejecución impecable de Bill Snyder. Precisa, limpia y rápida, y aún así había conseguido extraer una cantidad de dolor a la víctima más que suficiente. Buen muchacho, llegaría lejos con la daga. Ahora era por fin su turno. Tomó del altar el cráneo humano. Era uno especial, el de un asesino torturado, confeso y torturado de nuevo. Acarició el hueso de la calvera y la alzó con ambas manos por encima de su cabeza. Inició el cántico.

-Tenebrae qui servis nos, obaudi nos; Tenebrae qui reges nos,  confere nos vim; Tenebrae Esuriens, ¡Satiare te! ¡Eos omnes devora!*-

Una y otra vez, el mismo cántico pronunciado despacio, con esa voz monocorde que el hechizo de la máscara se encargaba de alterar haciendo que sonase fría y sepulcral. A medida que el cántico era repetido por los presentes, el fuego de las velas comenzó a oscilar y parpadear hasta que las llamas se volvieron negras, emponzoñando la luz de un tinte rojizo y sangriento. Poco a poco las sombras comenzaron a crecer cubriendo cada superficie hasta acariciar los bordes del círculo. Allá donde las sombras hacían contacto saltaba un chispazo granate y se retiraban durante un momento para volver al siguiente, probando de nuevo, buscando una fisura, un error en los trazos, siempre buscando infatigable...

La Oscuridad de alguna forma comenzó a ganar profundidad, como si se estuviese… espesando… o ahondándose en sí misma, amortiguando cada ruido, cada gemido de pánico y terror de los elfos que eran engullidos por las tinieblas uno a uno.

El círculo y su interior era el único remanso de luz y cordura, envuelto en un sudario negro tan abrumador que parecía que pendían aparte del tiempo y del espacio. Uno a uno los símbolos de las paredes comenzaron a iluminarse con un tono verde frío y enfermizo, conteniendo así la marea eterna de oscuridad. Y sin embargo el resplandor de las paredes llegaba desde tan, pero tan lejos que parecía que hiciese falta toda una vida para llegar hasta ellos desde el círculo. Y en esos momentos tal vez fuese cierto.

Entonces sucedió. Un tintineo de cadenas seguido de un crujido seco y el grito horripilante del primer elfo doméstico atravesó el manto de sombras erizando cada centímetro cuadrado de piel del Venerable que fue Julius. Una imagen mental de lo que podría pasar si alguna de las runas de protección, del círculo o de las paredes fallaban casi logró hacer vacilar su cántico. A ese primer grito sucedieron otros, cada aullido más desgarrador que el anterior y todos seguidos de repugnantes crujidos y sonidos de succión. 

La oscuridad estaba,literalmente alimentándose de cada Elfo doméstico, devorándolos uno a uno.

El Venerable que fue Julius cesó el cántico cuando la última onza de carne del cuenco de la ofrenda se consumió. Dejó el cráneo humano sobre el altar y esperó a que el sectario que había sacrificado al animal le imitase con el cuenco. La oscuridad, poco a poco, fue perdiendo sustancia, haciéndose más ligera de una forma que jamás podría explicar. El silencio era abrumador, ominoso. De alguna forma la quietud era aún más espantosa que todos los sonidos hasta ahora, ya que este momentáneo sosiego se sentía agobiante, como la calma previa a la tempestad.

*“Oscuridad que nos sirves, obedece. Oscuridad que nos gobiernas, danos poder, Oscuridad Hambrienta, sáciate, devóralos a todos”
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Mensaje por Auberon Wardwell Vie 30 Ago - 20:35

Él había sido uno de los que habían argumentado que no era demasiado pronto. En gran parte había sido por seguirle la corriente a White. Era, por decirlo de algún modo, el último estirón. Por el momento, se avocaba a coincidir y ser flexible incluso en los pequeños detalles, como no elegir a ningún sectario que no fuera hombre con una muy bien manejada discreción y en vez de eso, adquirir a dos favoritos y a uno con la fuerza suficiente para hacer el sacrificio con sus propias manos sin cansarse inmediatamente. Solo tenía que ser paciente, sabía que su momento llegaría, y quizá mucho más rápido de lo que esperaba. No era que estuviera en desacuerdo con la sociedad que se había construido en ese complejo entramado secreto, era que necesitaba más y que todos, siempre, en algún momento, necesitaban un cambio.

