Infiltrado.
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Infiltrado.
El mejor horario para infiltrarse a la fraternidad de los Delta, que se encontraba en el sector más alejado y solitario del campus, era en las primeras horas de la mañana, cuando se suponía que todos los estudiantes se encontraban en los edificios principales atendiendo sus deberes escolares, como tenía que ser. Y mientras eso sucedía, los pasos de Edward J. Hammond, calzando silenciosas zapatillas deportivas de lona y vistiendo con sus clásicas hoodies con estampado de Star Wars, lo llevaban al interior de la fraternidad a la cual él mismo pertenecía; una situación completamente normal salvo el simple hecho de no estar asistiendo a su clase de Metodología del Núcleo Mágico II.
Pero la cosa es que no era un asunto del todo normal tal y como pintaba la escena, porque el estudiante en cuestión no se trataba del siempre amable, medianamente amariconado pero de gran talento manufacturero Edward J. Hammond. La persona que estaba ingresando a la que había sido su casa durante tanto tiempo era nada más y nada menos que yo, Jesse Crawford, antiguo presidente de la freternidad de los Delta y actual prófugo de toda ley. Un simple cabello otorgado por voluntad propia por el propio Edward y una poción multijugos eran suficientes para tratar de ingresar a aquel edificio cuya habitación presidencial (no más acomodada que cualquier otra habitación de la casa) escondía un tema de tal urgencia que tenía que ser tratado por mi propia persona, pese a que el simple hecho de ingresar a BK a estas alturas del partido era, como mínimo, un movimiento jodidamente imprudente de mi parte. Que me atraparan aquí dentro podía significar el fin de mis putos días en libertad.
¿Qué es lo que estaba tratando de hacer como para poner en riesgo absolutamente todo? La habitación presidencial había sido, obviamente, mi propia habitación durante demasiado tiempo. Detrás del viejo y desgastado closet se encontraba un pequeño espacio en el que descuidadamente había dejado varios documentos de bastante importancia, entre los que se encontraba la ubicación exacta de al menos seis escondites seguros que actualmente seguían usándose para la revolución en distintos puntos del país. Ya sé, no era un simple descuido, era un error de escalas brutales haber dejado tal cosa en un lugar relativamente de tan fácil acceso. El pequeño hueco detrás del closet estaba protegido con un hechizo personal de ocultación, pero eso no significaba que en cualquier momento, por casualidad o causalidad, algún cabrón fuera lo suficientemente perspicaz como para hallarlo. Este último punto no tendría que importarme demasiado si no fuera porque se había decidido imponer como presidente de la fraternidad a nada más y nada menos que Thaddeus Wardell, un hijo de puta que no podía considerarse precisamente como amigo revolucionario.
Subí las escaleras que accedían al pasillo en donde se encontraban las habitaciones, con la suficiente cautela como para estar muy alerta pero tratando de ser actuar bastante normal, tal y como lo haría Edward. Caminé a lo largo del pasillo hasta llegar finalmente a la puerta de la habitación que alguna vez me había pertenecido. Un vistazo hacia atrás mientras sacaba la varita y un movimientod e la misma para escuchar aquel click que significaba que la puerta ahora estaba abierta. Con la varita por delante, me aseguré de que no existía algún hechizo de alarma dentro de la habitación, y finalmente ingresé con los ojos fijos en el lugar en donde se encontraba el closet, sin detenerme a mirar un solo segundo los cambios que el cabroncillo de Wardwell había efectuado aquí dentro.
Moví el closet con otro movimiento de muñeca y efectué el encantamiento necesario para descubrir el hueco. Agarré los papeles, ignorando las otras cosas sin importabcia que también había guardado ahí, y me los introduje en el largo bolsillo de la hoodie de star wars. Me levanté, conjuré de nuevo para volver a ocultar el hueco y luego moví el closet a su lugar original, mientras sentía como una gota de sudor corría a lo lardo de mi mejilla. Fue en ese momento cuando escuché un ruido en el exterior y me maldije por haber sido lo suficientemente imbécil como para no haber conjurado una alarma al principio del pasillo.
Casi a la velocidad de la luz (o así me pretendía hacerlo) tomé un puñado de ropa que había en uno de los muebles y fingí estar doblando la primer prenda que había tomado antes de, quien quiera que fuera (muy probablemente el propio Wardwell), entrara a la habitación...
