No estoy robando nada

A alguien se le había ocurrido que era una broma genial dejar cerrada su habitación por dentro, con magia, porque además ya llevaba ahí como cinco minutos forzando la puerta, con un pasador para el cabello de Amelia, utilizado alohomora y cuanto hechizo recordó para abrir candados, patear la puerta y otros métodos más. Lo peor era que no sabía si la broma era para él o para su imbécil compañero de cuarto, pero le estaba jodiendo la tarde por una razón muy simple: su cocaína estaba dentro.

Diario se levantaba con la determinación de dejarlo y diario se encontraba con que no podía. En algún punto de la tarde la necesitaba y punto, ¿y quién le iba a decir lo que podía hacer y lo que no? Nadie entendía lo que era sentir ese picor ansioso en la nariz, ese sentirse inútil, enojado e irritado que solamente se le quitaba con una buena línea. Además comenzaba a sentirse cada vez más cansado.

Su última opción fue asaltar otra habitación, la primera que encontró y buscar con un accio una tarjeta de crédito. No sabía ni de quién era pero le daba lo mismo, de todos modos no pensaba que fuera a servir, porque ya había dado por hecho de que se trataba de una broma mágica y que solo se abriría con un contrahechizo misterioso. Iba a matar a quien lo hubiera hecho.

Estaba metiendo la tarjeta de crédito cuando escuchó pasos que se acercaban por el pasillo. No levantó la vista para ver de quién se trataba pero de todos modos le habló al desconocido o desconocida que tuviera la desgracia de cruzarse en su camino en ese momento.-Antes de que digas lo que sea, no-estoy-robando-nada. Es mi jodida habitación, así que lárgate por donde viniste.-No estaba de humor para atender eventualidades. -O qué´date pero solo si tienes idea de cómo abrir una puerta sin destruirla con un bombarda maxima.-Aunque siendo sinceros el bombarda comenzaba a sonar más y más atractivo aunque tuviera que pagarle un dineral a la universidad después, lo valía.

Iba de regreso a mi habitación. La verdad era que no estaba tan cansado pero cuando no se me ocurría nada qué hacer y las labores educativas estaban terminadas sólo se me ocurría dormir, dormir dopado por que de otro modo era imposible hacerlo con alguien entrando o saliendo de la habitación. Subía las escaleras pesadamente, pensando en todo y en nada, pensando qué de todo mi arsenal de pastillas de prescripción iba a tomar esa tarde hasta que escuché ruido, el ruido de alguien desesperado.

Reconocí al tipo de la fiesta. Zlatan. El hecho de haber convivido, bien o mal, no lo hacía mi amigo, eso lo tenía claro. Me quedé en el marco de la puerta mirando el color característico de mi tarjeta de crédito muggle, que no confundía con otra por que era de un banco en Australia. La gente que tomaba cosas de su habitación no solía aclararle a nadie que no estaba robando, y estaba seguro que él no era mi compañero de habitación. Si fuera un tipo como Colton ya estaría partiéndole la cara, pero yo era yo, y tenía mi manera de reaccionar a las cosas.

-Ehm… ¿También tienes cuenta en el Bank of Western Australia? Repetía, la convivencia no nos hacía amigos, y seguía igual de propenso a que me hiciera callar la boca con violencia o lo que fuera. La verdad era que no era un tipo que me diera miedo -me había acercado por mi voluntad y por mi exceso de calmantes y alcohol en la sangre durante la fiesta- y se le veía… apurado.

-¿Tienes tiempo de explicar por qué necesitas mi dinero? Quizás hasta me convenzas, y así no será un robo… sino una especie de préstamo. O un chantaje Le dije, arriesgándome. No sabía qué me pasaba, eso de tener amigos y salir a convivir con la gente me estaba poniendo demasiado audaz.

Zlatan escuchó la voz de Perry como un eco muy lejano y de buenas a primeras no entendió nada en absoluto sobre Australia o cualquier cosa sin sentido que le estuviera platicando mientras él luchaba con la tarjeta de crédito para abrir la puerta. Pero cuando escuchó lo del dinero lo volteó a ver sin entender nada y reconoció al chico medio raro de la fiesta esa que se había acercado a socializar y era de su misma carrera. Volvió la vista a la puerta para intentar una vez más. Estaba perdiendo la paciencia a pasos agigantados.