Se había mantenido muy atento a cada cosa que Selvaggi y Morgan habían hecho, y de vez en cuando también se había dedicado a echar vistazos al estado anímico de Snyder. Morgan no lo tenía contento y no mentiría al decir que fue el tripe de exigente en el cumplimiento de la labor que le tocaba. El chico podía ser poco apto para ciertas cosas, pero estaba comprobado que al menos en el sentido estrictamente intelectual era bastante avispado. ¿Qué podía decir? Luego de ese mini escándalo en el que había hecho declaraciones muy poco afortunadas, lo que menos quería era casar a su hija con él. Pero una vez más, White había sido todo lo conciliador que él no podía ser en sus propios asuntos. Esperaría.

Se mantuvo a una distancia prudente de Snyder, casi como si también lo estuviera cuidando a él en su labor. El olor a sangre y vísceras lo inundó todo pero nadie ahí parecía dispuesto a claudicar ni siquiera ante el espectáculo que se desplegaba ante ellos. Era bueno y tenía el gesto firme como el de su padre. De hecho, compartía con Selvaggi ahí presente ese brillo en la mirada de no detenerse ante nada con tal de conseguir lo que se deseaba.

Sabía la importancia de ese círculo, y se mantuvo plantado firme en él en medida en que iba perdiendo consciencia de su propia voz cantándole a la Oscuridad. En esos momentos solamente pensaba en cosas que le eran importantes: su familia, su imperio, los cimientos firmes sobre los que estaba construido y que con más firmeza se mantendrían. Habían nacido de trabajo y sudor de los suyos, él los mantendría con trabajo y sangre. Estaba consciente de lo que tenía, y no lo iba a dejar ir por nada.

Entornó los ojos al ver la magnitud de la magia que se había desatado ahí. Siempre se sorprendía, como la primera vez. Nunca iba a dar por sentado la inmensidad del poder de lo que ahí se hacía, nunca pensaría que ya lo había visto todo. No era una persona impresionable y sin embargo, lo que sucedía en la oscuridad de ese sótano siempre lo tensaba. Era demasiado humano, demasiado, a comparación de lo que despertaban. El grito del primer elfo también le tensó el cuerpo, no por compasión a la criatura, sino por las mismas razones de White: el terror frío de pensar en un fallo. Pero no los había, él mismo se había encargado de ello.

Cuando su voz calló, junto con la de los demás, se dio cuenta de que tenía la boca seca, pero no se atrevió a pasarse la lengua por los labios. Enfocó la mirada en lo que antes hubieran sido los elfos domésticos. No se arrepentía de lo que había hecho, nunca lo hacía.
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Mensaje por Adrien Morgan Vie 30 Ago - 21:50

Adrien a sus 21 años a veces olvidaba lo joven que era, lo impresionable ya no lo era tanto para él, había dedicado su corta vida a los estudios y conocía de muchas ramas de la magia, sin embargo los actos que se había dedicado a observar en aquel sótano antiguo lo sobrepasaban cada vez, tal vez si era verdad que en un inicio se había unido a esa secta por su padre y por los beneficios inmediatos que esta podía otorgarle, pero había permanecido ahí precisamente porque ahí le habían enseñado que no había limites en la magia que corría por sus venas, el velo de la decencia y lo correcto estaban más allá de él mismo.

Sentía el poder recorriéndole las extremidades como un ligero escalofrió, tenía una presión en el pecho que solamente fue liberada al momento en que comenzó a pronunciar las palabras que los otros decían, aquella especie de cantico salía de sus labios al inicio como un leve susurro que poco a poco fue haciéndose más fuerte y seguro, su voz sonaba plana, casi irreconocible, su mirada estaba fija en los movimientos del otro Venerable ahí presente que fungía como el principal en el ritual. No titubeo, ni siquiera al momento en que la luz se distorsiono de esa manera, por un momento sintió que habían abandonado el sótano y el lugar se había convertido, al menos en su cabeza, como algo fuera del tiempo y espacio, algo donde solamente ellos coexistían con la magia verdadera.