Pero la cosa es que no era un asunto del todo normal tal y como pintaba la escena, porque el estudiante en cuestión no se trataba del siempre amable, medianamente amariconado pero de gran talento manufacturero Edward J. Hammond. La persona que estaba ingresando a la que había sido su casa durante tanto tiempo era nada más y nada menos que yo, Jesse Crawford, antiguo presidente de la freternidad de los Delta y actual prófugo de toda ley. Un simple cabello otorgado por voluntad propia por el propio Edward y una poción multijugos eran suficientes para tratar de ingresar a aquel edificio cuya habitación presidencial (no más acomodada que cualquier otra habitación de la casa) escondía un tema de tal urgencia que tenía que ser tratado por mi propia persona, pese a que el simple hecho de ingresar a BK a estas alturas del partido era, como mínimo, un movimiento jodidamente imprudente de mi parte. Que me atraparan aquí dentro podía significar el fin de mis putos días en libertad.
¿Qué es lo que estaba tratando de hacer como para poner en riesgo absolutamente todo? La habitación presidencial había sido, obviamente, mi propia habitación durante demasiado tiempo. Detrás del viejo y desgastado closet se encontraba un pequeño espacio en el que descuidadamente había dejado varios documentos de bastante importancia, entre los que se encontraba la ubicación exacta de al menos seis escondites seguros que actualmente seguían usándose para la revolución en distintos puntos del país. Ya sé, no era un simple descuido, era un error de escalas brutales haber dejado tal cosa en un lugar relativamente de tan fácil acceso. El pequeño hueco detrás del closet estaba protegido con un hechizo personal de ocultación, pero eso no significaba que en cualquier momento, por casualidad o causalidad, algún cabrón fuera lo suficientemente perspicaz como para hallarlo. Este último punto no tendría que importarme demasiado si no fuera porque se había decidido imponer como presidente de la fraternidad a nada más y nada menos que Thaddeus Wardell, un hijo de puta que no podía considerarse precisamente como amigo revolucionario.
Subí las escaleras que accedían al pasillo en donde se encontraban las habitaciones, con la suficiente cautela como para estar muy alerta pero tratando de ser actuar bastante normal, tal y como lo haría Edward. Caminé a lo largo del pasillo hasta llegar finalmente a la puerta de la habitación que alguna vez me había pertenecido. Un vistazo hacia atrás mientras sacaba la varita y un movimientod e la misma para escuchar aquel click que significaba que la puerta ahora estaba abierta. Con la varita por delante, me aseguré de que no existía algún hechizo de alarma dentro de la habitación, y finalmente ingresé con los ojos fijos en el lugar en donde se encontraba el closet, sin detenerme a mirar un solo segundo los cambios que el cabroncillo de Wardwell había efectuado aquí dentro.
Moví el closet con otro movimiento de muñeca y efectué el encantamiento necesario para descubrir el hueco. Agarré los papeles, ignorando las otras cosas sin importabcia que también había guardado ahí, y me los introduje en el largo bolsillo de la hoodie de star wars. Me levanté, conjuré de nuevo para volver a ocultar el hueco y luego moví el closet a su lugar original, mientras sentía como una gota de sudor corría a lo lardo de mi mejilla. Fue en ese momento cuando escuché un ruido en el exterior y me maldije por haber sido lo suficientemente imbécil como para no haber conjurado una alarma al principio del pasillo.
Casi a la velocidad de la luz (o así me pretendía hacerlo) tomé un puñado de ropa que había en uno de los muebles y fingí estar doblando la primer prenda que había tomado antes de, quien quiera que fuera (muy probablemente el propio Wardwell), entrara a la habitación...
- Jesse Crawford
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Re: Infiltrado.
Estar ahí no era algo que lo llenara de dicha y gozo. Él se había preparado toda su vida para ser un Nu, y además, se había propuesto como meta personal quitarle la presidencia a Lovecraft. Eso, hasta que le anunciaron que sería el nuevo presidente Delta y que su puesto condicionaría que los Delta mantuvieran sus becas y sus posibilidades de seguir estudiando. Aunque sonara muy bien la idea de tomar una fraternidad en franca decadencia para lograr que se posicionara como algo importante –ignorando por completo que el año anterior habían sobrepasado las notas de los Nu, bajo el mandato de Crawford- y a él le gustaran los retos, no dejaba de parecerle más un castigo que una recompensa. Por supuesto, como era de esperarse, todos los Delta, o la mayoría, le eran leales a Crawford y lo odiaban, pero no se iban a dar el lujo de perder becas y otros beneficios que la fraternidad les otorgaba.