-¿Cuál dinero? ¿De qué mierdas estás hablando, retrasado mental?-Cuando lo apuntó con su propia tarjeta de crédito todo tuvo sentido. Entendió inmediatamente de donde venían las acusaciones sin fundamento del chico que en ese momento no recordaba su nombre y se acercó a él amenazante para regresarle la tarjeta de crédito estrellándosela contra el pecho con fuerza.

-No me interesa tu maldita tarjeta de crédito, me interesa ABRIR MI PUERTA, ¿entiendes?-No le iba a dar explicaciones de que estaba pasando por un mal momento y que se le había ocurrido conjurar un accio para el millonésimo intento de abrirla. Ni se había detenido a pensar que Elijah había sonado como un total loco hablando de prestamos y chantajes.

-Dame tu varita.-Si alguien iba a conjurar un bombarda máxima ahí, no iba a ser con su varita, estaba seguro de eso. Iba a ser con la de Elijah. Extendió el brazo hacia él con la palma abierta y le hizo un gesto de impaciencia.-Anda dámela, qué esperas, esto es de vida o muerte.-El chico tenía cara de no romper un pato, jamás le harían revisión a su madera cuando la explosión llegara a oídos de la Rectoría, él en cambio no se podía dar el lujo de meterse en un solo problema más para que el consejo terminara por quitarle la beca por cualquier tontería.

Ahora todo tenía sentido. En vez de preguntarme cómo haría para obtener mi NIP y vaciar mis arcas, lo que quería era abrir una puerta. En definitiva ese era un caso de una urgencia extrema… una urgencia física, no parecía ser nada relacionado con haber dejado una tarea ahí y… ¿Para qué quería mi varita, qué no llevaba la suya consigo? En vez de volver a hacer preguntas tuve qué actuar como la persona calmada… o eso, o me daba media vuelta por donde había venido.

Había una necesidad sensible involucrada ahí, por que nadie se ponía así de no poder entrar a su habitación. Si acaso se estaba cagando, podría usar cualquiera de los miles de baños de la Universidad (a menos que fuera muy maniático como para no hacerlo en ningún lado) pero si no era eso, era una necesidad física. Lo notaba por su nerviosismo. A mi había llegado a ocurrirme en Perth después de una lesión absurda en la muñeca que me llevó a tomar analgésicos como para relajar a un dragón. Esos eran buenos analgésicos, por supuesto que me ponía como un loco si no los tenía al menos en mi poder.

-No- Le respondí como si estuviera suicidándome, pero si algo había aprendido era que nunca, jamás, le iba a dar mi varita a nadie. Dejé mis cosas en el piso y sí, saqué la varita pero no para dársela sino para dejar bien recto un clip de papel que llevaba en una tarea, haciéndole una ligera torsión en la punta. Parecía que antes que partirme la cara por negarme a sus peticiones le interesaba ABRIR SU PUERTA, por esa razón sentí que no iba a importarle si hacía mi intento.

En Alice Springs había aprendido a hacer un montón de cosas útiles como fabricar antídoto casero contra picaduras de arañas, reparar motores simples, hacer fuego sin magia… y abrir cerraduras. Si aquello tenía una magia oscura y especial que no cediera a una punta de metal, quedaría como un idiota. Pero para eso estaban las desapariciones. Sí, ya sabía, abusaba de ellas, pero era mi hechizo favorito de todo el mundo. A veces de verdad quería desaparecer, sin tener que aparecer en otro lado forzosamente.

Me acuclillé en la puerta, pidiéndole silencio con una mano, por que necesitaba escuchar un “clic” característico que denotaría éxito. Si no había “clic”, oficialmente estaría haciendo el ridículo, así que necesitaba todo el silencio que pudiera conseguir. Hubo clic, pero la puerta no se abrió. Intuí que aquello era sólo un acto de cerrar la puerta con magia simple y también con el seguro por dentro, sin mayor ciencia.

-Creo que ahora funcionará un alohomora pero no lo harás con mi varita, hubiera agregado de ser valiente. Ah sí, si no funcionaba, necesitaba mi varita en mano para desaparecer.