Cuando los sonidos aparecieron en el lugar, sintió que una parte de su alma era fracturada por los gritos de dolor provenientes del primer elfo en ser sacrificado, su corazón se detuvo unos segundos recordando las palabras que Julius le había dicho hace poco, “Los peones son fácilmente sacrificables”…. “Si eso hice con mi hijo, Adrien, ¿Qué no haría yo contigo?”. Tenía que aceptarlo, tal vez en su vida jamás había temido tanto por su vida como en esos momentos, tal vez porque jamás había sentido que podía estar en la posición de perder el control de alguna situación.

Pero él estaba haciendo todo correctamente, no se iba a permitir más errores, no más. En aquella noche dejaría atrás los estúpidos juegos de adolescente, esa ceremonia iba a cambiar más de él mismo de lo que podía imaginarse. No iba a haber límites, el poder era suyo y él tenía que tomarlo, fuese cual fuese el precio a pagar, eso no importaba más.

Sentía el latir de su corazón sobre la garganta, sus ojos observaban fijamente a la oscuridad haciéndose cada vez más fuerte, con cada uno de los elfos que eran sacrificados en ese lugar, Adrien entonces, entre el silencio y la tensión, dirigió su mirada hacia el otro secretario que tenía el cuenco en sus manos, esperando para verle actuar con algo de impaciencia.
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Mensaje por Miles Selvaggi Sáb 31 Ago - 14:28

Él como todos los demás comenzó a repetir aquel mismo cántico que el venerable había iniciado con voz fría. A cualquiera se le podrían los pelos de punta ante aquello pero no iban a dejarse llevar por unas palabras, no tanto como por la oscuridad extrema que estaba apareciendo a su alrededor. Durante el tiempo que tardó el ritual en finalizar procuró no pensar en nada más que en sí mismo, no quería desconcentrarse y mucho menos se pillado con la guardia baja por ninguno de los dos hombres que estaban ahí. Para cuando el cántico cesó todo lo que quedó a su alrededor eran gritos y alaridos proveniente de los elfos.

Miles intentaba no mirar a ninguna parte. No sabía que hacían el resto de ellos, suponía que, al igual que él, solo esperaban pacientes a que aquello continuara. Sabían que había que hacer, Bill, debía seguir los pasos del venerable, él tenía en su mano el lograr que todo aquello continuara bien, aunque era algo básico toda la atención estaría puesta en él. Al fin y al cabo en ese instante estaban rodeados de algo mucho más poderoso de lo que se podrían haber imaginado, era algo grande, algo magnífico. Era el tipo de magia que tentaba al italiano a sonreír bajo la máscara aún cuando sabía, que en ese instante, estaban a tan solo a paso de algo que podría destruirlos como si no fueran más que simples y enanos mosquitos.

Y por supuesto que más allá de aquella sonrisa invisible de satisfacción estaban los nervios, el miedo, el asombro. Aquella poderosísima magia le interesaba mil veces más que cualquier cosa que pudiera obtener a través de ella, al fin y al cabo el prestigio y el dinero no eran nada comparado con la dominación de aquellos poderes y ahí estaba, dispuesto a darlo todo para ser capaz hacer todo aquello por mucho tiempo más, para sentir fluir él también la magia salir de él durante la invocación, en esos momentos sus ojos se dirigieron muy rápidamente hacía el venerable que había entonado el cántico de manera principal, lo envidiaba y respetaba a partes iguales; algún día, él también presidiría una reunión como aquella, no era su única meta, claro, pero con la emoción latente del momento era lo único en lo que podía pensar.
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Mensaje por Bill Snyder Mar 3 Sep - 21:07


Bill puso mucho esfuerzo en no buscar con la mirada la aprobación de nadie, ni la del Venerable que había llegado después, ni la de Wardwell. No como una falta de respeto o un connato de rebeldía, sino porque para tomar todo eso con la responsabilidad necesaria y con la seriedad y seguridad que se requería, debía primero estar confiado de sus propias habilidades. Sabía que a la larga, aunque estuviera apoyado por los miembros de esa secta, estaría solo, y que no tenía nada comprado, que su fortuna era algo que no duraría para siempre si no hacía algo. Lo estaba haciendo por esa razón, para asegurarse un futuro y ser alguien, no un simple nombre.
 