A sabiendas de lo peligroso que era estar en ese ambiente, su padre y él se habían asegurado de generar bastantes escudos. Unos cuantos elfos domésticos recién adquiridos, que no tenían valor sentimental para los Wardwell, habían bastado para que se convirtieran en el blanco de cualquier maldición que le lanzaran, así que por ese lado se sentía con mucha confianza. Estaba dispuesto a hacer un buen trabajo, no se trataba solamente de volverse un tirano que tratara mal a los suyos, iba a ponerse la camiseta, no porque la gente le importara algo, sino porque no le gustaba hacer las cosas a medias, ni ser un mediocre. Su mentalidad Nu seguía imperando.
Eso sí, iba a dejar claro que eso de que todos eran iguales en Delta ya no existía más. Él era el presidente y por eso, tenía varios planes para agrandar y mejorar su habitación. Se saltó la clase de Desarrollo y legislación de los medios mágicos de comunicación II para poder encontrarse con el mago arquitecto que haría las modificaciones pertinentes en el food court del campus, pero necesitaba sus diseños y unos cuantos planos que había dejado en su habitación.
Cuando entró se encontró con Edward J. Hammond doblando su ropa. No enloqueció de inmediato sino que dibujó una sonrisa odiosa en el rostro. ¿qué hacía?, ¿ganándose sus favores volviéndose su sirviente personal o escondiendo algún animalejo venenoso entre su ropa? Las dos opciones eran igual de viables con un tipo como Eddie.
-¿Qué pasa, Hammond, tan rápido te ascendieron a mucama personal del presidente?, ¿qué hacías en mi habitación?
Despreocupado, caminó hasta donde, en una mesa circular, había dejado los planos de su nueva habitación, para revisarlos y recogerlos. No quería que se le hiciera tarde en su cita, pero antes tenía que sacar a Hammond de ahí.
-Ya puedes retirarte, además doblas muy mal la ropa.
A sabiendas de lo peligroso que era estar en ese ambiente, su padre y él se habían asegurado de generar bastantes escudos. Unos cuantos elfos domésticos recién adquiridos, que no tenían valor sentimental para los Wardwell, habían bastado para que se convirtieran en el blanco de cualquier maldición que le lanzaran, así que por ese lado se sentía con mucha confianza. Estaba dispuesto a hacer un buen trabajo, no se trataba solamente de volverse un tirano que tratara mal a los suyos, iba a ponerse la camiseta, no porque la gente le importara algo, sino porque no le gustaba hacer las cosas a medias, ni ser un mediocre. Su mentalidad Nu seguía imperando.
Eso sí, iba a dejar claro que eso de que todos eran iguales en Delta ya no existía más. Él era el presidente y por eso, tenía varios planes para agrandar y mejorar su habitación. Se saltó la clase de Desarrollo y legislación de los medios mágicos de comunicación II para poder encontrarse con el mago arquitecto que haría las modificaciones pertinentes en el food court del campus, pero necesitaba sus diseños y unos cuantos planos que había dejado en su habitación.
Cuando entró se encontró con Edward J. Hammond doblando su ropa. No enloqueció de inmediato sino que dibujó una sonrisa odiosa en el rostro. ¿qué hacía?, ¿ganándose sus favores volviéndose su sirviente personal o escondiendo algún animalejo venenoso entre su ropa? Las dos opciones eran igual de viables con un tipo como Eddie.
-¿Qué pasa, Hammond, tan rápido te ascendieron a mucama personal del presidente?, ¿qué hacías en mi habitación?
Despreocupado, caminó hasta donde, en una mesa circular, había dejado los planos de su nueva habitación, para revisarlos y recogerlos. No quería que se le hiciera tarde en su cita, pero antes tenía que sacar a Hammond de ahí.
-Ya puedes retirarte, además doblas muy mal la ropa.
- Thaddeus Wardwell
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Re: Infiltrado.
Podría jurar que literalmente el pulso se me había detenido por completo, mientras veía casi como en cámara lenta la entrada a la habitación del mismísimo Thaddeus. Era condenadamente ridículo pensar cómo es que hasta un don nadie sin huevos como Wardwell podía tener tal efecto en ciertas circunstancias.
Cuando me vio, el tipo no hizo mayores aspavientos; incluso me atrevía a pensar que su reacción era mucho más blanda y tranquila de lo que cualquiera podría expresar al encontrarse a alguien en su habitación. No, esperen… el hijo de puta era un Wardwell, tan acostumbrado a la servidumbre que encontrar a alguien doblando su puta ropa tenía que ser algo más que común en su día a día. No es que cualquier Delta fuera capaz de entender semejante cosa.