Mantuvo el cuenco firme en sus manos porque si titubeaba, aunque fuera un poco, eso podría ir mal. Sus ojos siguieron la luz verde que iluminaba los símbolos mientras seguía sosteniendo el cuenco y bajó la vista como acto reflejo para asegurarse que sus pies estaban dentro del círculo, entrando en pánico de pronto por la sola idea de estar en medio de la nada o a merced de todo eso que se desataba. Estaba todo bien.
 
Agarró el cuenco con más fuerza sintiendo un calor terrible en cada centímetro de su cuerpo mientras repetía el cántico con convicción. Sus ojos trataban de enfocar al lugar de donde provenían los gritos de los elfos pero solo alcanzaba a ver una oscuridad profunda. Los gritos le servían para hacerse de la imagen mental. Sentía que pesaba mucho, él, su cuerpo, los zapatos y los pantalones manchados de sangre y que la que goteaba por sus brazos y sus manos caía con una densidad extraña por su piel.
 
Respiró profundo cuando llegó su turno de dejar el cuenco sobre el altar, la sensación de alivio en sus manos y en sus muñecas repercutió en todo su cuerpo. Cuando la oscuridad comenzó a desvanecerse le fue más fácil tomar aire. Había sido vital no petrificarse ni sentir miedo, actuar cuando tenía que hacerlo sin titubear ni una sola vez. Las cosas terribles que ahí veía y que ahí se hacían lo seguían sorprendiendo pero no se detendría a cuestionar ningún método cuando sentía que estaba tan cerca de las cosas que él y su familia querían y que le importaban. Y en ningún otro lado se sentía tan poderoso ni tan motivado como ahí adentro.
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Mensaje por Julius A. White III Vie 6 Sep - 0:55

La primera señal de éxito fueron la veintena de pares de ojos rojos que relumbraron como tizones en la oscuridad, seguidos de risillas histéricas y desquiciadas nacidas tras afiladas líneas de dientes que reflejaban relucientes la creciente luz de las velas. Los elfos domésticos se habían corrompido –o purificado, según a quien le preguntases- en un ser distinto, uno cuya piel estaba recorrida por sombras que se deslizaban por la superficie como tatuajes vivos. Eran ahora seres de ojos rojos e incandescentes, de articulaciones nervudas, pose jorobada y nerviosa. Donde antes brillaba el terror ahora había sólo odio y malicia.

Las cadenas cayeron al suelo, pues ya no estaban reteniendo a las criaturas para las cuales fueron encantadas. Se acercaron al círculo con unas intenciones que no mostraban en absoluto pleitesía.

Entonces ambos Venerables al unísono, como si una sola mente los dominase, se adelantaron y alzaron su mano derecha la cual lucía un enorme anillo de oro con runas grabadas en su sello tan intrincadas y abominables que la  mera visión bastaba para envenenar  la cordura de aquellos no iniciados en los misterios de la hermandad.

-¡ARRODILLAOS, ALIMAÑAS! ¡SOMETEOS A NUESTRA VOLUNTAD O VOLVED AL ABISMO ETERNO!- Rugieron ambos. Hubo una pausa entre las bestezuelas. Los seres dementes intercambiaron miradas. Por fin, una a una, las repugnantes criaturas se arrodillaron intimidadas frente a ellos. Cuando todas se postraron, solo el Venerable que fue Julius prosiguió: -Sois nuestros ojos y oídos. Sed invisibles, acechad a todos, puros e impuros. Vigilad, Vigiladnos a nosotros incluso, qué hacemos, con quien estamos, qué decimos, qué pensamos. Espiad los sueños de nuestros amigos, poblad las pesadillas de nuestros enemigos y…- Les miró fijamente desde las sombras de su capucha. Extendió el puño hacia las bestias, mostrándoles de nuevo el anillo que ahora parecía estar al rojo vivo –Solo reportaos, únicamente obedeced a los portadores de estos anillos. Ahora marchaos y servidnos. ¡AHORA!– Esta última exclamación provocó una estampida entre los demonios, que se golpeaban unos a otros en su carrera hacia las sombras, riendo con perversidad y haciendo cabriolas para finalmente desaparecer como si jamás hubiesen existido.

El que fue Julius se dirigió a los acólitos -Marchaos, el ritual ha terminado.- Y una vez obedecieron, se dirigió al otro Venerable –Nos veremos mañana en mi despacho. Excelente trabajo. Buena elección con los muchachos.
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Mensaje por Miles Selvaggi Vie 6 Sep - 16:53

Aquellos dos venerables se dieron a oír. Los ojos que los miraban ahora a través de la espesura eran espeluznantes, parecían llenos de odio, eran aterradores. En todo el tiempo que duró el ritual Miles no había sentido miedo alguno, ni por la negrura, ni por los grandes poderes que ahí convocaban pero aquello fue solo porque era un novato, porque realmente no alcanzaba a comprender lo poderoso que llegaba a ser aquello con lo que se estaban manejando. Porque aún no había notado como era ser observado por uno de aquellos seres reencarnados en elfos, seres creados de maldad pura, o eso parecía. Aún con  todo aquello el hecho de que los venerables hubieran dado un paso adelante y dominado la situación le pareció aún más admirable por su parte. Los planes que ellos tenían más allá de ese momento no era de su conocimiento, pero ya  con poder observar todo eso su deseo de llegar allí algún día era mucho mayor, al igual que la admiración que llegaba a sentir por hombres como ellos, se preguntaba si su padre, aquel al que en realidad odiaba, había llegado a hacer algo así alguna vez, si realmente él también era digno de admiración.
Con ello, además, también se acrecentaba su necesidad natural de mejorar para hacerse a sí mismo un mago poderoso, alguien con la voz y el espíritu lo suficientemente entrenado como para poder dominar a seres como aquellos.

Se quedó petrificado al ver la reacción de aquellos pequeños seres, revueltos hasta hacía tan solo un segundo, y ahora arrodillados, intimidados. Los ojos del rubio fueron de un enmascarado a otro, a sus espaldas más bien. Oyó sus palabras, y por un segundo casi temió por su actitud, pero no. Él era todo lo que podían esperar de un chico a su edad, correcto cuando era necesario y pues, algo alocado el resto del tiempo, pero dudaba que aquel mandato tuviera algo que ver, ni siquiera algo mínimo, con respecto a él. Su seguridad llegaba más allá de meras palabras, él sabía que todo lo que hacía lo hacía pensándolo de manera seria, por lo menos lo que era realmente importante, no había que perder en esa orden, no al menos para él.

Se quedó mirando fijamente a aquella nube de oscuridad cada vez más dispersa mientras aquellas criaturas se desvanecían, la habitación de pronto volvía  a ser la de antes, se veía más allá del círculo y el venerable les despidió. Tras ver tamaño despliegue de poder y seguridad no iba a desobedecer ni a tardar en marcharse, hicieron lo indicado antes de empezar todo y se marchó junto a sus compañeros. Aquello, a pesar de apenas haber contado con la participación de los muchachos, fue una sección agotadora. Era obvio que el ritual tomaba magia de todos los presentes, de una forma o de otra.
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Mensaje por Adrien Morgan Vie 6 Sep - 20:29

Poco a poco, mientras el ritual avanzaba, podía sentir como el aire mismo se volvía espeso a su alrededor, pesaba incluso dentro de sus pulmones dificultando su respiración, pero el cántico continuaba, podía sentir como es que la oscuridad a su alrededor se hacía más fuerte con forme las palabras eran elevadas hacia el viento, observaba sin titubear al otro secretario y al venerable, observaba, aprendía, cada momento que pasaba ahí era una enseñanza, al menos así lo veía él. Estaba asombrado no por el poder, si no la sabiduría que los Venerables frente a él poseían, el conocimiento de la magia, pura y diabólica que ahí estaba siendo representada.

Hubo silencio, por supuesto, cuando los cánticos terminaron, era un silencio que lo perturbaba, lo ponía en alerta, no se imaginaba si quiera que algo pudiera salir mal, tenía confianza en él y en los que estaban presidiendo esa ceremonia, aun así no era un idiota para atreverse a hacer cualquier cosa que no le ordenaran. Sus ojos viajaron alrededor de la habitación, solamente esperando, sintiendo esa opresión en el pecho que le decía que algo más iba a ocurrir.