-L-lo siento presidente. Creí que no sería fácil para usted acostumbrarse a hacer lo que todos hacemos aquí normalmente, así que….- Aquello lo dije imitando lo mejor que pude el tono humilde y torpe con el que se expresaba Edward cuando estaba nervioso; solo que en lo más profundo de mi corazón le acababa de decir en toda la cara que básicamente lo consideraba como la persona más inútil que podría haber pisado esta Universidad.
Seguí doblando la ropa, sin tener demasiado cuidado en ello y más bien mirando de reojo cuando Thaddeus se desplazaba para tomar algunos documentos que se encontraban a la mano. Me maldije por no haber tenido el tiempo de revisar de qué se trataban, aunque lo más probable es que no fuera nada que pudiera provocar el más mínimo interés de nadie. En cuanto el nuevo presidente Delta abrió la boca, dejé su jodida ropa en el mismo lugar en donde la había encontrado y me dispuse a salir de una puta vez de ese lugar.
-Disculpe presi…- Como un puto retrasado mental, interrumpí la frase a causa de la impresión que me dio notar que, en algún punto y sin haberme dado cuenta, la piel oscura y aceitunada de Edward J. Hammond ahora era tan blanca como la del puto Jesse Crawford. Levanté la cabeza y me encontré con un espejo, en donde pude notar cómo mis facciones cambiaban lentamente. No sabía por qué, ni en qué coño se suponía que había fallado, pero la poción multijugos estaba perdiendo su efecto varias horas antes de lo que tenía planeado. Tenía que salir de ese jodido lugar antes de que las cosas se complicaran.
Entre haberme dado cuenta de mis cambios físicos y la interrupción de mi propia frase habían pasado probablemente dos gigantescos segundos. Me aseguré de que los documentos estaban dentro del bolsillo de la hoodie y giré rápidamente hacia la puerta de la habitación, dispuesto a desaparecer antes de que Wardwell notara mi verdadera identidad.
Cuando me vio, el tipo no hizo mayores aspavientos; incluso me atrevía a pensar que su reacción era mucho más blanda y tranquila de lo que cualquiera podría expresar al encontrarse a alguien en su habitación. No, esperen… el hijo de puta era un Wardwell, tan acostumbrado a la servidumbre que encontrar a alguien doblando su puta ropa tenía que ser algo más que común en su día a día. No es que cualquier Delta fuera capaz de entender semejante cosa.
-L-lo siento presidente. Creí que no sería fácil para usted acostumbrarse a hacer lo que todos hacemos aquí normalmente, así que….- Aquello lo dije imitando lo mejor que pude el tono humilde y torpe con el que se expresaba Edward cuando estaba nervioso; solo que en lo más profundo de mi corazón le acababa de decir en toda la cara que básicamente lo consideraba como la persona más inútil que podría haber pisado esta Universidad.
Seguí doblando la ropa, sin tener demasiado cuidado en ello y más bien mirando de reojo cuando Thaddeus se desplazaba para tomar algunos documentos que se encontraban a la mano. Me maldije por no haber tenido el tiempo de revisar de qué se trataban, aunque lo más probable es que no fuera nada que pudiera provocar el más mínimo interés de nadie. En cuanto el nuevo presidente Delta abrió la boca, dejé su jodida ropa en el mismo lugar en donde la había encontrado y me dispuse a salir de una puta vez de ese lugar.
-Disculpe presi…- Como un puto retrasado mental, interrumpí la frase a causa de la impresión que me dio notar que, en algún punto y sin haberme dado cuenta, la piel oscura y aceitunada de Edward J. Hammond ahora era tan blanca como la del puto Jesse Crawford. Levanté la cabeza y me encontré con un espejo, en donde pude notar cómo mis facciones cambiaban lentamente. No sabía por qué, ni en qué coño se suponía que había fallado, pero la poción multijugos estaba perdiendo su efecto varias horas antes de lo que tenía planeado. Tenía que salir de ese jodido lugar antes de que las cosas se complicaran.
Entre haberme dado cuenta de mis cambios físicos y la interrupción de mi propia frase habían pasado probablemente dos gigantescos segundos. Me aseguré de que los documentos estaban dentro del bolsillo de la hoodie y giré rápidamente hacia la puerta de la habitación, dispuesto a desaparecer antes de que Wardwell notara mi verdadera identidad.
- Jesse Crawford
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