Entonces los vio, alrededor, los ojos brillando, las sonrisas diabólicas que enmarcaban las hileras de dientes, jamás había visto tal transformación, tal demostración de poderío; su cuerpo tembló ante lo desconocido, a saber de lo que esos hombres ahí eran capaces y de lo que él podría lograr a ser. Observo fijamente a uno de esos seres en particular y frunció el entrecejo debajo de esa mascara, ¿de qué estaban hechos? Parecía como si fueran diferentes, ¿podía hacerse eso mismo con humanos? ¿Hasta donde podía llegar el alcance de esa magia?. Una sonrisa se dibujo en su rostro, no sabía a ciencia cierta qué era lo que habían convocado esa noche en el sótano, pero fuera lo que fuese, había funcionado, eso lo hizo sentirse bien consigo mismo.

Entonces ambos Venerables habían hablado al unisonó, Adrien tuvo que desviar su atención hacia ellos, presto especialmente atención a los anillos que yacían en sus manos, ¿Los había visto antes? No estaba seguro, tal vez no podía recordarlo o tal vez nunca había prestado atención a esos detalles en ambos, de ahora en adelante, lo haría, por supuesto que lo haría. Vio a las bestias arrodillarse frente a ellos y levantó el mentón, tal vez él no era un venerable aun, pero por supuesto que era superior a esas criaturas diabólicas.

Si alguien pudiera ver el gesto que tenia detrás de la máscara en esos momentos, podría haberse dado cuenta de cuánto es que el rostro de Adrien se endureció ante aquella orden. ¿Era otra amenaza tal vez? ¿Por eso es que lo habían llamado para que participara en ese ritual? No, no podía ser por él, pensar aquello era darse demasiada importancia, si fuera él de quién siguieran dudando no lo habrían invitado a darse cuenta de todo desde el inicio, aun así ver como las criaturas se desvanecían a cumplir esa misión le dio un escalofrió nuevamente.

Se retiro con los demás cuando esto termino, de ahora en adelante tenía que ser cuidadoso en sus pasos y no, no lo decía solamente por que supiera de la existencia de los elfos demoniacos.
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Mensaje por Bill Snyder Lun 9 Sep - 22:37


Bill entrecerró los ojos claros al darse cuenta de en qué se habían convertido los elfos domésticos. Los miraba con mucha curiosidad pero a la vez se sentía un poco intimidado, no por los elfos sino por el par de Venerables que precedían la reunión.
 
Por acto reflejo, su vista también se enfocó directamente en los anillos que ambos portaban y eso lo mantuvo más entretenido por unos segundos que lo que sucedía con el tema de los elfos hasta que escuchó esas órdenes dichas directamente a las criaturas.
 
Se sentía tan bien consigo mismo que si su ego hubiera sido palpable, hubiera pesado más que el mismo animal al que acababa de destrozar. Sabía que no llegaba a tener ni la mitad de poder que aquellos hombres que actuaban frente a ellos, pero que pronto terminaría en una posición parecida, que tenía lo necesario. No se sentía intimidado por el hecho de no ser un miembro de Nu Delta, él tenía sus propios méritos, sus propias ambiciones y eso era lo único que contaba.
 
Tampoco tuvo nada que pensar en aspectos personales respecto a esa orden, ni se sintió aludido por más que supiera que su manera de manejarse en la vida no era siempre la más sensata. El espionaje y el control eran básicos en muchas cosas, así que no le sorprendía que hubieran decidido hacer ese ritual en específico. Él no era quien para cuestionar nada de todos modos. No se sentía como un obrero, sino como un aprendiz que estaba teniendo la fortuna de presenciar cosas que le beneficiarían a futuro.
 
Un escalofrío le recorrió la espalda al ver como los demonios de ojos rojos desaparecían en una estampida revoltosa. Había crecido con muchas películas de terror muggles pero nada de comparaba a verlo tan de cerca y ser parte de ello.
 
Al recibir la orden de marcharse Bill hizo un asentimiento con la cabeza y se fue de ahí con los otros dos, apareciéndose directamente en su habitación, empapado de sangre y con olor a vísceras. Se iba a tardar en volver a quedar como antes, pero no había nada que la magia no pudiera arreglar, ahora lo sabía más que nunca. Jamás se había sentido tan físicamente exhausto como en ese momento.
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